MÉXICO, D.F., 3 de noviembre (Proceso).- Este es el nuevo precio de la vida en México. En Tijuana, el Ejército incautó 134 toneladas de mariguana y luego las incendió. Como respuesta, el domingo 24 de octubre un comando armado entró a un centro de rehabilitación, puso contra una pared a 13 internos y los abatió a tiros. Minutos más tarde, los narcos irrumpieron en la frecuencia radial de la policía para anunciarlo, con un fondo de narco-corridos victoriosos: Por cada tonelada de hierba que nos quiten a nosotros, les quitamos a ustedes una vida civil. Faltan muertitos.
Desde entonces han ocurrido otras dos masacres. El miércoles en la mañana, en Tepic, otro comando disparó contra jóvenes en un autolavado. Ellos, igual que los de Tijuana, eran exadictos. Cayeron muertos 15. El jueves, en una calle de la Ciudad de México, un tercer comando disparó desde dos camionetas a otro grupo de jóvenes. Murieron seis.
No es seguro que todos estos 34 muertos sean parte de la cuenta de 134 que el narco quiere cobrarle al gobierno, pero de que lo son en cierta forma no hay duda, como tampoco de que este es un giro sin retorno en la guerra que se libra en el país. Se trata de un umbral que se ha cruzado y que será difícil cruzar en sentido inverso.
Hasta ahora el narco respetaba un cierto pacto de civilidad. Sus secuaces pequeños secuestraban, robaban y extorsionaban a los ciudadanos para ganar dinero y como actividades periféricas al gran negocio de los cárteles, el tráfico de la mariguana, el negocio que en realidad les da su enorme poderío económico. Pero cuando se trataba de defender los territorios de ese negocio mayor, su violencia escalaba a otro calibre de armas y a otro número de efectivos: a la dimensión de la guerra. Una guerra contra otros cárteles y contra el gobierno y sus brazos armados, en la que se mantenía al margen a la población civil. No es que se le protegiera, pero no se le consideraba un objetivo balístico.
Bueno, ese es el pacto que se ha roto. Ahora el narco anuncia que disparará directamente a los civiles y que usará a los civiles asesinados de moneda de cambio. Tú, gobierno, me incautas 134 toneladas de mariguana, yo te mato a 134 ciudadanos.
Para el presidente Calderón también este es un giro sin retorno. Al inicio de esta guerra afirmó que los muertos en ella eran solamente narcos y fuerzas del orden. Los civiles no teníamos qué temer. A mediados de esta guerra, cuando surgieron las primeras víctimas civiles de los fuegos cruzados, o de soldados intoxicados por drogas, el presidente Calderón llamó a los muertos civiles daños colaterales.
Imposible ahora sostener tanto lo primero como lo segundo. Lo escrito: el narco ha decidido disparar a matar contra civiles.
Lo ideal sería que el presidente desplegara más fuerzas públicas para proteger a los ciudadanos desarmados. Que la amenaza del narco fuese sencillamente imposible de cumplir. Pero el presidente no dispone de una fuerza pública suficientemente numerosa ni suficientemente capaz para lograrlo. Valga el ejemplo de Ciudad Juárez como prueba: hoy día hay un policía por cada 88 juarenses y ni así se ha podido proteger a la gente de a pie de ser muerta en plena calle y bajo el sol.
Entonces, ya que el Estado no puede garantizar la vida de los civiles, al presidente le quedan otras dos alternativas.
El presidente puede abaratar la tonelada de mariguana. En lugar de encarecerla incautándola y quemándola, puede volverla una mercancía más dentro del mercado legal de sustancias que alteran la conciencia.
Cierto, como el presidente argumentó el martes 26 en Colombia, las consecuencias de la legalización no son calculables. También indiscutible, el presidente estadunidense no estaría complacido, como lo ha venido advirtiendo en fechas recientes.
Pero más vale que una tonelada de mariguana se venda en una farmacia por dinero contante y sonante, que se venda por vidas: esta sería la lógica de legalizar ahora la mariguana. Por desgracia esta alternativa se topa contra la fija disposición del presidente a terminar su sexenio sin retractarse de su estrategia frontal contra el narco.
Entonces, pues, parece quedarle una última alternativa al presidente Calderón. Cruzar este umbral de horror sin inmutarse, asumiendo con una enorme valentía personal el nuevo tipo de cambio: un civil por cada tonelada de mariguana. Aunque el presidente tendrá también que asumir una consecuencia insoslayable: el tipo de cambio variará. Porque si los muertos civiles no disminuyen los decomisos de mariguana, las vidas de los civiles todavía se abaratarán, y mucho.
Después de todo, una tonelada de mariguana en la soleada California o la grisácea Nueva York está valuada hoy en más de un millón y medio de dólares, así que de este lado de la frontera el narco no tendrá incentivo para no inflar su precio: 10 civiles por una tonelada, luego 30 civiles, luego…
Tiene una gracia macabra: para usos del mercado de la droga, la nueva moneda nacional podría llamarse en adelante civiles.
Hay que imaginarlo. El presidente Calderón saluda al presidente Obama. Se estrechan la mano y se sientan a charlar.
–¿Cómo van los costos de la guerra, Felipe?
–Más o menos 100 civiles por tonelada incautada, Barak. ¿Y a cuánto está la mariguana en las calles de Washington?
–Pues gracias a tus incautaciones, ha subido de precio. Me dicen que se vende a mil dólares el ladrillo. Es decir, a cinco dólares el cigarro. Es decir, permíteme calcular la cifra que me pides, como a tres civiles el paquetito de 100 gramos y a medio civil la inhalación.
–¿Civiles mexicanos?
–Civiles mexicanos, por supuesto. l
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