Carlos Fernández-Vega
Los "pocos" alimentos que han subido, de consumo básico
Los "sicóticos" no comen kiwi
Qué bueno que las presiones inflacionarias "se concentraron en un número reducido de productos", como celebra el siempre optimista Banco de México, pero lo malo del caso es que esos "pocos" productos corresponden a los alimentos de consumo básico, y, como dice la canción de los 15 balazos, basta que uno resulte mortal.
Y mortal ha sido la escalada de precios en esos alimentos, porque, por ejemplo, de acuerdo con las cifras del Banco de México los correspondientes a tortilla de maíz y azúcar "causaron 70.8 por ciento del incremento que registró la inflación subyacente durante el segundo semestre" de 2006.
Que en el periodo citado no aumentara el precio de los perfumes importados es bueno; que no lo hiciera el de los automóviles de lujo o las joyas, mejor, y que tampoco se alteraran los de la ropa de firma, los relojes de colección o los tapetes persas es una maravilla, de tal forma que bajo la lógica del Banco de México los que sobreviven en este país deben estar felices. Total, el impacto inflacionario se concentra "en un número reducido de productos".
Bien a bien no se sabe si los felices funcionarios del Banco de México se equivocaron en el análisis de los productos que mayoritariamente consume la población o de plano erraron de país, porque su lógica corresponde más a una nación del primer mundo que a este México de raquítico poder adquisitivo, en el que el 75 por ciento de la población ocupada gana menos de cinco salarios mínimos (los "sicóticos" de Guillermo Ortiz), de tal suerte que si el indiscriminado aumento en los precios de la canasta básica no tiene la menor importancia (Arturo de Córdoba dixit), porque al final de cuentas representa un "número reducido de productos", entonces la investigación deviene en humor negro.
En 2006, de acuerdo con las cifras del Banco de México, el índice nacional de precios al consumidor se incrementó 4.05 por ciento, un poco por arriba del pronóstico original. Tal porcentaje resulta del promedio en los precios de alrededor de 120 mil productos considerados. Felicidades, pues, por un incremento tan moderado. Sin embargo, al entrar al detalle se observa que en igual periodo el precio del azúcar aumentó 32 por ciento, 14 por ciento el de la tortilla de maíz (números oficiales), 16 por ciento el del huevo, y así por el estilo.
Sin embargo, a la hora de hacer los promedios el Banco de México asegura que el precio del "resto de alimentos se incrementaron tan sólo 3.74 por ciento, el de los pecuarios 3.9 por ciento y el de los agropecuarios 8 por ciento, por mucho que los "sicóticos" no coman kiwi. Y para 2007, la sensibilidad no cambia, porque el organismo a cargo de Guillermo Ortiz señala que "es importante destacar que, del aumento de la inflación subyacente durante 2006 (0.49 puntos porcentuales), alrededor de dos terceras partes se debió a los incrementos en los precios de los dos genéricos referidos. Es probable que dichos elementos continúen presionando a la inflación general durante el primer semestre de 2007, que se estima oscilará entre 4 y 4.5 por ciento. Sin embargo, tales perturbaciones se localizan en unos cuantos productos por lo que, si bien se manifiestan en cambios en los precios relativos, no se espera que contaminen el proceso de formación de precios y salarios de la economía. De hecho, hasta ahora, las expectativas de inflación de mediano y largo plazo que se recaban entre los analistas no parecen haber sido afectadas". Y todos en el banco son felices.
Quienes no lo son ya reclaman un aumento salarial de emergencia para compensar la más reciente escalada de precios que tanta felicidad y tranquilidad ha provocado en los mandos superiores. Ayer comentamos que la experiencia de las últimas tres décadas revela que los aumentos salariales de emergencia generan mayor aumento de precios, lo que a su vez provoca nuevos aumentos salariales de emergencia y mayores aumentos de precios, y así hasta el infinito, en detrimento, obvio es, del raquítico estipendio.
Pues bien. En ese lapso, se registran alrededor de 20 aumentos salariales de emergencia, y el resultado ha sido desastroso para el poder adquisitivo de los salarios, con una vergonzosa, socialmente hablando, goliza de la inflación en contra del ingreso. A cada aumento salarial, correspondió un incremento mucho mayor de precios y tarifas (públicas y privadas), de tal suerte que tendría que buscarse una ruta más segura y productiva para frenar la escalada y fortalecer el poder adquisitivo de la mayoría.
En el sexenio del Luis Echeverría se inauguró la temporada de aumentos salariales de emergencia, la cual concluyó en plena administración de Ernesto Zedillo; en el primero se otorgaron tres (1973, 1974 y 1976) y ocho en la segunda (tres en 1995, tres en 1996 y dos en 1998). En tiempos de LEA tales incrementos recuperaron el poder adquisitivo, pero de despedida regaló una estrepitosa devaluación a los mexicanos; en los de Zedillo, el salario mínimo avanzó 148 por ciento, pero la inflación lo hizo en 230 por ciento.
El caso más dramático se registró en el sexenio de Miguel de la Madrid: con aumentos de emergencia, el salario se incrementó poco más de 2 mil por ciento, mientras la inflación lo hizo en cerca de 3 mil 800 por ciento.
Lo cierto es que el poder adquisitivo real del salario mínimo de 2006 es alrededor de 40 por ciento con respecto al de 1994 y prácticamente nulo si nos remontamos a 1976.
Las rebanadas del pastel
Más de lo mismo: el Banco de México difundió su encuesta sobre expectativas de los especialistas en economía del sector privado correspondiente a enero: 16 por ciento de los consultados consideró las presiones inflacionarias como motivo de alarma; en diciembre pasado, sólo uno por ciento se manifestó en tal sentido, pero el organismo asegura que no hay problema, que hay que estar felices, porque las presiones inflacionarias "se concentraron en un número reducido de productos".
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