Guillermo Almeyra /II y último
Hay “amigos” que hacen recordar el dicho mexicano “no me defiendas, compadre”, pues lo que dicen hunde a su “defendido”. Dos de ellos son James Petras y Robin Eastman-Abaya, quienes publicaron un artículo el 24 de agosto en Rebelión bajo el título de “Cuba: revolución permanente, contradicciones transitorias”. En éste ofrecen al gobierno cubano consejos obvios (Raúl Castro ya había planteado lo que ellos proponen): invertir mucho más, aumentar la producción, elevar la productividad. Pero, ante el bloqueo estadunidense, ¿quién invierte en Cuba, país poco poblado, con escaso mercado interno y grandes riesgos para el capital debido a los controles estatales y la situación política? Venezuela no basta, y el Estado, que debe pensar en la defensa y debe importar los alimentos pagándolos al contado, no tiene recursos.
Los articulistas critican además el dominio de la industria citrícola por un criminal de guerra israelí. ¿Se debe eso a que el gobierno es sionista o a la necesidad de aceptar los compradores e inversionistas, aun infames, que compensan su decisión de violar el bloqueo obteniendo condiciones y ganancias leoninas? ¿Tiene Cuba ahora los recursos para fabricar y exportar subproductos del níquel y de los cítricos, como impone la simple lógica? ¿Es que el aumento de la productividad no exige inversiones en maquinaria, insumos, fertilizantes, semillas, a un país que carece de divisas y de créditos? Además, ¿la actual crisis en Estados Unidos no marca el fin de la sobreabundancia de dinero líquido en el mercado mundial? Por lo tanto, mientras se buscan nuevas inversiones no explotadoras o se fomenta el trueque con otros países, lo urgente sería reducir los despilfarros y robos, aumentar la productividad agrícola estimulando a los campesinos (por lo menos a los que están cerca de las ciudades y, por lo tanto, gastan menos en fletes y combustibles), para que produzcan alimentos abundantes y baratos, todo lo cual ha propuesto Fidel Castro apelando a la movilización política.
Pero eso nos lleva a lo que los dos articulistas no mencionan: el socialismo sólo puede ser el resultado de la elevación de la conciencia individual y colectiva, de una transformación moral basada en sentimientos solidarios, en el fin de los egoísmos. No se logra sólo con mejores computadoras, aunque ellos digan que “la computarización (…) definirá parcialmente el paso al socialismo del siglo XXI”. Ni es sólo resultado de la “participación” (en planes y objetivos fijados por otros y controlados desde arriba).
Ahora bien, la propuesta de Petras y su coarticulista de sembrar etanol donde antes se plantaba azúcar (¡justo cuando Fidel ataca correctamente las políticas salvajes de sembrar comida no para dar alimentos sino para quemar como combustible mientras millones mueren de hambre!), o de abandonar la ayuda humanitaria (a Nicaragua, Venezuela, Bolivia, incluso a Nueva Orleáns, ayuda que es escuela de solidaridad, de internacionalismo y de antimperialismo, y es pagada en petróleo y divisas por Venezuela), son planteamientos que eliminan la construcción de otra moral y otra conciencia y dejan todo en manos de los economistas y burócratas, con sus cálculos de costos computarizados.
Considerar que la solidaridad no da divisas y que, por consiguiente, hay que concentrar los recursos en la producción de mercancías es un consejo peligroso que recuerda el mísero concepto de Jruschov sobre el socialismo: “el socialismo es más goulash”. Por supuesto, no se puede construir socialismo en la miseria y en la escasez; por consiguiente, para marchar hacia él hay que elevar aún más el consumo de proteínas y mejorar aún más los servicios educativos y sanitarios gratuitos (que ningún otro país ofrece). Pero el consumo sin conciencia ni educación solidaria reproduce el capitalismo y, además, las necesidades y consumos de una sociedad solidaria no pueden ser los del mercado actual.
La visión estalinista de los autores de que el socialismo se puede construir en Cuba, prescindiendo del mundo y procurando el progreso económico a cualquier costo, y que la solidaridad sería mero despilfarro y no inversión para lograr aliados políticos y sociales, deja todo en manos de los tecnócratas. No es casual que en el artículo ni se hable de autonomía, autorganización e independencia de los trabajadores frente a su propio Estado ni de autogestión, consejos, poder popular. O sea, de todo lo que constituye la única garantía para controlar la burocracia, para evitar los robos, para imponer igualdad, para seleccionar racionalmente las necesidades de inversión, equilibrando los aspectos económicos con los sociales.
Tienen razón, sin embargo, los autores cuando dicen que en Cuba el partido se identifica con el Estado. El primero se sobrepone así a los trabajadores y piensa y decide por ellos, y el Estado, a su vez, está obligado a hacer una política diplomática que va a menudo contra las ideas que trata de difundir el partido y contra los pueblos (por ejemplo, con el apoyo a la dictadura argentina durante la guerra de las Malvinas ). Pero pretenden vetarle a Cuba el derecho-deber de utilizar las contradicciones intercapitalistas cuando dicen que apoya a “reaccionarios neoliberales como Lula”.
También se equivocan cuando sólo ven a los privilegiados cubanos de todo tipo que critican la situación en la isla por la derecha pues querrían un imposible capitalismo democrático, “olvidándose” al mismo tiempo de la izquierda que se afirma en una parte importante de la intelectualidad cubana y de lo que trata de hacer el mismo Fidel Castro. Así desarman a los amigos de la Cuba revolucionaria y a los trabajadores cubanos justamente en este momento crítico en que son tan necesarios un balance histórico y la lucha ideológica. Fidel Castro tiene razón de sobra cuando afirma que esos “amigos” ofrecen “veneno”.
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