Neil Harvey
La alimentación se está volviendo tema central en gran parte del mundo. Por ejemplo, en el reciente encuentro con los pueblos zapatistas en Chiapas, los y las representantes de varios movimientos rurales de la red global Vía Campesina compartieron sus análisis de las luchas en el campo. A pesar de las diferencias de cada país, era posible percibir un objetivo común: la defensa de la agricultura campesina como el sustento de una sana, accesible y diversificada alimentación. Al mismo tiempo, en México se inicia una nueva campaña llamada Sin Maíz no Hay País, con el fin de defender la soberanía alimentaria y reactivar al campo (ver la página web www.sinmaiznohaypais.org; para Vía Campesina, ver http://viacampesina.org/main_sp/).
Sabemos que en aquellos países donde un significante porcentaje de la población depende de manera directa del campo, las políticas neoliberales han tenido un impacto muy fuerte, presionando a los campesinos a entrar en los mercados globales en términos muy desventajosos o a simplemente abandonar la agricultura.
Por ejemplo, en India, donde 65 por ciento de la población trabaja en el sector agrícola, Yudvir Singh (de la Unión Campesina Bhartiya Kissan, de India) denunció el hecho de que la apertura comercial haya llevado a una caída de los ingresos de los campesinos. En vez de garantizar mejores precios y salarios, el gobierno sólo ofrece créditos para que compitan con productores de otros países. Sin posibilidades de pagar sus deudas y sin ingresos que les permitieran salir de la pobreza, alrededor de 150 mil campesinos se han suicidiado en India desde 1992. Al mismo tiempo, el gobierno está usando una ley que data de la época colonial para ofrecer las mejores tierras a empresas privadas, reduciendo la cantidad de tierra disponible para producir alimentos y desplazando a más de 100 mil familias campesinas y más de 80 mil trabajadores agrícolas. Este proceso está siendo resistido por un amplio movimiento campesino, rebeliones locales y movimientos armados en el sur del país.
Algo parecido pasa en Brasil, donde el auge de la producción de etanol está llevando a graves conflictos, como señaló Soraia Soriano, del Movimiento dos Sem Terra (MST). Actualmente 46 por ciento de la tierra está en manos de uno por ciento de la población, o sea, la elite agroexportadora, que ha evitado la implementación de la Ley de Reforma Agraria de 1988. El gobierno de Lula se dedica más a promover la inversión en grandes obras de infraestructura y en la exportación de etanol, procesos que desplazan a los trabajadores del campo e incluso a algunos ganaderos que luego abren nuevos terrenos en la selva amazónica. Las mujeres del MST no se quedan con los brazos cruzados, y el 8 de marzo pasado ocuparon varias plantas de etanol en una protesta en contra de la firma de acuerdos entre los gobiernos estadunidense y brasileño para impulsar mayor producción de lo que Frei Betto correctamente ha llamado los necrocombustibles (La Jornada, 5 de agosto).
Por su parte, el representante de la Red Campesina del Norte de Tailandia, Uthai Sa Artchop, contó la historia de lucha regional en contra de los proyectos de monocultivo, la construcción de represas y la tala de los bosques. La resistencia toma la forma no solamente de marchas y protestas, sino también de la promoción de prácticas cotidianas (como la de utilizar saberes tradicionales, la recuperación de suelos y la rotación de cultivos). Tejo Pramono, de la Unión Campesina de Indonesia, notó la gran similitud entre las condiciones económicas y sociales en su país y en México. Al igual que en San Salvador Atenco, en Indonesia los campesinos defendieron sus tierras contra un proyecto de construir un aeropuerto en su localidad. También se organizaron en trabajos colectivos para proveer a las familias alimentos producidos con métodos orgánicos.
Finalmente, en los países más industrializados, lo que queda de la agricultura familiar está siendo marginada por los grandes agronegocios. En Canadá, el nuevo gobierno conservador está debilitando el sistema de precios garantizados a los productores de cereales como el trigo, lo cual ha provocado una demanda legal por parte de la Unión Nacional de Agricultores. En Estados Unidos, el Congreso está discutiendo una nueva legislación que continuaría otorgando subsidios a las grandes compañías de exportación de granos, dejando a un lado la necesidad de apoyar los ingresos y los derechos de los pequeños productores y trabajadores agrícolas migrantes.
En todas partes se ha vuelto imprescindible reconocer los grandes aportes de las comunidades agrarias. Como dijo en Chiapas Dong Uk Min, de la Liga Campesina de Corea, la mera existencia de los seres humanos se debe a los campesinos y las campesinas del mundo. En México la campaña Sin Maíz no Hay País contribuye a esta revaloración y promueve una demanda nacional y global: el derecho a la alimentación.
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