Marcos Roitman Rosenmann
Simpatizantes de Hugo Chávez marcharon ayer en la capital venezolana en apoyo a la decisión presidencial de no renovar la concesión a Radio Caracas Televisión Foto: Reuters
Nada más basto que presentar un problema bajo la forma de caos social. Al hacerlo, se parapetan en ello los reaccionarios buscando un relato de coyuntura apropiado a sus fines. Diseñan un guión al cual deben ceñirse los actores bajo las luces de una sociedad espectáculo. Así buscan controlar los tiempos de sus propuestas informativas. Es la manera de presentar el problema. En este caso se trata de la libertad de expresión, derecho por el cual se ha luchado desde tiempos inmemoriales dentro del capitalismo; por ende, su aplicación y beneficios no son asimilables a su dinámica interna. A pesar de ello, sus clases dominantes se consideran sus herederas desde los orígenes de la historia.
Las luchas exigiendo libertad de expresión e información se han acompañado siempre con demandas democráticas por la enseñanza pública, gratuita y obligatoria, condición sine qua non para la emergencia de una ciudadanía en su proyección ética y dignidad social. No resulta extraño que marcara un punto de inflexión en la lucha contra los regímenes oligárquicos en América Latina. Exigir estar alfabetizado y gozar de educación era una forma de romper el círculo de la desinformación y la represión cultural, amén de la política. Por ello, los defensores de la democracia han sido y son impulsores de proyectos educativos liberadores. Paulo Freire, por ejemplo. Pero hagamos un poco de historia. ¿Cómo quienes han reprimido la libertad de expresión e información se convierten hoy en sus paladines?
El derecho a la libertad de expresión y de información es parte de la lucha reivindicativa de las clases sociales dominadas y explotadas por romper el control sobre la interpretación del mundo ejercido en cualquiera de los órdenes institucionales, militar, familiar, religioso, político y económico. Así, mientras perteneció a la Iglesia, la lucha fue contra el poder inquisidor. La institución formuló la contrarreforma por medio del Congreso de Trento. Sin embargo, ya había castigado la libertad de expresión para quienes contraviniesen interpretar las escrituras pintando retablos y murales en los sitios de culto. Los artistas díscolos fueron purgados, prohibidos sus lienzos y sus frescos tapados con cal. Con la imprenta llegó la quema de libros. La secularización abrió las puertas a un conocimiento laico del poder y la historia. Pero la libertad de expresión, información y la lectura siguió siendo un privilegio de minorías. La escasa prensa escrita en el siglo XVIII propició el concepto de la opinión pública ilustrada. Pocos lectores, en medio de una sociedad semicampesina y analfabeta. Periódicos liberales y conservadores. La censura se ejerció cuando se contravenía el orden regio, republicano e imperial. Pero algo cambiaría el mundo; junto a la revolución industrial, en el siglo XIX, la cuestión social y la emergencia del movimiento obrero determinaron un nuevo tipo de prensa. Ahora se podía contrainformar y educar. Los periódicos representaban intereses de clases. Las imprentas editan libros y pasquines peligrosos. La burguesía ejerce la represión. Los dominados sólo podían ser objeto de la información, no sujetos participantes. La coacción cae sobre las organizaciones obreras, sus partidos y medios de comunicación. La mordaza es total. Marx, Engels, Blanc, Proudhon, y en América Latina Flores Magón, Martí, Mariátegui o Recabarren.
Hoy el problema es el mismo: las clases dominantes atacan la libertad de expresión para mantener el control sobre la noticia y la producción de realidad, sólo que hoy son infinitamente más sofisticadas. El desarrollo científico-técnico transforma la manera de construir la noticia y de producir la dominación ideológica. Hemos pasado del periódico ancestral y la rotativa al láser, de la radio al videocine, de la televisión a la televisión digital, Internet y el MP4. La noticia llega a lugares recónditos en tiempo simultáneo. Ello permite adjetivar a los acólitos de la globalización capitalista como la sociedad de la información. Así, para quienes luchan en esta batalla se trata de romper el control monopólico ejercido por las trasnacionales de los medios de comunicación sobre los hechos, la historia y la noticia. Así nacen las radios comunitarias, los periódicos digitales, la prensa independiente, las televisiones libres, vecinales o cualquier forma de la contrainformación mediática. Es el uso alternativo. La técnica como arma política.
En esta dinámica, el gobierno de Venezuela aplica una ley que lo habilita para rescindir un contrato de concesión a una empresa privada de medios de comunicación dentro de un Estado democrático. Cuestión legítima y aplicada en todos los países donde hay marcos legales al respecto, desde Estados Unidos, España y México hasta Japón o Canadá. Por ello, ninguno de los detractores de la decisión señala que no se ajusta a derecho. Así, hemos visto ejercer a las trasnacionales la libertad de expresión e información. Sin embargo, no han informado, mienten y han vulnerado el derecho a la información veraz. Veamos.
Un conjunto de medios de comunicación trasnacionales, como Televisa, CNN, o PRISA, entre otros, empresas de capital cuya lógica consiste en ganar dinero y hacer propaganda del capitalismo, han dado pie a pensar que revocar una concesión supone eliminar la libertad de expresión y de información. Han emitido la misma noticia en sus canales, asumiendo el relato y las imágenes. No han contrastado con el gobierno venezolano. Sólo hubo un titular. La libertad de expresión y de información está en peligro en Venezuela: Hugo Chávez cierra un canal de televisión privado contrario a su ideología. La sociedad se rebela. El Estado reprime. El corolario fue el siguiente: la libertad de expresión e información se sustenta en la empresa privada, cuyo complemento es una pequeña red pública de televisión y radio administrada eficientemente para evitar una competencia desleal. Dicho equilibrio es la base del edificio de la libertad de expresión e información en la sociedad contemporánea. Roto el pacto, no hay libertad de expresión ni de información. El totalitarismo asecha. No importa que el capital privado controle más de 75 por ciento de los medios de comunicación social. Eso se ocultó. Por ello, podemos concluir que la decisión en Venezuela no supone un obstáculo a la libertad de expresión o de información, ya que proviene de un falso postulado. La empresa privada no fomenta la libertad de expresión e información: su objetivo es difundir los principios del capitalismo y sus intereses; a los hechos nos remitimos.
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