Arnoldo Kraus
El "derecho a la salud" debería ser un hecho y no mera retórica -las comillas denotan la irrealidad de la sentencia y la descalificación que merecen los políticos que utilizan esa bella frase para promover sus ideas y así sumar adeptos. Han pasado más de seis años desde que el Comité sobre Derechos Culturales, Sociales y Económicos de la Organización de las Naciones Unidas decidió promover esa política a escala mundial. Poco se ha logrado.
Ejemplo de ese fracaso son las muertes relacionadas con embarazos. Se calcula que cada año fenecen más de 500 mil mujeres en el mundo por complicaciones asociadas a la preñez, la mayoría, prevenibles o tratables. Esos fallecimientos deben considerarse una forma de violación de los derechos a la salud, a la vida, a la equidad y a la justicia. La suma de esos agravios deviene violación a los derechos humanos. Lo mismo sucede con múltiples enfermedades, sobre todo, las que afectan a los países pobres o a los segmentos depauperados dentro de las naciones ricas. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida siempre es buen ejemplo.
El sida, como se sabe, se ha convertido, gracias a los avances de la ciencia y al apoyo de la industria farmacológica, en una enfermedad crónica, es decir, en una patología con la cual se puede convivir por décadas si se cuenta con el dinero suficiente para adquirir medicamentos. Aunque las cifras varían, si no hay complicaciones o problemas relacionados con la enfermedad, el tratamiento, incluyendo fármacos, visitas al médico y exámenes de laboratorio oscila entre mil y mil 200 dólares mensuales.
A esos datos deben agregarse otras realidades; mientras que, aproximadamente, 90 por ciento de los afectados viven en el tercer mundo y el resto en los países ricos, los primeros consumen 10 por ciento de los medicamentos y los "enfermos ricos" utilizan 90 por ciento. Huelga decir que la realidad del sida agrega más comillas a las comillas acerca de la retórica inscrita en el derecho a la salud. Hace seis días el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva decidió dignificar el término derecho a la salud: rompió la patente del efavinerez, retroviral propiedad de Merck Sharp & Dohme. Con esa acción se beneficiarán 75 mil infectados.
La acción de Lula expone un entramado variopinto y complejo en el que predominan las preguntas sobre las respuestas. A vuelapluma, enlisto algunas: ¿es ética la decisión de Lula?, ¿tiene derecho a hacerlo?, ¿debe hacerlo?, ¿son las compañías farmacéuticas más voraces y menos morales que otras trasnacionales?, ¿otras multinacionales, como las dedicadas a producir alimentos, deben disminuir el precio de sus productos en países pobres? En el tercer mundo, ¿quién debe ser "más responsable" por los enfermos: las multimillonarias compañías farmacéuticas o los políticos ladrones y deshonestos que se han encargado de empobrecer ad infinitum a sus habitantes?, ¿deben exigirse acciones morales a los bancos extranjeros al igual que a las farmacéuticas?
Las estratosféricas ganancias de las farmacéuticas -rivales de las compañías militares y de los narcotraficantes-, el altísimo costo de muchas medicinas, la medicalización de la vida como parte de su ideario, la doble moral de algunas farmacéuticas al vender determinados productos en el tercer mundo, la falta de interés por atender algunas de las patologías de las naciones pobres, la amoralidad con la que realizaban y realizan investigación en los países pobres y los contratos no siempre honestos ni transparentes con determinados médicos son algunos de los demonios de esas compañías y abono para denunciar muchas de sus conductas. Agrego que han hecho hasta lo imposible para bloquear las negociaciones iniciadas en la Organización Mundial de Comercio en 2001, en Doha, cuya intención era permitir que se produjesen medicamentos genéricos en casos de emergencia nacional.
Cuando se habla de enfermos, sobre todo si son pobres, siempre debería ser obligatorio comprometerse. Se calcula que más de 20 mil seres humanos mueren cada día en el mundo por malaria, tuberculosis y sida por no tener acceso a medicinas y que sólo en Africa hay 28 millones de personas infectadas por el virus de la inmunodeficiencia adquirida. Desde esa perspectiva, y ante la reticencia de muchas compañías farmacéuticas de seguir abaratando los medicamentos, o de permitir que éstos se produzcan en otros países -India es ejemplo-, la actitud de Lula debe leerse como un claro mensaje a favor de los pobres y a favor del derecho a la salud. Esa acción, por supuesto, debe inscribirse en un programa mucho más amplio.
En el tercer mundo, el derecho a la salud y a la vida continuará siendo mera entelequia si no se combaten la pobreza, la injusticia y la falta de educación. No basta expropiar la patente de un medicamento. El problema es mucho más grande. Los excesos en los precios de los fármacos y la amoralidad de muchas farmacéuticas son nauseabundos, pero son más abominables la impunidad y la corrupción que imperan en el tercer mundo y que ha generado incontables millones de pobres.
El hecho de que haya cuestiones más abominables que otras no quiere decir que no se daba combatir las abominables a secas.
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