James Petras
Estudiantes de la Universidad de Sao Paulo llevaron a cabo una marcha el pasado 31 de mayo, en demanda de una audiencia con el gobernador José Serra Foto: Reuters
El comportamiento social y político de la clase media es determinado por su posición e intereses de clase, así como por el contexto político-económico, al cual confronta. En el contexto de un régimen de derecha, con economía en expansión, créditos baratos e importación de bienes de consumo a bajo precio, la clase media es atraída a la derecha. En el contexto de un régimen de derecha con profunda crisis, la clase media puede ser parte de un frente popular amplio, que busque recuperar su pérdida de propiedad, ahorros y empleo. Cuando el régimen es un gobierno antidictatorial, antimperialista y populista, la clase media apoya las reformas democráticas, pero se opone a cualquier radicalización que ecualice condiciones con la clase trabajadora.
Brasil, Argentina y Bolivia ilustran la cambiante orientación y las divisiones internas de la clase media. En el primer país, funcionarios, profesionales, abogados laborales y burócratas de la clase media, con movilidad ascendente, coparon el Partido de los Trabajadores (PT), encabezado por Luiz Inacio Lula da Silva. Con 75 por ciento de sus delegados respaldaron una alianza electoral con el Partido Liberal, de los grandes negocios, y con el sector financiero. Una vez en el poder, se apartaron de los políticos socialdemócratas y se acercaron a los neoliberales. Los movimientos sociales, incluidos el de los Sin Tierra y el Urbano de la Gente Sin Casa (MSC), apoyaron la elección de Lula sobre la base de sus promesas de campaña, sin haber hecho un análisis de clase de los cambios posibles en políticas, liderazgo y programa.
El resultado es que los movimientos sociales invirtieron cinco años en argumentar que el gobierno de Lula era un "terreno en disputa" que podía empujarse hacia la izquierda. Una de las consecuencias fue que el MST perdió piso político, se aisló organizativamente y sus miembros se desorientaron por casi cinco años. En tanto, Lula recortó 30 por ciento las pensiones a trabajadores del sector público (profesores, empleados postales, trabajadores de la salud, funcionarios, etcétera), incrementó la edad de jubilación y privatizó los fondos públicos de pensiones. Como resultado, esos sindicatos rompieron con el gobierno y con la confederación laboral progubernamental (CUT), y se unieron a otros independientes para formar una nueva confederación, la Conluta, que incluye a estudiantes, ecologistas y otros grupos. En 2007, la Conluta se juntó en asamblea nacional con el MST y sectores de la CUT para organizar una huelga general a finales de mayo.
Los vínculos de los movimientos sociales con la política electoral de partidos socialdemócratas que se mueven hacia las políticas neoliberales son un desastre. Como los movimientos sociales carecían de un programa político independiente, basado en su clase y un liderazgo orientado al poder estatal, se vieron forzados a subordinarse al Partido de los Trabajadores, antes socialdemócrata, hoy ligado con el imperialismo, las finanzas y el capital agromineral. Por otra parte, sindicatos de trabajadores y el sector público de clase media se vieron forzados a romper con Lula y a buscar alianzas en la izquierda radical, incluidos los movimientos sociales, y rechazar los lazos con la pequeña y gran burguesía.
En Argentina, la clase media, especialmente la pequeña burguesía, respaldó el régimen neoliberal de Menem en los años 90. Su apoyo se basó en créditos baratos (bajas tasas de interés), importaciones de bienes de consumo a bajo precio, en una economía dolarizada y una economía expansiva, apalancada por préstamos del exterior. Con la crisis económica (1999-2002) y el colapso de la economía (diciembre 2001-diciembre 2002), las clases medias vieron que sus cuentas bancarias se congelaron, perdieron sus empleos, los negocios se fueron a la bancarrota y la pobreza afectó a más de 50 por ciento de la población. El resultado es que las clases medias se "radicalizaron", salieron a las calles en rebelión masiva, protestando frente a los bancos, el Congreso y el palacio presidencial. En todas las grandes ciudades, los barrios de clase media formaron asambleas populares y fraternizaron con las organizaciones de desempleados (piqueteros), bloqueando todas las calles y carreteras importantes. Esa rebelión espontánea adoptó la consigna política de "¡Que se vayan todos!", lo cual reflejaba un rechazo al status quo neoliberal, pero también a cualquier solución radical. El sindicato de trabajadores de empleados públicos (CTA), de izquierda, o el del sector privado (CGT), de derecha, no aportaron mucho al liderazgo. Sólo algunos miembros jugaron cierto papel en los nuevos movimientos sociales de las "villas miseria", esas vastas barriadas urbanas. La izquierda y los partidos marxistas intervinieron para fragmentar el masivo movimiento de desempleados, mientras sobreideologizaban y disolvían las asambleas barriales de la clase media. A mediados de 2003, la clase media dio un giro hacia la política electoral y votó por Kirchner, quien hizo campaña como socialdemócrata de centroizquierda. A principios de 2003, subieron los precios de artículos de consumo significativamente. Argentina pospuso y luego redujo sus pagos de deuda. Kirchner estabilizó la economía y descongeló las cuentas bancarias de la clase media, que entonces viró hacia el centro.
En tanto, Kirchner sacó ventaja de la fragmentación del movimiento de los desempleados y coptó a muchos líderes, proporcionando 50 pesos al mes en subsidios para cada familia, comenzó un proceso selectivo de negociaciones y de exclusión, seguida de represión, lo cual aisló a los radicales de la izquierda reformista. En 2007, las principales luchas de clase implicaban a los empleados del sector público o a la clase media contra el régimen de Kirchner por el asunto de los salarios y las compensaciones. El movimiento de fábricas ocupadas fue coptado por el Estado. El de desempleados sigue existiendo, pero con mucho menor fuerza. La clase media, habiéndose recuperado y al gozar de gran crecimiento, se mueve de la centroizquierda a la centroderecha.
Argentina ilustra cómo la política de la clase media puede virar dramáticamente de la conformidad a la rebelión, pero al carecer de dirección política regresa a la derecha. Con estabilización, la clase media se escinde de los empleados públicos: aquélla apoya a los neoliberales, y los empleados públicos a la socialdemocracia.
El gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia tiene una masa electoral de pobres urbanos o rural-urbanos, pero los ministros de su gabinete son profesionales, burgueses, tecnócratas y abogados, junto con algunos líderes de movimientos que fueron coptados. Evo Morales combina la demagogia política para las masas, como "la nacionalización del petróleo y el gas" y "la reforma agraria", con prácticas liberales, como acordar proyectos conjuntos con todas las compañías internacionales importantes de petróleo y gas, y excluir a las grandes plantaciones "productivas", propiedad de la oligarquía, de la política de expropiación de la reforma agraria. Mientras tanto, la pequeña burguesía, que inicialmente ayudó a Evo Morales a pacificar a los indios y los trabajadores, se ha ido corriendo a la derecha. Además, dado que Morales respalda las políticas de estabilización macroeconómicas tipo Fondo Monetario Internacional, ha provocado que los principales sindicatos de empleados del sector público (en particular los profesores y los trabajadores de la salud) se vayan a huelga.
Las consecuencias para los movimientos, como en Brasil y Argentina, incluyen la fragmentación y el retorno de la clase media a la centroderecha. Se desmovilizan los grupos sociales y hay un descontento creciente entre el sector público de la clase media, pues las alzas a los salarios apenas exceden el incremento al costo de la vida, pese al vasto aumento de las entradas gubernamentales procedentes de los elevados precios de la exportación de minerales.
Los nuevos programas de centroizquierda de Lula, Kirchner y Morales son en realidad la nueva cara de la derecha neoliberal: los regímenes de centroizquierda han seguido las mismas políticas macroeconómicas, se niegan a revertir las ilegales privatizaciones emprendidas por los antiguos regímenes, mantienen las gruesas inequidades de clase y han debilitado a los movimientos sociales. Los regímenes de centroizquierda se estabilizaron por el estallido de los precios de los bienes de consumo y las plusvalías en el presupuesto y el comercio, lo cual les permite proporcionar programas mínimos de alivio a la pobreza. Su principal logro ha sido desmovilizar a la izquierda, restaurar la hegemonía capitalista y mantener cierto grado de autonomía de Estados Unidos por haber diversificado mercados mirando a Asia.
En los casos mencionados, el principal problema de los movimientos sociales fue el fracaso para desarrollar un liderazgo político y un programa para el poder estatal, y como tal tener que depender de los políticos electorales de la clase media profesional con movilidad ascendente. Tan pronto como los movimientos subordinan la política extraparlamentaria a los partidos, quedan atorados en las alianzas electorales entre los líderes de la clase media y los grandes capitalistas.
La centroizquierda -si saca ventaja de las condiciones económicas internacionales (como el alto precio de los bienes de consumo y la gran liquidez)- puede estabilizar la economía, bajar el desempleo y reducir la pobreza, pero no resolver los problemas básicos de un desarrollo desigual, el subempleo, la concentración de la riqueza y el poder, la explotación y las inequidades.
La relación de la izquierda con la clase media tiene una aproximación de izquierda y una de derecha. La de derecha implica no asumir las demandas anticapitalistas y antimperialistas, con el propósito de obtener el respaldo del sector privado de la clase media. Eso significa sacrificar los cambios estructurales favorecidos por la clase obrera, los campesinos y los desempleados en favor de las vagas promesas de empleo, estabilidad, protección de los negocios locales y crecimiento. La aproximación de la izquierda se dirige a apoyar al sector público de la clase media y oponerse a las medidas neoliberales, como la privatización, al tiempo que se apoya la nacionalización de las industrias básicas, los incrementos a sueldos y salarios, las pensiones y las garantías de seguridad social, salud pública y mayor educación. El reto principal para la izquierda es combinar la oposición del sector público de las clases medias al neoliberalismo con el anticapitalismo y antimperialismo, que propugnan los sectores militantes de los obreros y los campesinos.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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