MÉXICO, D.F., 28 de febrero.- Las alianzas políticas entre partidos, sean de semejante talante ideológico o no, son parte de la vida pública en todo país donde impera la formalidad democrática. Las coaliciones electorales o parlamentarias son no sólo convenientes sino a menudo indispensables para la gobernabilidad. Y sin embargo, frente a los procesos electorales de este año, los procesos de acercamiento y unión de las agrupaciones partidarias, que deberían ser parte del paisaje, se han convertido en un asunto central, generador de efectos de diversa naturaleza. Uno de esos efectos ha sido poner en evidencia la hipocresía de quienes las objetan y también la de algunos de sus patrocinadores.
Aunque insista en negarlo, protegido por el sacrificio de su secretario de Gobernación, que tuvo que dejar de ser panista para dar verosimilitud a la coartada presidencial, Felipe Calderón ha jugado en el último semestre con dos cartas, animado por la esperanza de ganar con ambas. En cada una de las maniobras que con su autorización llevaban adelante por un lado Fernando Gómez Mont y por otra parte César Nava, estaban en el centro alianzas: en la línea encomendada al secretario de Gobernación se trataba de un acuerdo parlamentario con el PRI, muchas veces aliado explícito del PAN. En la cuerda reservada al presidente del partido blanquiazul se trataba de establecer coaliciones legislativas con los partidos de izquierda, para ganar gobiernos locales en manos del PRI y, por consecuencia, minar la fortaleza del partido tricolor a fin de que no llegue al 2012 con el ímpetu que ha mostrado en los dos últimos años.
Calderón puede ufanarse de que su doble estrategia le dio resultado. Su alianza con el PRI hizo posible el paquete económico vigente, contrario a los contribuyentes a los que, en su modalidad de ciudadanos, dice el Ejecutivo querer complacer con una reforma política que también saldrá avante en una amplia proporción, justamente por su vínculo con el partido antaño oficial. Y sus acercamientos con la oposición fructificaron en alianzas en Durango, Puebla, Oaxaca e Hidalgo. A pesar de ese éxito, como lo consiguió a trasmano, Calderón está obligado a disimular, a hacer creer que las coaliciones son un asunto ajeno a su voluntad, resuelto por la autonomía del partido, autonomía que es lo último que quiere para el PAN el Presidente, como lo muestra el que los dos líderes que ha designado pertenecen a su círculo más estrecho. Por eso, forzado a hablar de las alianzas, Calderón se manifestó indeciso. Dijo que sí pero no, o no pero sí, pues tienen ventajas e inconvenientes. Entre estos últimos citó el desdibujamiento de la identidad panista, como si en su caso dicha identidad estuviera a salvo y no magullada por el pragmatismo. Su principal ventaja es que potencia a los partidos aliados para conquistar el poder.
En ese punto, no debe olvidarse que un panista ganó la Presidencia en coalición de su partido con el Verde, con el cual ya se había unido antes el PAN. Eso ocurrió en 1998 en Hidalgo. Cuando avanzaba la negociación para una alianza con el PRD, el presidente panista Felipe Calderón la hizo descarrilar y luego improvisó coaligarse con el Verde, que carecía de presencia en la entidad, sólo para cubrir las apariencias. Antes y después el PAN y el PRD se habían juntado con resultados diversos: perdieron en 1994 en Durango y 10 años después en Chihuahua, y ganaron en Yucatán, así como en Chiapas y en Nayarit, aunque en estos dos últimos casos los partidos postulantes, todos, resultaron perdedores. El PRI, por su parte, que nunca necesitó vejigas para nadar, ha tenido que hacerse acompañar en los años recientes por el partido Verde, y en elecciones locales se alía con partidos locales, algunos de ellos circunstanciales. También se coaliga ahora con el Panal, partido promiscuo que lo mismo se une al partido que expulsó a su dueña que al partido que le ha reservado una dilatada extensión del campo gubernamental.
Rumbo a julio próximo, las coaliciones adquieren toda clase de tonalidades y modos. En Puebla, apoyan al expriista senador panista Rafael Moreno Valle su propio partido, así como el PRD, Convergencia, el PT y el Panal. El PT está ausente de la coalición que sostiene en Durango al expriista José Aispuro Rosas Torres, en que figuran el blanquiazul y los exiguos PRD y Convergencia de esa entidad. En Oaxaca, Gabino Cué fue ya registrado como candidato de la alianza de su partido Convergencia con el PAN, el PRD y el PT (que hace seis años estaba aliado con el PRI). En Hidalgo, está ya formalizada la coalición entre el PAN y los tres partidos del DIA (caprichoso anagrama que refiere al Diálogo para la Reconstrucción de México). En Veracruz se enfrentarán tres coaliciones: el PAN y el Panal apoyarán a Miguel Ángel Yunes; al diputado Javier Duarte, elegido ya por el gobernador Fidel Herrera y único inscrito en el proceso interno priista, lo postularán su partido, el Verde y el Revolucionario Veracruzano; y a Dante Delgado su propio partido, Convergencia, así como el PRD y el PT. En Zacatecas, en cambio, la alianza de PRD y Convergencia para apoyar a Antonio Mejía Haro no contará con el apoyo del PT sino al contrario, pues el Partido del Trabajo tiene en David Monreal a su propio candidato, que para efecto de ir solo rompió la coalición que ya había adelantado con el PRI, que a su vez se unirá con el Verde, como en todo el país, para en este caso presentar a Miguel Alonso Reyes.
Habrá todavía más coaliciones, pésele a quien le pese. A quien le pesare habrá que tildarlo de hipócrita, pues a su turno no vacilará en aliarse con quien sea.
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