Ricardo Andrade Jardí
Nadie con un mínimo sentido común puede afirmar que se está “ganando la guerra”, cuando un grupo de pistoleros entra en una fiesta, en una ciudad repleta de policías enviados ex profeso a garantizar la seguridad ciudadana, luego de que se cuestionara la estancia de los militares por la inseguridad que en el lugar había. Nadie con sentido común declara eso luego de que se ejecuta a 16 personas: niños, jóvenes y adultos y los agresores salen del lugar como si nada.
Sólo se puede afirmar que la guerra se está ganando cuando se está del lado de los ejecutores.
Ciudad Juárez es un territorio donde ser luchador social o mujer equivale a estar marcado por la muerte. Donde si no te mata el “crimen organizado”, te mata la pretendida y falaz “lucha contra el crimen organizado”. Donde la muerte violenta es la única certeza, de quienes, sin pegarle al narco o ser contestatarios luchadores, saben de las enormes posibilidades de morir ejecutado.
Y si se muere con balas del narco se hablará en las noticias de un ajuste de cuentas entre narcos. Y si se muere con balas del Ejército o de las policías militarizadas la misma corrupción impondrá el silencio de la IMPUNIDAD.
Ni el desgobierno federal ni la PGR tienen sentido común y al contrario han implementado una guerra que a la vista de todos no sólo no está combatiendo al crimen organizado sino que ha logrado convertir al crimen organizado en un poder violento que marca o impone las reglas ahí donde se establece. Ciudad Juárez, la tristemente célebre Ciudad Juárez, es el mejor ejemplo. El Ejército patrulla 24 horas los rincones de esa ciudad y el crimen organiza macro matanzas, justo y casualmente en el lugar por el que el Ejército se “olvida de patrullar”, lo que no les impide por otro lado que algunos militares, esos que nunca están cerca de las masacres, pese a que están por todos lados, intimiden a quienes osan poner en duda la supuesta “guerra contra el crimen organizado” o a quienes, ejerciendo su más elemental derecho, denuncian los excesos y las arbitrariedades de las fuerzas armadas contra la población civil, ya apaleada por el narcotráfico y el exterminio de género donde la IMPUNIDAD se ha convertido en la razón de Estado.
Sin duda los mexicanos aguantamos mucho. Pero igual la pregunta es: ¿Cuántos niños quemados, cuántos ejecutados o explotados en los “bendecidos” campos tóxicos de Sinaloa, más, podemos soportar? ¿La vida truncada, por la violencia y el capitalismo salvaje, de cuántos jóvenes estamos dispuestos a soportar? ¿Cuántos de los pretendidos triunfos de la supuesta “guerra contra el crimen” que multiplican la violencia, y no combate el origen del asunto, más estamos realmente dispuestos a soportar? ¿Cuántos ejércitos más tendrán que salir a las calles antes de que nos demos cuenta que la verdadera solución está en combatir la corrupción en todos sus niveles y terminar con la IMPUNIDAD de una buena vez y para siempre? ¿O será que nuestro enajenado y telebasura confort nos ha vacunando ya contra la dignidad y el dolor ajeno no nos provoca ya ni la más mínima ternura hacia los otros?
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