Luis Hernández Navarro
En América del Sur la clase política que representa a la derecha vive un pronunciado retroceso. Salvo el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, y, en mucha menor medida el mandatario peruano, Alan García, no cuenta con figuras de peso relevante. Pero el colombiano está marcado por sus vínculos con el narcotráfico y los paramilitares. Tan es así que ni siquiera cuenta con las simpatías de muchos legisladores estadunidenses.
Es por eso que la derecha ha tenido que recurrir a sus intelectuales para dar la batalla ideológica en el continente. Carente de políticos prestigiados y reconocidos, ha debido echar mano de sus hombres de ideas para combatir lo que califica de ascenso en la región del indigenismo radical, la izquierda marxista y el populismo. Curiosa ironía, la derecha, una fuerza tradicionalmente antintelectual, ha tenido que recurrir a los escritores para enfrentar a la izquierda.
Este nuevo protagonismo marcha a contracorriente de la tendencia general en la región. La influencia de los intelectuales en los asuntos públicos, tan importante en otras épocas, disminuyó sensiblemente a finales del siglo pasado. Muchos de ellos se reciclaron transformándose en expertos y tecnócratas. Pero ahora, ante el colapso de los políticos de la derecha, esta corriente pretende que su intelligentsia ocupe un papel relevante.
No hay en la derecha continental una sola figura política que pueda hacer frente a los personajes que hoy conducen gobiernos de izquierda o de centroizquierda en el área. Los políticos de la derecha sudamericana carecen de credibilidad. Por el contrario, la clase política progresista gana una y otra vez elecciones. Todos ellos tienen orígenes diversos. Hugo Chávez, de Venezuela, es militar; Evo Morales, de Bolivia, es un indígena, sindicalista de productores de hoja de coca; Fernando Lugo, de Paraguay, fue obispo católico; Rafael Correa, de Ecuador, es un doctor en economía egresado de la Universidad de Illinois, en Estados Unidos, y Luiz Inázio Lula de Silva, de Brasil, fue obrero metalúrgico.
En este contexto se inscribe el Encuentro Internacional Libertad y Democracia, organizado por el Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico (Cedice), efectuado a finales de mayo en Caracas, Venezuela, en el que participaron intelectuales de la derecha, como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze y Jorge Castañeda.
Cedice es uno de los principales think tanks de la derecha venezolana. Promueve campañas en defensa de la propiedad, y condena, según su presidente, Rafael Alfonzo, el estatismo, el mercantilismo, el corporativismo y el populismo, instrumentados por el gobierno de Venezuela. Desde su punto de vista, un ejemplo de populismo que hay que evitar es el conjunto de medidas económicas conocidas como New Deal, instrumentadas por el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1937, para enfrentar la grave crisis económica de 1929, basadas en el intervencionismo estatal y las teorías del subconsumo.
Los intelectuales que asistieron al encuentro evitan definirse a sí mismos como de derechas. Prefieren presentarse como liberales (en la acepción estadunidense de la palabra) y democráticos. Pero su pensamiento y su práctica son conservadoras. En los hechos defienden el neoliberalismo y se oponen a las luchas emancipadoras. Varios de ellos son conversos que han tirado por la borda su pasado en la izquierda y ahora se asumen como los profetas del fin de la utopía. Algunos (como Vargas Llosa o Jorge Castañeda) han intentado incursionar en la política con malos resultados. Como puede verse con facilidad en México, su paso por la administración pública ha sido desastroso.
Desplazados de la tarea de formar la opinión pública por lo que Octavio Ianni llama el príncipe electrónico, han buscado transformarse, con no mucho éxito, en intelectuales mediáticos. A quienes aparecen como editoralistas en las barras de opinión de los telediarios se les ve pero difícilmente se les escucha. La prensa escrita que representa los intereses de la reconquista española en la región les brinda, usualmente, amplia cobertura. Difunde sus opiniones y publica sus artículos.
Más allá de sus diferencias, estos intelectuales comparten un odio visceral hacia Hugo Chávez. El mandatario venezolano es el blanco permanente de sus críticas. No le perdonan que gane elecciones una y otra vez ni que impulse su proyecto de socialismo del siglo XXI. De hecho, una parte de la prensa bautizó al Encuentro Internacional Libertad y Democracia como Congreso Internacional Antichavista.
Sin embargo, a pesar de su reciente protagonismo, los profetas del fin de la utopía hacen agua. No tienen nada que ofrecer a los pueblos de América Latina. Quienes los escuchan son, apenas, sus audiencias de siempre. Sus opiniones no norman criterios ni legitiman conductas. A pesar de sus opiniones, por todos los rincones de la región florecen proyectos emancipadores. La lucha indígena es imparable. El marxismo crítico renace. Los movimientos sociales ponen en jaque a las oligarquías. La crisis económica hundió definitivamente al Consenso de Washington. Con él se hunden quienes navegaban en ese barco decretando que era la única opción viable.
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