Alberto Híjar
Las apariencias engañan y por eso hay ingenieros de imagen en las oficinas presidenciales. De aquí el brincoteo de doña Michelle Obama al descender grácilmente de su avión como novicia voladora. Baila bien y viste mejor hasta el punto de ser honrada (sic) por las portadas de las revistas de moda de clase mundial, del jet set pues. Cambió de atuendo al menos tres veces en un día mientras su amiguita Margarita lucía su invento de asegurarse el rebozo con el tirante del brassier. ¡Brillante la mujer!
Las juntaron en una universidad bonita y alejada de toda presencia popular, aunque cerca de las barracas y barrancas pobladas por pobres muy pobres en Santa Fe. En el campus con cafeterías y cajeros automáticos, les reunieron a estudiantitos, profesores y un rector bien portados y aplaudidores de la deportiva consigna de si se puede esforzadamente dicha en español por la muy alta dignataria yanqui que la hizo corear en una escuela tan pobre que tiene que recibir algunos dolarillos de ayuda piadosa.
Doña Margarita Zavala se hizo entrevistar por López Doriga, ¿por quién más que se preste a propagandizar cualquier orden presidencial?, para acentuar la amistad fundamentada en coincidencias felices: las dos esposas de presidentes, las dos abogadas sin ejercer (porque optaron por ser profesionales del mientras o sea mientras se matrimoniaban bien); las dos con hijos adolescentes de la misma edad, las dos interesadas en la beneficencia social. El teacher de nadie, siempre oportunista, comentó el gesto compasivo de doña Margarita al dejar su lugar en el presidium para abrazar a la desconsolada e indignada madre de dos niños asesinados en Ciudad Juárez, mientras la atribulada mujer Luz María Dávila, negaba la bienvenida a Calderón. El duro y enérgico presidente, la dulce primera dama, buen juego de poder fallidamente convincente.
Al Museo Nacional de Antropología le concedieron treinta minutos contados por el ejército del protocolo y el Estado Mayor. No faltó un sabio antropólogo con asombrosa capacidad de síntesis para abreviar las maravillas de los pobladores originarios y hacerse a un lado para la foto frente al calendario azteca. ¡Lindas las amiguitas!
Al ver el noticiero recordé un elocuente cortometraje de Santiago Alvarez, donde Bush padre sostiene a su nieto y hace retratar su ternura al levantarlo, mecerlo, abrazarlo, como prueba de cuán bueno y amoroso podía ser. Con abrupto corte acentuado por un compás de guitarra eléctrica, la visión cambia al niño vietnamita desnudo corriendo incendiado por el napalm en un sendero de tierra. Ojalá algún videoasta aplique el montaje de atracción, como llamaba Eisenstein a esta dialéctica entre la farsa y el drama, la simulación infame y la crueldad, el sonriente cinismo y el dolor de los pueblos heridos, masacrados, hambrientos, desempleados, sin esperanza.
Como dice Lolita Ayala, también tenemos noticias amables y para que luego no digan que uno es muy negativo, como vocero del Comité de Culto a la Personalidad, Elogios mutuos e Impunidad rampante, propongo para el Oscar a doña Michelle en correspondencia con el Nobel de la Paz de su marido, promotor de la guerra contra Irán y Corea del Norte, además de la de Afganistán y la de Israel contra palestinos invadidos en sus territorios de Cisjordania y Gaza. La infame prisión en Guantánamo, Cuba, y los efectos de Abu Ghraib y otros centros de exterminio están impunes y nadie junta firmas ni hace conciertos para denunciarlos. Si un sátrapa así mereció el Nobel de la Paz, Michelle tan graciosa merece más que el Oscar. Doña Margarita junto a ella por el Ariel.
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