José Steinsleger
En días pasados, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, visitó Puerto Príncipe (en particular Cité Soleil, urbe paupérrima habitada por medio millón de personas), y luego redactó un informe increíble, adjetivo que por sus contenidos se nos hace más apropiado que un aguado "no creíble" (La Jornada, 09/08/07).
"Me alegré de ver tanta actividad y animación, tantos indicios de normalidad", dijo el coreano, a más de festejar y solicitar al Consejo de Seguridad (o sea a Estados Unidos) una prórroga a la presencia de la llamada Misión de Estabilización (sic) de las Naciones Unidas (ONU, Minustah). Oigamos, entonces, la versión de Mercius Lublin, morador del distrito Boston de Cité Soleil, en la noche del primero de febrero pasado:
"... La familia estaba durmiendo en el suelo porque los soldados de la ONU habían aconsejado a todos en la zona que lo hicieran así. Entonces empezaron a disparar. Me di cuenta de que yo había sido herido en un brazo, mi mujer en los pies y que mis dos hijas se hallaban bañadas en sangre" (Stephanie y Alexandra Lublin, de 7 y 4 años años).
Según la agencia de noticias IPS (que inspeccionó los cadáveres de las niñas), la Minustah calificó el hecho de "daños colaterales". Por su lado, el representante especial adjunto del secretario general de la ONU para Haití, Joel Boutroue, responsabilizó de los asesinatos a los "miembros de las pandillas". En suma: un capítulo más del operativo Sin Piedad Hacia Cité Soleil (así llamado por la Minustah en diciembre pasado).
Siempre que se habla de Haití, hay que volver a empezar. ¿Hay palabras para explicar por qué su pueblo sigue cargando con dos siglos malditos de "civilización" y "progreso"? En la literatura aparecen. Recordemos al suizo Siguera, personaje de la novela El siglo de las luces (Alejo Carpentier, 1962), cuando en medio de la guerra independentista le dice a un francés: "Los negros no los esperaron a ustedes para proclamarse libres un número incalculable de veces".
Con Haití hay un problema. Es un pueblo de negros explotados sin misericordia por un grupo minúsculo de burgueses negros. Pueblo que hace 200 años derrotó, simultáneamente, a todas las potencias militares de la cristiandad y, por esto, y nada más que por esto, se le dio de baja en el concierto de las naciones libres.
El suizo de Carpentier daba a entender que las ideas, alzamientos populares y proclamas independentistas de Haití fueron producto de sus contradicciones, primero, y de las influencias libertarias del pensamiento anglosajón y europeo, después. "Todo lo que hizo la Revolución Francesa -añade- fue legalizar la Gran Cimarronada que no cesa desde el siglo XVI."
¿Acaso Macandal, quemado vivo por los franceses, fue en su época un simple jefe de pandilleros? Treinta y tres años después, en 1791, se levantó Boukman, quien organizó a los esclavos negros en el norte de Haití, proporcionándoles veneno hecho por él mismo de yerbas del país, para que se lo dieran a los franceses en comidas y refrescos.
En la noche de truenos y relámpagos del 22 de agosto de 1791, en una ceremonia vudú celebrada en el bosque de Bois Caiman, Boukman inició la rebelión de los esclavos. Los alzados imploraron la ayuda vengadora de los dioses negros contra los dioses blancos de la esclavitud, y así sostuvieron, victoriosamente, las cuatro patas de la libertad: la causa antiesclavista, la causa anticolonialista, la causa antifeudal, y la causa antimperialista.
En Haití, observó Carpentier, nació el verdadero concepto de independencia. Pero los llamados "jacobinos negros" decretaron derechos políticos iguales para todos los negros libres y los mulatos, y nada dijeron de los esclavos negros. La Asamblea francesa envió sus representantes y, ante el peligro de perder la rica colonia azucarera a manos de los ingleses, publicaron el decreto de emancipación general de los esclavos el 29 de agosto de 1793, hecho que no había ocurrido en el mundo hasta ese momento.
A inicios de 2004, los haitianos no pudieron celebrar el bicentenario de su independencia. Washington, París y la elite negra derrocaron al presidente constitucional Jean Bertrand Aristide. El país caribeño fue ocupado por enésima vez en su historia. Y a continuación, dispusieron que la Minustah quedase a cargo de las tareas sucias: 10 mil asesinatos, para empezar.
En ese mismo año, el Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas señalaba que con 8 millones y medio de habitantes, 7 millones de haitianos subsistían con menos de dos dólares diarios. Y cinco, de estos siete, con menos de un dólar al día. La comida disponible apenas alcanzaba entonces para 55 por ciento en un país donde una de cada tres muertes, 38 mil al año, correspondía a niños y niñas menores de cinco años consumidos por la desnutrición crónica, grave y extrema.
Sin embargo, el lobotomizado señor Ban Ki Moon, títere de la Casa Negra, intituló su informe: "Una esperanza para Haití". Porque vea usted: "gracias a la promulgación de nuevas leyes, los ingresos fiscales aumentaron una tercera parte el año pasado..." etcétera.
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