Bernardo Bátiz V.
La política mexicana se ha regido demasiado por fórmulas, por apotegmas, breves sentencias que encierran una idea, fáciles de recordar y que en parte por ello se repiten una y otra vez, y mal o bien interpretadas juegan el papel de los refranes que repetían las abuelas, a los que llamaban la Biblia chiquita, porque en buena medida por ellos regían sus vidas y sus relaciones.
En política, algunos de estos dichos breves, casi siempre ingeniosos, agudos, que corren por tradición oral, se convierten también en pequeñas biblias para muchos y se aceptan por la llamada clase política sin mayor análisis, y lo mismo en las filas de partidos en el gobierno que en partidos de oposición, lo mismo en corrientes de izquierda, de derecha o de total indefinición ideológica, postura que tan de moda está.
Dos de estos apotegmas, que en mi opinión han sido a veces causantes de males en el ejercicio de la que debería ser una noble y respetada actividad, como es la política, son el atribuido al profesor Carlos Hank, un clásico ya del refranero del cinismo: “Un político pobre es un pobre político”, y otra que oí se atribuía a un actual gobernador, que fue varias veces diputado y que dice: “En política, lo que se vende es más barato”.
Respecto de estas dos sentencias o fórmulas, no hay duda de su perversidad ni de su cinismo, pero hay otra, que es más profunda y que encierra una parte de verdad, porque destaca un valor positivo, como es el de guardar las formas, que frecuentemente no es otra cosa que, llanamente, cumplir con la ley.
Me refiero, como debe ser evidente para algunos, a la frase lapidaria del político práctico pero también teórico de la política que fue don Jesús Reyes Heroles: “En política, la forma es fondo”, que vino al caso sobre la liturgia del pasado, la reciente y la del futuro del Informe presidencial.
Destaca, y rescato en su momento esta frase afortunada, el respeto que los políticos deben tener por las formas, por las fórmulas, que es otro modo de decir respeto por los procedimientos establecidos en la ley. En el fondo, la frase nos recuerda que, al menos exteriormente, debemos ser extremadamente cuidadosos, letristas en todo aquello que prescriben las normas, desde la Constitución hasta el último reglamento vigente o el último acuerdo parlamentario.
Tenía razón el maestro de teoría del Estado al poner el asunto a la vista de todos y llamar la atención sobre el valor de las formas, en un momento en que éstas se interpretaban a capricho del poderoso o se sustituían por rituales o prácticas al gusto de quien se encontraba al mando, que era el presidente de la República; lo malo es que los seguidores de don Jesús, y los repetidores de su frase, frecuentemente, desconociendo el verdadero valor de la expresión y atendiendo sólo al ingenio de ella, han creído que lo que aconseja el maestro es que basta cuidar la forma, sin que el contenido importe un comino. Y están equivocados.
Uno de estos errores se refleja en la confusión que hay entre gradualismo y negociación. El gradualismo, en teoría democrática, es el avance pausado pero firme hacia sistemas más confiables y democráticos, al ritmo que imponen el voto popular y la politización del pueblo; en cambio, la negociación es avanzar mediante la renuncia a principios, a partir de cesión de espacios al contrario, a cambio de que a su vez nos cedan alguno, arreglos a espaldas de la opinión pública, “en lo oscurito”, y se manifiesta en avanzar en lo que se pretende a cambio de compromisos con la otra parte, y en un comercio vergonzoso en el que la formula cínica pudiera ser: acepto lo que me pides y me debes una; aceptas lo que te pido y te debo una.
En esta forma de hacer política, hablar de diálogo se vuelve un mito, porque de lo que se trata no es de escuchar y dar razones, sino de medir fuerzas; por eso ha perdido importancia en el sistema parlamentario la discusión y el discurso. ¿De qué sirvió, por ejemplo, con toda la elocuencia y el contenido político que tuvo, el discurso de Andrés Manuel López Obrador ante la Cámara de Diputados en su proceso de desafuero, si ya de antemano y antes de oír argumentos en pro y en contra los legisladores estaban preparados para votar en un sentido o en otro, según las indicaciones de sus coordinadores parlamentarios?
Por este culto a las formas, en las cámaras salen ya sobrando los debates y los discursos; los coordinadores de cada grupo cuentan con su número de legisladores presentes, que votarán como ellos les indican, de la misma manera en que un grupo de accionistas cuentan con su paquete de acciones que llevan en el portafolio. En esa forma, la política se pervierte, las soluciones siempre son parciales, limitadas, parches mal pegados en las leyes, porque para que uno reciba el apoyo del contrario debe a su vez aceptar algo de él, o apoyarlo en algo que él proponga; los intereses de la comunidad quedan así puestos a un lado y la política se convierte en una mesa parecida a la de los cambistas medievales, “dando y dando palomita volando”; te libero a tu preso pero me apruebas mi presupuesto; te autorizo al funcionario que propones pero me apruebas mi ley, te doy dos ministros por un ombudsman.
Si queremos avanzar realmente en una reforma de la parte del Estado que es reformable, tendremos que cambiar prácticas políticas más que leyes, que cambiar conciencias más que reglas y procedimientos, y permitir que se avance en la medida en la que el pueblo, por medio del voto libremente emitido y honradamente contado, nos lo indique.
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