Octavio Rodríguez Araujo
En el momento de escribir estas líneas el Partido Acción Nacional ganó la elección de gobernador en Baja California, es decir, consolida triunfos después de 18 años de que el gobierno federal priísta le reconociera por prximera vez que había vencido a sus opositores (en aquel entonces a Margarita Ortega, del Revolucionario Institucional).
Varios analistas políticos, que escribieron sus artículos el domingo (publicados el lunes en diversos medios), daban como presunto beneficiario del proceso electoral a Hank Rhon, el candidato del PRI en alianza formal con el Verde Ecologista y en asociación implícita con los partidos del Trabajo y Convergencia (supuestamente de izquierda). Se argumentaba que el hecho de que el multimillonario ex alcalde de Tijuana se presentara como víctima de los tribunales locales que lo quisieron sacar de la jugada, operaría a su favor, además de la derrama de dinero de que hizo gala el hijo del profesor mexiquense, también millonario y ahora fallecido.
Pero no fue así, con lo que no quiero decir que del otro lado, del lado del PAN, el proceso fuera limpio, transparente y sin la mano negra de Elba Esther y su partido político (el Panal) que desplaza desde donde puede a donde puede como si fuera un enjambre de avispas. El PRI, por cierto, se movió poco como partido nacional en Baja California; como que hubiera dejado solo a su candidato, quizá porque no lo fuera tanto sino una autoimposición local. No deja de ser sintomático que Beatriz Paredes, presidenta del tricolor, no llegara para una anunciada conferencia de prensa con Hank mientras que Manuel Espino, presidente del blanquiazul, sí estuvo presente con el candidato de su partido y hasta le levantó la mano (La Jornada, 6/06/07).
En Aguascalientes las cosas fueron diferentes. El PRI recuperó la alcaldía de la capital del estado después de un decenio de panismo; y lo mismo sucedió en otros municipios. En la elección de diputados locales el PAN será segunda fuerza en la Cámara. Se esperaba que el blanquiazul arrasara, pues se trata de una entidad conservadora y próspera económicamente, pero no fue así.
Lo más paradójico fue Oaxaca, es decir, sus elecciones. La primera sorpresa fue el abstencionismo (casi de 64 por ciento), cuando se supone que la gente, en su mayoría, estaba en contra del gobernador Ulises Ruiz por sus modos despóticos de gobernar. Todo mundo entiende que la mejor manera de contrarrestar a un gobernador objetado es mediante el Congreso local; sin embargo, los priístas ganaron más diputaciones que sus contrincantes, según los resultados preliminares, con lo cual el sátrapa Ruiz sale fortalecido.
Se puede pensar, con muchos elementos de juicio a favor, que el aparato de gobierno se movió para manipular el proceso electoral, y no dudo que así haya ocurrido. Los priístas, y ahora los panistas, saben muy bien cómo hacer trampas. Ya lo vimos en la elección presidencial del año pasado. Empero, hubo otro ingrediente muy importante, y que lo reconoce el vocero de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO): el voto de castigo impulsado por el movimiento magisterial y popular en contra de PRI, PAN, PVEM y Panal no logró su objetivo (La Jornada, ídem).
Esto es muy delicado y grave. Si un movimiento popular (y no sólo magisterial) con más de un año en actividad opositora no logró el objetivo de castigar en las urnas a la derecha partidaria, quiere decir cualquiera de dos cosas: no caló como movimiento en todo el estado o no se organizó correctamente para vencer a sus enemigos llamando a votar en lugar de abstenerse y, eventualmente, haciendo una alianza con el Partido de la Revolución Democrática, cuya fuerza en la entidad no es despreciable.
La APPO y el PRD están obligados a hacer un análisis serio y objetivo de su estrategia, pues una de dos: o subestimaron a sus enemigos o sobrestimaron su fuerza y el heroísmo de su lucha. Decir, como expresó el subsecretario de asuntos electorales del Comité Ejecutivo Nacional del PRD, que el alto abstencionismo se debió a la desconfianza de la población en los órganos electorales es una verdad a medias. La mejor manera de derrotar una elección de Estado (que incluye el control de la institución electoral) es acudiendo a las urnas masivamente, de tal forma que la diferencia de votos sea tan abrumadora que el poder instituido no pueda ocultar ni trampear los resultados impunemente.
El PRD poco podía hacer en Baja California o en Aguascalientes. Su fuerza en estos estados es relativamente modesta y muy inferior a la que parecía tener hace un año. Pero en Oaxaca se esperaba otra cosa. En 2006 la Coalición Por el Bien de Todos obtuvo, para la elección presidencial en la tierra de Juárez, 46 por ciento de los votos, contra 31.7 por ciento del PRI-PVEM y 16.8 por ciento del PAN (en elecciones de diputados de mayoría relativa, sin el "efecto AMLO", el resultado fue semejante: 41.8, 34.3 y 16.7 por ciento, respectivamente.) ¿Qué pasó ahora? ¿Se desinflaron? ¿No se coordinaron con la APPO o ésta sólo tiene fuerza en la capital del estado y alrededores? Tal vez. Habrá que hacer un análisis cuidadoso de estas elecciones para aproximarnos un poco más a una respuesta válida. Pero, por lo pronto, el repudiado PRI se salió con la suya, y lo peor es que Ulises Ruiz también. Habremos de ver qué ocurrirá en las próximas elecciones municipales.
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