Angel Guerra Cabrera
Estados Unidos arrastra al mundo al caos y la destrucción sin precedente si no se le pone freno a tiempo. Llama la atención que pese a lo obvio del hecho, y a su extrema peligrosidad, no sea objeto de discusión pública salvo en contados medios especializados o alternativos.
Posteriormente al 11/S, con las agresiones a Afganistán e Irak, la superpotencia inició un largo ciclo de conquista, sea mediante el “libre” comercio o la guerra, para mantener la hegemonía apoderándose de los recursos naturales del mundo. No sólo el petróleo y el gas, también el agua, los minerales estratégicos y, por lo visto, una gigantesca superficie en América Latina, el Caribe, Africa y Asia dedicada a producir agrocombustibles con destino a su insaciable demanda. Se trata, en suma, de un proyecto de recolonización del planeta por un solo poder y sus socios mediante la instauración de un orden internacional basado primordialmente en el uso –o amenaza– de la fuerza, que estaba decidido desde años antes en los tanques pensantes neocon/neoliberales. El extraño sabotaje contra las Torres Gemelas y su manejo por la maquinaria mediática proporcionó la coyuntura óptima para acometerlo.
Contrariamente a los que muchos pensaban, la Unión Europea ha demostrado no tener la voluntad política para intentar ponerle coto. Con la inicial oposición de su núcleo franco-alemán a la intervención en Irak feneció toda resistencia de la “vieja” Europa a la agresiva política de Washington. Más aún, la elección de Angela Merckel en Alemania y de Nicolas Sarkozy en Francia ha profundizado en grado sumo su prexistente subordinación a Estados Unidos. Se veía venir desde que poco después de concluida la ocupación de la antigua Mesopotamia, fue bendecida en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con la anuencia de un desfalleciente Chirac y un debilitado Schroeder.
Cierto, la derrota en Irak y el empantanamiento en Afganistán, acompañados por una práctica genocida, graves violaciones a los derechos humanos y el asalto a las libertades civiles en casa y en la propia Europa, han minado extraordinariamente la credibilidad de Washington, más horadada aún por la enorme incertidumbre en el futuro inmediato del sistema financiero internacional atado al dólar. Pero paradójicamente, lejos de reducir la connivencia de las elites políticas occidentales con aquél, la ha incrementado.
El rumbo internacional tomado por Estados Unidos, en cambio, lo coloca inevitablemente en ruta de colisión con Rusia –como se ha visto en cuanto al escudo antimisil, Irán y Kosovo– con China y, casi seguramente, con India, potencias nucleares con creciente independencia y protagonismo mundial y, por supuesto, con todos los estados que aspiran a un desarrollo autónomo, principalmente en América Latina. El cuadro para el estallido de nuevos y devastadores conflictos bélicos, incluso con armas atómicas, se configura a marcha forzada. Agravado por la decisión de George W. Bush de incluir este tipo de medios dentro de la panoplia de la llamada guerra preventiva y por casi cada paso que da en política exterior. El último, el megacontrato armamentista con los regímenes árabes reaccionarios, en abierta provocación a Irán.
La primera gran clarinada alertando sobre esta gravísima amenaza la ha dado Fidel Castro al divulgar en su artículo “Reflexión sobre duras y evidentes realidades” (www.jornada.unam.mx/reflexiones/) un incisivo análisis del general Leonid Ivashov, ex jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas rusas. Fidel –me escribió un amigo desde Buenos Aires– se anotó un gol de media cancha en favor de la paz mundial al sacar a luz lo que es comidilla en (algunos) ministerios de Defensa y casi nadie se atreve a mencionar siquiera.
Por mi parte, no veo ninguna posibilidad de un giro favorable en esta situación cualquiera sea el desenlace de las elecciones de 2008 en el norte revuelto y brutal. Si la conciencia antibélica de los estadunidenses crece –como revelan las últimas elecciones de medio término y recientes encuestas– los precandidatos con posibilidades de llegar a la Casa Blanca no se dan por enterados. Ni uno solo ha abogado por apartarse sustancialmente de la política de obtención de la superioridad militar a ultranza, de la guerra preventiva, de hostilizar a Irán “con todas las opciones sobre la mesa” y, claro, tampoco tocar con el pétalo de una rosa a los incendiarios criminales de guerra gobernantes en Israel.
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