Fernando Savater
1 de mayo de 2007
En estos días España vive una oleada de sectarismo realmente inigualable, colosal. Al lado de los enfrentamientos entre políticos y periodistas que vemos, leemos y escuchamos a todas horas, la batalla de las Termópilas impresionantemente recreada en la sanguinaria película "300" parece un partido amistoso entre dos equipos de ursulinas. El gobierno socialista y la oposición del PP están dominados por los hooligans de cada uno de ambos bandos, incapaces de distinguir entre argumentaciones y pedradas verbales. Y los periodistas que jalean a cada bando son aún peores: están poseídos por una flatulencia de furor incompatible no ya con la decencia sino con la simple lógica. Eso sí, cada uno de los contendientes se asombra de la falta de moderación y de la mala fe de sus adversarios.
En esta indigna zarabanda se acuerda uno no sé si con cierta esperanza o con aún más cierta desesperación de la asignatura de educación cívica. La materia ya ha despertado una enorme polémica, como si se tratara de un terrible ataque a la libertad de. bueno, no sé a qué libertad, supongo que a la libertad de desbarrar. Incluso hay asociaciones conservadoras de padres de familia que hablan de ejercer contra ella nada menos que la objeción de conciencia y desde las más altas instancias eclesiásticas se les apoya o justifica. Por supuesto, la iniciativa de estos "objetores de conciencia" contra la educación cívica es del mismo rango y nivel intelectual que la de quienes en algunos centros escolares norteamericanos proponen esa misma objeción contra los centros escolares en los que se enseña la teoría de la evolución en lugar de la piadosa leyenda creacionista.
Pero, ¿cuáles son las principales objeciones, es decir las mejor fundadas o al menos las más inteligibles, que se alzan contra la educación para la ciudadanía? Dejemos de lado, por supuesto, las críticas que apenas encubren una supuesta rivalidad comercial con los gestores de la asignatura de religión, la cual se mantiene en el bachillerato español por un contorsionismo oportunista que antes o después -mejor antes- habrá que revisar definitivamente.
Uno de los motivos de rechazo más repetidos es la posibilidad de convertirla en un pretexto para el adoctrinamiento sectario, tal como en su día lo fue la Formación del Espíritu Nacional franquista. Empecemos por decir que sin duda un profesor poco escrupuloso puede convertir cualquier día su clase en algo nocivo para quienes la reciben: por ejemplo, dedicando lecciones de química a enseñar cómo se preparan cócteles Molotov. En la educación cívica, quien la utilice de modo sectario irá especialmente en contra de lo que pretende su inclusión en la escuela porque precisamente se trata de ofrecer los fundamentos teóricos e informaciones prácticas que permitan a todos comprenderse como ciudadanos, no como miembros de tal o cual bandería. Una de las causas próximas del sectarismo es sin duda la ignorancia de en qué consiste lo que compartimos, más allá de las legítimas e incluso deseables discrepancias sobre tal o cual aspecto de la vida política efectiva.
El sectario quiere que los suyos salgan adelante a toda costa, aunque el conjunto del país sufra en su armonía o incluso corra peligro de desmoronarse. En su hemiplejia partidista valora las instituciones no en cuanto garantías de que todos puedan jugar limpiamente sino sólo en la medida que pueden ser utilizadas al servicio de su propia ideología: lo que no me sirve para ganar, debe ser desprestigiado e inutilizado. De modo que es importante enseñar a quienes pronto van a ser ciudadanos de pleno derecho, antes de que corrompan su juicio los maniqueísmos de sus mayores, el verdadero significado en busca de un bien común que tienen los mecanismos democráticos y el sentido de la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Sobre todo, prevenirlos, antes de que por influencia de sus mayores o del ambiente los padezcan, contra los dos peores y más frecuentes sectarismos de nuestro espectro político: el clericalismo, por lo general apoyado electoralmente por la derecha, y el nacionalismo, apoyado también por lo general electoralmente por la izquierda. Luego puede ser ya demasiado tarde.
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