Pedro Miguel
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En el Manual de diagnóstico y estadística de los trastornos mentales, editado por la cuestionada Asociación Siquiátrica de Estados Unidos, la pedofilia está incluida en la lista de trastornos sexuales y de la identidad sexual, sección de parafilias, “impulsos sexuales, fantasías, o comportamientos recurrentes e intensos que implican objetos o actividades poco habituales; para considerarse un trastorno mental, debe además causar daño a otro o deteriorar la vida del sujeto”. El término fue acuñado por Richard von Krafft-Ebing (1840-1902) en su libro Psychopathia Sexualis (1886) y se refiere a la atracción sexual regular que sienten algunos adultos hacia individuos prepúberes de cualquier edad y género. Hebefilia o lolismo describe la preferencia erótico-sexual de hombres maduros por jovencitas preadolescentes o púberes y se emplea efebofilia para nombrar la atracción que experimentan hombres maduros hacia muchachos de entre 13 y 18 años; la corofilia designa la inclinación de lesbianas maduras hacia niñas impúberes y la nepiofilia se refiere a la atracción sexual de adultos hacia bebés y lactantes.
Lo primero que habría que decir de los pedófilos y de la pedofilia es que ocupan un lugar muy polémico porque no todo mundo está de acuerdo con que esta inclinación sea intrínsecamente perversa; uno puede hacerse una idea de lo extenso y profundo de la polémica en la página de discusión de la entrada “pedofilia” de Wikipedia en español (http://es.wikipedia.org/wiki/Paidofilia). Además, un pedófilo no es necesaria y obligadamente un agresor sexual y, perversión o no, la pedofilia no es un delito si el que la experimenta no la lleva más allá del terreno de las fantasías. En tercer lugar, no existe un criterio absoluto y universal para definir la edad a partir de la cual es lícito y aceptable mantener relaciones sexuales. En muchas regiones de América Latina, del mundo islámico, de Europa misma (en donde ese rango de edades va de los 12 a los 18 años), incontables individuos en principio honorables irían a dar al bote si se aplicaran con rigor códigos penales que suelen estar, por lo demás, en contradicción con las leyes familiares que permiten el matrimonio antes de la mayoría de edad.
En cambio, hay un consenso casi universal en el sentido de que la agresión sexual a un menor de edad (pederastia) es una agresión agravada (por la indefensión de la víctima, (por el grado de control que puede ejercer el agresor, por las secuelas que deja en quienes la padecen...) y una ofensa social intolerable. Ante ello, algunos agresores, como el francés Francis Evrard, mantienen posturas cínicas y desafiantes: “Me joden sólo porque tengo desde hace años una foto [de un niño desnudo] en mi celda... Me atraen los niños; ¿y eso qué tiene?”, se jactaba poco antes de salir de la prisión de Caen, en julio pasado. Unas semanas después, secuestró y violó a un niño de cinco años y, una vez recapturado, presumió haber hecho lo mismo con más de 40 menores. El caso llevó al presidente francés Nicolas Sarkozy a proponer la “castración química” para abusadores sexuales de menores.
Jean Succar Kuri ha ido más allá: aunque oficialmente no la reconoce –a pesar de los hechos abrumadores que la evidencian–, al parecer convirtió su parafilia en una máquina de hacer dinero; para mayor precisión, en una “red mundial de pederastia, turismo sexual y trata de mujeres”. La sospecha persiste. Sería bonito y edificante que Eduardo Medina Mora, titular de la Procuraduría General de la República (PGR), nos anunciara una mañana que se ha descartado de manera total y definitiva que los mencionados en el libro de Lydia Cacho hubiesen tenido alguna participación en los delitos de Succar , y que junto con Kamel Nacif Borge, “el héroe de esta película”, hubieran participado en esa red, ya fuera como clientes, como socios o como invitados especiales; sería también muy lindo que nos aclarara de una vez por todas que las “botellas de coñac bellísimas” ofrecidas en conversación telefónica por Nacif a Mario Marín, gobernador de Puebla, eran eso, botellas de coñac, y no jovencitas, como lo han sugerido muchos.
Lo que sí parece saber a ciencia cierta la PGR es que Succar Kuri presenta "características de la personalidad que investigadores internacionales asocian con personas que presentan trastorno sexual y de la identidad sexual, como son las parafilias, en la modalidad de pedofilia". El propio procesado lo admitió, en un lenguaje peculiar, ante una de sus víctimas: la atracción hacia las niñas, le dijo, “es mi vicio, es mi pendejada y sé que es un delito y está prohibido, pero esto es más fácil, pues una niña chiquita no tiene defensa, la convences rápido y te la coges. Esto lo he hecho toda mi vida, a veces.” (en Los demonios del Edén, de Lydia Cacho, 2ª edición, p. 116).
Algunos delincuentes sexuales menos poderosos han admitido ante autoridades judiciales su pérdida de control. El pederasta reincidente argentino Francisco Irusta, de 37 años, tras escuchar una sentencia a 20 de cárcel, dijo: “Señores jueces, yo no me voy a recuperar a esta altura. Pasé casi la mitad de mi vida en la cárcel. Les pido que me condenen a la pena de muerte porque cuando salga voy a reincidir”. El español Ismael Velázquez, homicida y violador serial, sostuvo a cámara, y con una angustia palpable, que “nadie me asegura que el día de mañana no lo voy a volver a hacer; nadie”, y pidió, por medio de su abogado, que se le aplique el tratamiento Sarkozy, que consiste en administrar al reo inyecciones semanales o mensuales de Depo-provera, que originalmente es un anticonceptivo para mujeres y que, en organismos masculinos, reduce las concentraciones de testosterona y disminuye, con ello, el deseo sexual. “Castración química” es una expresión excesiva e imprecisa porque, a diferencia de lo que ocurre con la castración quirúrgica, el tratamiento es reversible. Por añadidura, no hay forma de garantizar que un hombre sometido a dosis de Depo-Provera experimente una desactivación sexual total: “si el individuo desea superar los efectos de estos medicamentos, lo logrará”, así sea ingiriendo testosterona sintética para contrarrestar los efectos del anticonceptivo. Para colmo, la idea ha suscitado el rechazo de quienes ven en ella una violación a la integridad física y los derechos reproductivos de los sentenciados.
La idea está de moda, pero no es nueva. Hace tres años Francia puso en marcha un programa piloto para desactivar con fármacos la sexualidad de 48 reincidentes en delitos sexuales, y la propuesta se remonta a los primeros años 70 del siglo pasado, cuando dos investigadores estadunidenses encontraron relación entre el historial delictivo de algunos violadores y sus altos niveles de testosterona. La primera aprobación legal de la desactivación sexual tuvo lugar en California en septiembre de 1996, en donde se otorgó la libertad condicional a algunos convictos por pederastia con la condición de que se dejaran inyectar Depo-provera en forma regular. Actualmente el tratamiento es opcional para los primodelincuentes, pero obligatorio para los reincidentes. En ambos casos, los reos deben escoger entre el compuesto químico y el cuchillo del cirujano, es decir, la extirpación de los testículos. De todos modos, a decir de Wikipedia, “los castrados pueden, ocasionalmente tener erecciones, orgasmos y eyaculaciones”. Ya no tuve estómago (o los susodichos) para seguir investigando, se acabó el espacio y les dejo este texto, lleno de links, en el blog de Navegaciones.
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