El presidente de Israel, Shimon Peres, quien según documentos desclasificados, en 1975 –cuando era ministro de defensa– firmó un acuerdo militar con el régimen del apartheid de Sudáfrica para venderle armas nucleares. La imagen, durante una ceremonia realizada ayer en Jerusalén en memoria de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, en el 65 aniversario de la victoria de los aliados en EuropaFoto Ap.
Antecedentes: hace un cuarto de siglo, uno de los seres más humanitarios del mundo, Mordechai Vanunu –anterior técnico nuclear israelí y admirable pacifista–, reveló al Sunday Times (5/10/86) la construcción de bombas nucleares por Israel en la planta de Dimona. Atrapado por el espionaje israelí del Mossad y luego encarcelado en forma inmisericorde, el samaritano Vanunu es tratado como “palestino” por las autoridades israelíes.
Dieter Gerhardt, anterior comandante naval de Sudáfrica, encarcelado en 1983 por espionaje en favor de la URSS, al salir liberado en 1992, al colapso del régimen apartheid (la discriminación de la minoría blanca contra la mayoría negra), exhumó la existencia de un acuerdo (bajo el código Chalet) en el que Israel se disponía a vender a Sudáfrica ocho misiles Jericó dotados de armas nucleares. Gerhardt develó al Johannesburg City Press (20/2/94) la “misteriosa” prueba nuclear conjunta de Israel y el régimen del apartheid el 22/9/79 (confirmado por The National Security Archive: diciembre 79 y 25/8/08).
Según la televisora CBS, en 1990 Israel y Sudáfrica (todavía bajo el régimen del Apartheid) realizaron una prueba nuclear conjunta en el océano Índico. El célebre investigador israelí-estadunidense Seymour Hersh reveló en su clásico libro La opción Sansón la forma en que Shimon Peres, belicoso padre de la bomba atómica israelí –por cierto, Premio Nobel de la Paz–, adquirió en forma clandestina los materiales de Francia para iniciar la construcción de centenas de artefactos atómicos.
La Federación de Científicos Estadunidenses (FAS, por sus siglas en inglés) –cuyos científicos provienen del Proyecto Manhattan, que construyó la bomba atómica de Estados Unidos y cuyas tareas son avaladas por 84 “Premios Nobel” en química, economía, medicina y física– calcula un máximo de 400 bombas nucleares clandestinas en manos de Israel, que rehúsa firmar el Tratado de No Proliferación (TNP), y no es vigilado por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) sobre las encubiertas actividades militares en el reactor Dimona.
El necrófilo canciller israelí Avigdor Lieberman, segundo de a bordo del gabinete Netanyahu, en el paroxismo del infanticidio de palestinos en Gaza, abogó lanzar bombas nucleares como “solución final”, al estilo de EU en Hiroshima y Nagasaki (Bruce Katz; Atlantic Free Press; 21/5/09). ¿Cómo se pueden lanzar bombas nucleares que supuestamente no se poseen?
Hechos: el periódico británico The Guardian (Chris McGreal, 23/5/10) publicó en exclusiva los documentos desclasificados que exhiben la incontrovertible primera evidencia “oficial” (sic) de la posesión israelí de armas nucleares. La histórica revelación va acompañada de una serie de anexos demoledores: “los memorandos y las minutas que confirman el almacenamiento y la capacidad nuclear israelíes y la política de ambigüedad estratégica”, etcétera.
El acuerdo militar secreto fue firmado en 1975 por los ministros de defensa respectivos de Sudáfrica e Israel: P.W. Botha y Shimon Peres (hoy controvertido presidente de Israel).
Que hace 35 años Israel haya ofrecido vender armas nucleares a Sudáfrica en la etapa aciaga del apartheid descubre un proyecto clandestino nuclear iniciado mucho tiempo atrás, quizá alrededor de los 70, que ha contado con el encubrimiento de EU y los aliados europeos del “Estado hebreo”, a quien desde 1948 le festejan todas sus felonías regionales, en detrimento de la legalidad internacional.
El belicoso octagenario Shimon Peres –insistimos, Premio Nobel de la Paz (¡para lo que sirven!)– ofreció dotar al régimen del Apartheid de arsenales de “tres tamaños”: convencionales, químicos y nucleares. La estrecha colaboración incluyó el suministro de “uranio amarillo” en bruto del gobierno sudafricano para la construcción de armas nucleares de Israel. Los documentos secretos fueron desclasificados por Sasha Polakow-Suransky, académico de EU –por cierto, editor principal de la influyente revista Foreign Affairs, y quien obtuvo un doctorado en historia moderna, por la Universidad de Oxford.
Polakow-Suransky solicitó al presente gobierno de Sudáfrica (Congreso Nacional Africano), liberado del yugo del Apartheid, la desclasificación de documentos oficiales que sirvieron de base para su libro La alianza impronunciable: la secreta alianza de Israel con el apartheid de Sudáfrica (ed. Pantheon, 2010), de reciente aparición.
Mediante su notable excavación arqueológica, Polakow-Suransky tritura toda la hipocresía de los gobiernos israelíes sobre la posesión de armas atómicas cuando exigen desvergonzadamente el desmantelamiento ajeno (v.gr. el programa nuclear todavía civil de Irán, firmante del TNP y motivo de incómodas inspecciones de la AIEA).
En Israel intentan diluir su flagrante hipocresía con el eufemismo oficial de “ambigüedad”: es decir, ni niegan ni confirman la posesión de entre 200 y 600 bombas atómicas, como si la materia nuclear, el punto más sensible de la actividad humana, fuera un asunto privado de alucinantes canonjías paleobíblicas.
Según Chris McGreal, el gobierno israelí intentó impedir la desclasificación de los comprometedores documentos secretos, cuyas “revelaciones serán embarazosas”, particularmente cuando la revisión quinquenal del TNP en Nueva York aborde la “zona libre de armas nucleares en Medio Oriente”, propuesta por Egipto y los países árabes.
A juicio de McGreal, las revelaciones “socavan los intentos de Israel de sugerir que, en caso de poseer bombas nucleares, es en su calidad de potencia responsable, que no usará indebidamente, mientras países como Irán no pueden ser confiables”. Sin todavía arrojar sus armas atómicas sobre las poblaciones de la región, con su simple fuerza convencional de enorme letalidad, Israel ha ejercido en los pasados 62 años las mayores devastaciones bélicas que haya conocido Medio Oriente en toda su historia.
Algo habrá pasado en el trayecto –Polakow-Suransky da a entender que por motivos de “costos”– para que, en lugar de vender las armas nucleares a Sudáfrica, Israel haya colaborado en la construcción de las seis bombas atómicas del régimen del Apartheid, que luego el gobierno de mayoría negra eliminó voluntariamente, sin que nadie se los agradezca en el mundo. Éste constituye un clásico ejemplo cuando cierto tipo de negros se comporta mejor que cierto estereotipo de blancos.
Conclusión: Simon Tisdall plantea en The Guardian las consecuencias: “Ahora el velo roto ha sido puesto de lado. La prueba de que Israel es un Estado nuclear, sin ninguna duda, significa el fin a los asentimientos, guiños y ojos ciegos. Confirma que Israel es la primera potencia armada del Medio Oriente y desafía a todos (sic) los países de la región, incluyendo a Irán, a enfrentar en forma separada o conjunta la amenaza que deriva en el hoy innegable desequilibrio militar”.
¿Ahora quién, que no sea un hipócrita global, se atreve a pedir cuentas a Irán, quien aún no posee bombas nucleares?
¿Cómo enfrentar la amenaza clandestina de las armas nucleares de Israel?
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