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Sometieron a custodios y escaparon por túnel de 7 metros
El director del Cereso, el jefe de vigilantes y 12 guardias, detenidos
Niegan que hubiera motín; 86 son convictos por delitos federales
Cuatro de los evadidos habrían muerto en un enfrentamiento: PGJE
Endeble defensa de la titular de Trabajo al proyecto de Calderón
El plan oficial es con alevosía y puede causar caos social: legisladores
El ritual disputado
Pedro Miguel
Los
rituales, religiosos o laicos, tienen una importancia política
capital. Sirven para representar, para aglutinar, para inducir
sentimientos de pertenencia, participación y acatamiento de la
autoridad. Permiten tomar el pulso a los protagonistas de la cosa
pública. Son un termómetro de la jerarquía que se deja leer en función
de las presencias, las ausencias, las cercanías y las distancias. Dan
un rostro a las instancias del poder. Suelen ser marcas de diario y de
calendario en la vida de la gente: para muchos los días de muertos, las
jornadas electorales, las navidades y las fiestas patrias operan como
organizadores de recuerdos.
Si lo
anterior es cierto, no resultarán banales las manifestaciones de
repudio al régimen realizadas el sábado 15 por la noche en el Zócalo
capitalino y en otras plazas de la república y al día siguiente, el
domingo 16, en el contexto de los desfiles patrios. Es cierto que en los
seis años en que ha gobernado haiga sido como haiga sido, Felipe
Calderón ha tenido que disputar palmo a palmo el protagonismo del Grito
con los sectores sociales que en todo ese tiempo se negaron a reconocer
su investidura presidencial en razón de la forma desaseada e irregular
en la que se hizo con ella. Pero en las cinco ocasiones anteriores las
modalidades de la protesta no habían logrado arruinarle la fiesta con
la contundencia y la evidencia logradas este sábado: los apuntadores
láser jugueteando en su cara; los gritos de
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¡Asesino! ¡Asesino!(no hubo forma de que los medios oficialistas los eliminaran por completo en sus grabaciones de video) y
¡Fraude! ¡Fraude!desde la plancha del Zócalo; el calificativo que más podría molestar a Calderón, exhibido ante la tropa y el público de los desfiles del día posterior: narcopresidente. Ya casi ningún medio informativo, por fusionado que se encuentre con el régimen, puede ignorar tales expresiones ni lo que representan: el agravio social acumulado en un sexenio más de insensibilidad, corrupción, prepotencia, irresponsabilidad y sometimiento a poderes fácticos del país y del extranjero.
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