Editorial
En la primera vuelta de las elecciones legislativas realizadas ayer en Francia, con el telón de fondo de una abstención cercana a 40 por ciento, la Unión por el Movimiento Popular (UMP) del presidente Nicolas Sarkozy obtuvo un triunfo arrollador sobre la principal formación opositora, el Partido Socialista Francés (PSF), el cual acumula dos graves derrotas al hilo tras la victoria del propio Sarkozy en las presidenciales del mes pasado.
No es necesario esperar la segunda vuelta de las parlamentarias para augurar que la derecha será la fuerza dominante en el Ejecutivo y en el Legislativo, y que Sarkozy, de esa manera, tendrá el camino institucional libre para llevar a cabo lo que llama su plan de "ruptura", que no es otra cosa que el desmantelamiento de lo que queda en Francia de Estado de bienestar, el recorte de las libertades civiles y los derechos humanos, el inicio de la demolición del laicismo estatal y la liquidación de la independencia diplomática y militar de París frente a Washington. En efecto, a juzgar por actos y palabras anteriores del actual jefe de Estado, el proyecto de la derecha gobernante pasa por el fortalecimiento de los mecanismos represivos y su empleo generalizado, el alineamiento acrítico con las desastrosas y criminales políticas "antiterroristas" de la Casa Blanca y la restitución de cuotas de poder a la Iglesia católica, de la que Sarkozy es promotor y adepto practicante; en suma, Francia tiene ante sí la perspectiva de una regresión histórica a los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial, si no es que, en el caso del embate contra el laicismo, a momentos anteriores a la Revolución Francesa.
Por otra parte, el hecho de que la reacción tenga vía libre para convertir en actos legislativos su programa político no quiere necesariamente decir que éste pueda ser implantado sin la resistencia de una sociedad que, a pesar de lo que parecieran indicar los resultados electorales recientes, no va a tirar tan fácilmente a la basura varias décadas de su propia historia y de su desarrollo social y político.
Desde la noche del pasado 6 de mayo, fecha de la segunda vuelta electoral que llevó a Sarkozy al Palacio del Eliseo, diversos grupos sociales marginados -inmigrantes e hijos de inmigrantes, estudiantes, desempleados- protagonizaron violentas protestas en las calles de varias ciudades francesas, por lo que percibieron, atinadamente, como el inicio de un proceso de cierre de los pocos espacios políticos, sociales y económicos que les quedan a amplios sectores de la población.
En adelante, y con las riendas plenas del poder y de la legislación, la derecha gobernante se dedicará a exacerbar la fractura social que se ha manifestado recientemente en el país que tiene por divisa los valores de libertad, igualdad y fraternidad, pero que se muestra cada vez más opresivo, inequitativo y, desde hace un mes, dirigido hacia un capitalismo salvaje y neoliberal que sustituye el valor de la fraternidad por el de la competencia.
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