Rolando Cordera Campos
La vulnerabilidad de la economía mexicana no necesita ser dramatizada. Su desempeño es mediocre y su capacidad para redistribuir es prácticamente nula, salvo cuando se mira de abajo arriba, a las verdaderas cumbres de la riqueza donde se concentra y acumula el ingreso generado por todos. Su afamada dinámica exportadora está en entredicho porque no irradia al resto de los sectores y regiones, y porque las finanzas públicas se mantienen sometidas a la suerte del petróleo que paulatinamente se agota. El empleo flaquea y la ocupación precaria e insegura se apodera del escenario urbano.
A qué horas se perdió la senda o por qué se jodió este Perú llamado México, es pregunta abierta que no encontrará respuesta en fonda alguna. No son España ni el tiempo, sino nosotros y, en especial, los que mandan, quienes tenemos que hacer y rendir las cuentas. El año pasado se abrió una oportunidad para hacerlo de manera abierta, pero la arrogancia del poder lo impidió a costa de su propia legalidad y arrojó al país todo a una situación de encono y confrontación que parece sin salida.
De un país con brillante porvenir, antes y sobre todo después del redescubrimiento de la riqueza petrolera, México pasó a ser el “gigante postrado” por su extremada dependencia de Estados Unidos, como lo describe el diario El País en su edición del domingo pasado. El día en que el presidente Calderón ensayaba una repetición sin chispa de las glorias del presidencialismo autoritario, con todo y los ridículos aplausos al crecimiento de la reforma monetaria, hubimos de atestiguar algo quizás más grave que la debilidad económica: la imparable evanescencia del sentido del Estado en el Estado mismo, a la que acompaña fatalistamente una clase empresaria carente de imaginación y sólo con ganas para contar lo logrado en el negocio de ayer, mientras planea e imagina la fuga semanal al club social.
El cuadro que nos ofrecen los grupos dominantes es patético, y no mejorará con las extrañas cruzadas en defensa de los ciudadanos contra los partidos y el Congreso, como la montada en estos días al convertir al presidente del Consejo General del IFE en Mister Ciudadano.
Estas defensas no fortalecen el estado de derecho y sí minan lo poco que tenemos de democracia representativa, sobre todo cuando partidos y Congreso parecen decididos a normalizar mínimamente la viciosa relación entre el dinero y la política.
Volver a la carga con el enemigo público numero uno, acusando a AMLO de erosionar la majestad del IFE por no haber reconocido su derrota, no esconde el hecho de que esta curiosa defensa del ciudadano se hace precisamente cuando la industria de la radio y la televisión reclama sus fueros y busca poner contra la pared a los legisladores. Ojalá y no vayamos a acabar oponiendo a la propuesta reformista en materia de medios y elecciones, el argumento de la soberanía del consumidor, usado y abusado por Berlusconi cuando Massimo d’Alema quiso acabar con la “espotizacion” de la política italiana.
De poco han servido los alegatos jurídicos sólidos y sensatos hechos por los especialistas sobre la reforma constitucional electoral propuesta. Al grito de al ladrón, los salvadores de la legalidad se saltan las trancas de la legalidad misma, ponen en cuestión la capacidad del Congreso para legislar y reformar la Constitución y se inventan un IFE etéreo al que todos, en especial los partidos políticos, deben rendir obediencia y servir tributo. Su papel arbitral originario pasó a la historia gracias a una curiosa teoría constitucional pergeñada a golpe de columna o de diatriba a la medianoche en algún canal televisivo, sin siquiera tomar en cuenta la opinión de varios consejeros que difieren de su presidente y advierten que la defensa del instituto no puede hacerse a periodicazos.
Mientras todo esto ocurre y nos desgasta sin pausa, después de orar y vivir las glorias del pasado el presidente Calderón hace mutis y emprende vuelo a los mares del Sur sin escala en el Congreso, donde se discuten la reforma electoral y la miscelánea del sufrido secretario Carstens. La angustia fiscal ha llegado al cuello y ni el gobernador Ortiz se salva de la ira panista, que sin más arremete contra sus cálculos económicos.
Treinta años de reforma para ampliar la representación política de los mexicanos, pero sin tocar los núcleos y nudos duros del Estado y del poder material, nos han llevado a un sistema plural y sin duda representativo donde nadie coopera y todos erigen la zancadilla en sabiduría política y hombría de Estado. Representación sin cooperación y establemente estancados: el presente continuo, pero sin posmodernidad a la mano.
De brillante porvenir... hasta que llegaron Fox y sus lecciones de amnesia histórica y su crucifijo en el auditorio. Si no se quiere ir más lejos, fue ahí que se jodió Tenochtitlán y no hay Diosa de la Tierra que nos redima. En mala hora se descubrió el portento.
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