Luis Martínez
Resulta emocionante, cuando se cumplen 150 años de la Constitución de 1857, volver a las páginas de Daniel Cosio Villegas y recordar que la historia constitucional de México ha sido larga y penosa. Pero en palabras del historiador: "en esa larga y agitada historia, la Constitución de 1857 marca un punto culminante. Primero, porque representa el edificio constitucional más elaborado y ambicioso que hasta entonces había intentado levantar México. Segundo, porque consiguió reunir los pareceres de los liberales y de los moderados. Tercero, porque fue el fruto de debates interminables hechos a plena luz del día. En fin, porque en su factura intervinieron los hombres más ilustrados, más inteligentes y patriotas con que el país contaba entonces".
Hoy, cuando la Constitución mexicana de 1917 cumple 90 años de vigencia, debemos solidarizarnos con el pensamiento del tratadista Jorge Carpizo: una Ley Fundamental antigua, renovada y actualizada que ha presidido el mayor desarrollo social y económico en la historia de nuestro país, sin olvidar que existen rezagos y metas por alcanzar para el cumplimiento cabal de su tesis más importante: la realización de la justicia social.
Pero da la casualidad que la Constitución de 1917 cumple sus primeros 90 años. En ese lapso ha sido modificada 600 veces. Ha sido abusivamente reformada. Ha sufrido constantes modificaciones, las cuales han hecho muy complicada la tarea de conocerla y de interpretarla adecuadamente.
Resulta un tema de actualidad hablar de una nueva Constitución que propicie la reforma del Estado. Pero no puede invocarse la creación de una nueva Constitución porque en México no se ha dado la ruptura del orden jurídico positivo. La Constitución ha sido renovada, sin tocar los principios fundamentales que la rigen. La estructura constitucional mantiene los principios de respeto a los derechos humanos, prevalece la noción de soberanía, de república representativa y federal, separación de poderes y procedimientos para defensa de la propia Constitución.
Parece oportuno pensar en algunas reformas constitucionales que eleven nuestra vida democrática, como pudiera ser la relección consecutiva de los legisladores federales y locales, siempre y cuando desaparezca la sobrerrepresentación. Más que pensar en una reforma del Estado en abstracto, habría que pensar en modificar los contenidos políticos de la actual Constitución.
Pero la aportación de ingeniería constitucional que me parece más oportuna es la que se refiere a crear "el gobierno de gabinete" que propone el constitucionalista Diego Valadés. De entre las ventajas de "el gobierno de gabinete" que enumera Valadés es que se crearía una integración plural, lo cual propiciaría un espacio privilegiado para la conciliación y la cooperación entre los partidos políticos.
Frente al crecimiento que se ha dado a la Constitución se debe proceder a su revisión para que pueda ser comprendida por todos sus destinatarios. Como bien dice Miguel Carbonell: "las constituciones no son códigos civiles ni reglamentos de tránsito". La Constitución debe generar una arquitectura normativa que garantice los derechos fundamentales y la normalidad democrática que estén al alcance, por su eficacia, del ciudadano común y corriente.
Que se renueve o no, se lo dejamos a los especialistas, aunque lo que urge es que la Suprema Corte de Justicia la obedezca, porque así tengamos la más perfecta Constitución si el poder judicial se limpia las nalgas con ella, de nada sirve.
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