Rosario Ibarra
1 de mayo de 2007
El pasado domingo asistimos a un acto frente a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Nos invitaron compañeras y compañeros, amigos todos, de la Red Ciudadana Conciencia Libertaria.
Ellos pugnan con ímpetu por que prevalezca la tradicional postura pacifista y de neutralidad de México que el actual gobierno trata de romper mediante el obtuso acto de retrogresión que significa el sumarse a la llamada Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN). Esto no es otra cosa que la humillante sumisión hacia el gobierno belicista yanqui de parte del falso que aquí padecemos.
En total coincidencia con los amigos del grupo promotor del acto, llegamos puntuales.
Al bajarme del carro, se removieron todos mis recuerdos de tantos años de lucha en los que ese lugar y sus alrededores fueron, y aún lo son, los puntos perennes de nuestros reclamos.
Un grito colectivo y sonoro brotó desgarrando nuestros pechos: ¡Vivos los llevaron, vivos los queremos! y los rostros siempre presentes de los que nos arrebataron, se aposentaron junto a nosotros...
Mientras los compañeros desplegaban nuestra manta, en la que hacíamos patente el rechazo a la maligna alianza, estuve observando a los que pasaban por la acera, su actitud, sus miradas, sus reacciones. Una escena llamó mi atención. A pocos metros de donde yo estaba, caminaba un soldado. Era muy joven, delgado, moreno, bajito. Sonreía a alguien que caminaba en sentido contrario y sus ojos rasgados, oblicuos, casi se cerraban, pero de la rendija que quedaba, parecían brotar rayitos de luz. Con curiosidad busqué a quien recibía aquella mirada y aquella sonrisa. La vi ya muy cerca. Era una mujer, joven y delgada como él, "mínima y dulce" también, y al encontrarse puso en sus manos a un niño de apenas un año tal vez, que reía igual que el soldado... no cabía duda, tenía que ser el padre.
Pensé que como él, muchos jóvenes de este mi pueblo se han incorporado a las filas del Ejército porque el hambre y la miseria los atosigan y que no los mueve ansia de guerra alguna. Rápida como es la mente, imaginé a muchos como él, pequeños, humildes, que aman a sus hijos, a los que a veces no pueden ver cuanto quisieran porque "el deber los llama". Los dibujé a todos en mi pensamiento, como "carne de cañón", lejos de los suyos, en guerras injustas promovidas por los invasores de siempre que se creen los dueños del mundo; los que "hablan de amor y esgrimen el látigo" de sus ancestros esclavistas.
Los que mandan a la muerte a sus jóvenes rubios, a los de piel oscura y a los que emigraron del suelo de esta América ¿nuestra? en busca del bienestar que los malos gobiernos autóctonos les niegan; los que quieren vender la Patria, los traidores, los saqueadores de este país que cada seis años roban cuanto pueden, siempre protegidos por la impunidad que les dan los contubernios, los amasiatos afines a la "ideología del hurto"... que es la única "ideología" que conocen.
Es mucho lo que nos deben a los familiares de los desaparecidos las llamadas Fuerzas Armadas, pero sabemos que no es todo el cuerpo del Ejército el responsable de tantos desmanes y de tan enorme injusticia.
Allí hay "pueblo en uniforme", pueblo por el que luchaban nuestros hijos y por eso y por ellos, estamos en contra de que se abrogue, que se revoque, que se anule, la llamada Ley de la Neutralidad. Queremos ser neutrales en los conflictos bélicos; queremos que se respete la soberanía de los pueblos... ¡Queremos que haya paz!
Y me atrevo a sugerir un plebiscito en el que no se excluya a los soldados, para saber qué piensa el pueblo entero de México de la barbarie en la que nos quieren inmiscuir con su alianza maligna.
Dirigente del Comité ¡Eureka!
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