Año 8, número 3181
Viernes 27, noviembre del año 2009
Sin poder soslayar que por lo visto el secretario de Salubridad y Asistencia, el “Dr.” Córdova, ni siquiera ha de conocer la existencia de los dos libros que escribiera el Sabio de Cos, llamados de las Epidemias.
Y que sería bueno, no solo que los leyera (que los estudiara quizá sería demasiado pedirle) sino que se dieran a conocer a la población en general, pues Hipócrates, sin estar vacunado (no habían vacunas en ese entonces) se presentaba en medio de las epidemias y estudiaba tanto a los enfermos como a los sanos; ya que de esa manera llegaba al conocimiento del porqué unos se enfermaban y otros no.
Ahora bien. Toda vez que la medicina actual ya no es el apostolado que antaño fue, pues se ha convertido en un negocio (un sucio negocio cabría decir) al que poco le importan las vidas, sino más bien los pesos y centavos que puedan dejar.
Prueba de ello es la gran cantidad de medicamentos que han sido eliminados de los cuadros básicos por haberse comprobado no solo su poca o nula efectividad, sino por los daños colaterales que por haberlas aplicado se ocasionaron. De recordar la tristemente célebre Talidomida que dejó secuelas de malformación genética en toda una generación.
Y sin soslayar que es evidente que hay síndromes y enfermedades para las que los laboratorios han fabricado medicamentos que las atemperan, pero no las curan, pues el negocio está en la venta a “clientes” que ya tiene cautivos.
Pues bien. Como resultado de la más que justificada desconfianza que los ciudadanos han manifestado hacia la citada vacuna contra la influenza, sobre todo después de que en Canadá se suspendiera su aplicación precisamente por las graves reacciones secundarias que ocasionó.
El Gobierno federal ha tenido a bien iniciar una campaña mediática que, lo único que va a lograr, es encarecer aún más el costo de las inútiles vacunas. Las que con un 50 % de efectividad, según los propios datos emitidos por las Autoridades sanitarias, es in-entendible que la Organización Mundial de la Salud las haya aprobado.
Cabiendo comentar que ni las vacunas, que para su adquisición se requirió pedir dinero prestado, a pesar de que Calderón había dicho que el aumento a los impuestos era para su adquisición.
Ni la campaña mediática que se está llevando a cabo (carísima por cierto, ya se sabe lo que cobran los honorables medios de comunicación) la van a pagar quienes inventaron la dizque pandemia, sino que la vamos a pagar los ciudadanos.
Por lo que antes de dejar que se aplique a cualquiera, o permitir que les sea inoculada a nuestros hijos, quizás habría que meditarlo detenidamente. No vaya siendo que dentro de poco a alguien le vaya a pasar lo mismo que les ha sucedido a los canadienses.
Con la diferencia de que allá en Canadá el Estado responde a sus ciudadanos, y aquí no sucede lo mismo. La indolencia de nuestras Autoridades es ampliamente no solo conocida, sino padecida por todos.
Porque si nuestros gobernantes no responden cuando un auto se cae en una zanja que ellos mismos abrieron, menos van a responder por una vacuna que ellos no fabricaron.
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