viernes, enero 19, 2007

La revolución de la conciencia. 23. El bien y el mal

Sique

Tercera carta: Entre el bien y el mal.

Nada de lo que aquí diga puede compararse con la misiva de un autor que puede decir tanto en tan excelsa forma. Por tanto, sirva esto sólo para darles una humildísima semblanza del contenido que, a mi juicio, todos los seres humanos tendrían que aprenderse de memoria.

Este es uno de los textos más conmovedores y más sabios que haya leído. Comienza cuando Sabato recuerda la última vez que vio a su madre viva. Llora con nosotros ante esa imagen lejana y presente que ha quedado en su memoria para recordarle que las cosas de la vida más amorosas y gratas están tan cerca que no las vemos y persistimos en alcanzar aquellas que por lejanas nos parecen más gozosas.


Ahora, ya en la vejez, como estaba su madre el día que la vio por última vez puede entender la soledad en la que se van quedando los viejos en esta cultura de jóvenes que desprecian los años de vida como si el tiempo vivido fuese una baratija que hubiera que dejarla inmóvil en un rincón de la casa para que a fuerza de empolvarse fuese volviendo a la tierra sin que nadie se de cuenta.

En este escrito Sabato nos entrega sus pensamientos, sus sentimientos, su corazón, preciados tesoros porque se trata de un hombre que ha sido alumno de excelencia en esta carrera que todos cursamos en la facultad de la vida. Atendamos su consejo, es uno de los más valiosos al que podamos acceder, no esperemos al momento en que se nos entregue la nota de reprobado en lo único que realmente tenemos, nuestra vida.

Tomar conciencia de que el tiempo se va, se va, le provoca un intenso deseo de que los niños se detengan en su vigorosa carrera hacia la vejez, en la que sus rasgos se van transformando de tal forma que los hace irreconocibles con el rostro que tuvieron cuando jugaban en las esquinas. Hace un llamamiento urgente sobre la educación que reciben los niños en la cual habría que enseñarles a cuidar del agua, del aire, de los árboles y los pájaros porque el daño que se les hace pone al planeta en peligro; las atrocidades de las guerras dan cuenta del sufrimiento de los pueblos y ellos son parte de una humanidad que a pesar de los grandes esfuerzos hacia el bien ha cometido terribles errores que sostienen el mal, vivo siempre en el seno de nuestra vida. Señala la gravedad de que los niños se la pasen mirando un televisor atontados y estimulados por la violencia y por "juegos que premian la destrucción".

Los niños deberían ante todo valorar lo que es bueno y no estar sujetos a los medios de comunicación que irracionalmente minimizan las injusticias sociales, la miseria y la violencia de las ciudades y las diferentes culturas. Recuerda a Ghandi que llamó a "la formación espiritual, la educación del corazón, el despertar del alma" cuando ahora la primera huella de los niños es la competencia y la importancia de caerle al otro encima para ganarle ¿qué? El individualismo y ser "el primero" es un absurdo individualista que los entrena para ejercer el mal que se contradice con supuestos llamados a la solidaridad porque en realidad es la condena del Leviatán de Hobes cuando dice que el hombre es el lobo del hombre.

Tan desorientados estamos que entendemos el goce como el ir de compras en vez de que entendamos que el momento más feliz es el del encuentro del amor humano como cuando gozamos una obra de arte. La educación está ahora sometida al poder y forma criaturas que se adapten al sistema que corrompe sus facultades humanas y los engaña transmitiéndoles creencias paganas en las que el oro es más valioso que los valores espirituales.

El ser humano no está previendo el futuro; Sabato que se siente cercano a los albores de la muerte puede percatarse de que "un nuevo tiempo muy rico está a las puertas de la humanidad", si ésta comprende que cada uno de nosotros tenemos más poder sobre el mal de lo que creemos, pero que hay que tomar la decisión.

El alma se suspende en un vértice entre el bien y el mal. Hacia un lado la montaña del amor por la que podemos escalar hacia la búsqueda del goce supremo y hacia el otro el abismo del odio, del sufrimiento de la crueldad. No es posible subir todo el tiempo pero en nuestro sube y baja podemos prever que por más que bajemos siempre vayamos avanzando hacia arriba.

El arte y el amor son la salvación del espíritu, sin ellos es fácil despeñarnos y no volver a encontrar el camino que nos conduzca a una existencia rica y gozosa. Las máscaras que a diario nos ponemos en las diferentes circunstancias que vivimos van desdibujando el verdadero rostro hasta que nos quedamos con una cara deforme, con una masa gelatinosa que ya no es reconocible y que ni nosotros mismos nos atrevemos a mirar en el espejo.

Tenemos que reconocernos y amarnos en el otro, saber que nuestra existencia que es apenas un punto en el universo sólo puede perpetuarse en los otros. El menosprecio a los valores en este nuevo siglo le hace recordar que "los filósofos de la Ilustración que sacaron la inconciencia por la puerta" no se dieron cuenta de que ésta se les metió por la ventana. Oscilamos entre el bien y el mal pero hay que tener muy presente que la lucha debe ser por el bien, "el ser humano es capaz de las peores atrocidades, pero también es capaz de los más grandes y puros heroísmos".

El amor, el acto creador, es el paladín más fuerte y más hábil que ganará la batalla ante la embestida del mal que se asoma por todas partes.

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