Orlando Delgado Selley
Luego de un primer trimestre relativamente complicado la economía estadunidense parecía haberse recuperado bien, de modo que sus expectativas de crecimiento sólo se habían reducido dos décimas, al pasar de 2.2 por ciento a dos por ciento. Sin embargo, las perspectivas han vuelto a ensombrecerse. La semana pasada estalló la burbuja inmobiliaria, lo que enloqueció a los inversionistas en el mundo entero derrumbando todas las bolsas de valores. Los bancos centrales de los países desarrollados inyectaron cantidades estratosféricas de dinero para evitar que la caída de los valores de las tenedoras de los créditos inmobiliarios contagiaran en mayor medida a los otros emisores. De cualquier modo hubo caídas en el Dow Jones, en el C 40, en Frankfurt, y demás índices.
Las dificultades de los créditos inmobiliarios en Estados Unidos eran conocidas. Pese a ello la bursatilización de esos créditos no se detuvo. Siguió como si nada ocurriera, presentándose fenómenos como los ocurridos en Enron, lo que infló la burbuja aumentando geométricamente los riesgos. Lo notable es que los tenedores se localizan prácticamente en todo el planeta, lo que contiene un riesgo importante de crisis sistémica. Los recursos que los bancos centrales inyectaron en el curso de la semana parecían servir de poco. Por eso, el viernes pasado la Reserva Federal (Fed) anunció una disminución de medio punto en la tasa de interés que se aplica a las operaciones interbancarias, la que pasó de 6.25 a 5.75.
La razón que impulsó a la Fed a tomar esta medida, que permitió que las bolsas internacionales cerraran el viernes positivamente y que lunes y martes funcionaran como si nada hubiera pasado, fue que: “las condiciones de los mercados financieros se han deteriorado y la restricción del crédito y la mayor incertidumbre podrían impedir que continúe el crecimiento económico”. En meses recientes la Fed se había concentrado en reducir las presiones inflacionarias, a través de sucesivos incrementos en la tasa de referencia, generando un claro aumento en el costo del dinero. Naturalmente, un sector que de inmediato resintió esta modificación fue el de casas nuevas, pero también se complicó la situación de quienes habían tomado créditos para comprar vivienda.
La decisión de la Fed evidencia que ese banco central se ocupa de la inflación y también del crecimiento o de su equivalente el desempleo. Esa historia de que un banco central debe tener un objetivo único, la estabilidad de precios, sólo la cuentan a los países en vías de desarrollo. Lo grave no es que nos la cuenten, sino que les creemos y lo convertimos en credo, como si fuera la palabra divina. La Fed modificó también una práctica importante en las operaciones de compra-venta de créditos: los plazos pasaron de un día, que es lo típico, a 30, obligando a fijar la tasa durante ese mes, lo que genera estabilidad.
La lección para nuestro país es fundamental. El Banco de México en esta situación seguramente habría hecho lo de siempre: restringir la liquidez aumentando el costo de las operaciones interbancarias, lo que hubiera encarecido de inmediato al conjunto de las operaciones crediticias. De modo que los créditos al consumo realizados vía tarjeta de crédito, que han venido presentando problemas de pago, se complicarían más dificultando su cumplimiento. El impacto sobre el crecimiento hubiera sido significativo.
Hasta ahora parece que esa intervención de la Fed ha detenido la catástrofe bursátil. Sin embargo, la economía estadunidense, particularmente el sector de vivienda, resentirá una desaceleración más importante de la que venía mostrando. La demanda de vivienda nueva se reducirá por las dificultades crediticias. En este momento incluso las hipotecas de bajo riesgo tienen dificultades de pago, las que obligarán a la Reserva Federal a disminuir las tasas de interés para operaciones al menudeo hasta 4.5 por ciento. Ello repercutirá en el nivel de actividad económica, reduciendo el crecimiento a 1.8 por ciento.
La economía mexicana resentirá esa disminución en el ritmo de crecimiento. Incluso si las complicaciones se resolvieran, se reducirán las expectativas de crecimiento de la economía nacional probablemente en un cuarto de punto. De modo que creceríamos a 2.8-2.9. Esta mayor desaceleración, como es obvio, no será uniforme: quienes más perderán, como siempre, son los que menos tienen, los que han subsistido gracias a las remesas enviadas por los migrantes y que, dada la crisis del sector inmobiliario, han empezado a disminuir y lo harán aún más. Así que nuestra mayor desaceleración significará mayor pobreza.
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