Carlos Fernández-Vega
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Agrupa al 0.3% de privilegiados
Con Fox creció corrupción y concentración
Sostenida pérdida de valor del peso
Mientras el inquilino de Los Pinos celebra, de forma por demás temeraria, que la “sólida estabilidad económica” permite al país mantenerse al “margen” de la sacudida financiera, bursátil y cambiaria que se observa en los principales centros especulativos del planeta, aquí la Bolsa Mexicana de Valores ya no siente lo duro sino lo tupido, con 13 por ciento de caída acumulada en su principal indicador a lo largo del último mes.
Las causas que provocaron la crisis crediticia hipotecaria en Estados Unidos, que trae asolada a la comunidad bursátil internacional, se asemejan a las que en 1994-1995 motivaron el estallido del reprivatizado sistema bancario mexicano: financiamientos a diestra y siniestra, sin garantías suficientes ni comprobación de la capacidad de pago del créditohabiente, en un ambiente de alza en las tasas de interés. Si en ese entonces la bomba del tequila causó estragos, cuantimás ahora que estalló en el vecino del norte, el “motor del mundo”, por mucho que el michoacano le eche ganas al discurso.
La drástica sacudida que reporta la Bolsa Mexicana de Valores ha provocado la regresión del índice de precios y cotizaciones a niveles observados en abril pasado; es decir, una caída acumulada en el último mes cercana a 4 mil 300 puntos, o lo que es lo mismo alrededor de 13 por ciento, y todo se atribuye al (viejo truco) del “nerviosismo” en el mercado bursátil estadunidense y sus secuelas en los periféricos.
Y como es bien sabido, y por demás padecido por los mexicanos, no hay “solidez” económica (real o ficticia) que soporte el embate de las hordas especulativas. Sólo hay que revisar los últimos 30 años de historia económica-financiera, amén de que no existe una globalización “buena” que a todos ayude y salve de las sacudidas provocadas por una globalización “mala”.
Aún así, los inversionistas en el mercado bursátil mexicano no reportan pérdidas. Pueden, sí, reclamar por ganancias menores a las pronosticadas, pero no de pérdidas. Cuando Calderón a duras penas llegó a Los Pinos, el índice de precios y cotizaciones de la BMV se ubicó en 24 mil 962.01 puntos; ocho meses y medio después, con todo y sacudida, llegó a 28 mil 140.73, un avance cercano a 13 por ciento. Hasta mediados de julio pasado, cuando comenzó el meneo, la ganancia acumulada en ese mismo periodo fue cercana a 26 por ciento.
El problema es que dichos inversionistas (en realidad, sólo unos cuantos tienen peso específico en el mercado mexicano) se han acostumbrado al crecimiento geométrico de las ganancias, en medio de una economía estancada que, con el modelito impuesto, ya no da de sí. Y lo anterior se agrava cuando se conoce que las pérdidas bursátiles y/o financieras fácilmente se socializan, no así las ganancias concentradas en dicho grupúsculo.
Vale recordar que en el marco de una economía estancada, sin mayor oferta de bienestar social para su población, con desempleo, migración crecientes, y tantas otros triunfos del modelo económico que se niegan a modificar, el mercado bursátil mexicano arropa a menos del 0.3 por ciento de la población económicamente activa del país y/o al 0.1 por ciento de la población total.
Se ha comentado en este espacio que en el autodenominado gobierno foxista prácticamente nada creció, salvo la corrupción, la concentración del ingreso, las utilidades de la banca extranjera que se apoderó del sistema financiero que opera en el país, la expulsión de mano de obra y, desde luego, las ganancias bursátiles para los alrededor de 130 mil privilegiados (contra medio millón dos décadas atrás) inversionistas en bolsa que por cada peso invertido en el mercado mexicano de valores el primero de diciembre de 2000 obtuvieron, al cierre del sexenio, 4 pesos.
La Bolsa Mexicana de Valores, hemos señalado, es parte fundamental de esa magia del modelo económico concentrador. En los últimos seis años, los del “cambio”, el número de empresas registradas en el mercado bursátil nacional se redujo sustancialmente y el de las activas fue cada vez menor, al tiempo que de diciembre de 2000 a noviembre de 2006 el número de inversionistas prácticamente no se modificó. Sin embargo, las utilidades promedio –libres de impuestos, desde luego– crecieron como la espuma, si se considera el comportamiento del principal indicador de la BMV, el índice de precios y cotizaciones, que pasó de aproximadamente 6 mil 300 puntos el primero de diciembre de 2000 a poco más de 24 mil: casi 400 por ciento de incremento, en una economía con una tasa promedio anual en el sexenio de poco más de 2 por ciento.
Hasta julio pasado, el gobierno de la “continuidad” les había procurado 26 por ciento de ganancia (promedio, según el índice de precios y cotizaciones), hasta que a esta “sólida estabilidad económica” la realidad le volvió a pegar. Pero cuidado: suelen pasar la factura a los que nada tienen que ver en este negocio.
Las rebanadas del pastel
En el mismo contexto de “sólida estabilidad económica” y con igual “nerviosismo”, el tipo de cambio peso-dólar (en detrimento, obvio es, de la moneda mexicana) se bambolea: ayer llegó a 11.24 por cada billete verde, cada vez más cerca de los 12.50 (más tres ceros) por uno. Si por estos días se concreta lo anterior, los mexicanos celebrarían un hecho histórico: en 30 años, un dólar 100 mil por ciento más caro hoy que el 31 de agosto de 1976, cuando el entonces inquilino de Los Pinos, Luis Echeverría, devaluó el peso mexicano, tras 24 años de paridad fija, con el billete verde. En ese entonces el tipo de cambio era de 12.50 y a punto está de llegar a 12 mil 500 (no hay que olvidar que la mancuerna Salinas-Aspe le borró tres ceros a la cotización), en medio de una “sólida estabilidad económica”, que tampoco promueve el crecimiento ni genera empleo, ni distribuye la riqueza, ni tantas otras cosas.
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