Luis Linares Zapata
Por más optimismo que derroche ante públicos cautivos, Calderón, el presidente del oficialismo, atisba el año en curso con urgencias inocultables. Sus primeras reacciones han sido fanfarronas: afirma estar entrenado para enfrentar álgidas circunstancias y hasta siente un poco de emoción ante la adversidad, confesó a banqueros reunidos en Acapulco. Haciendo caso omiso de tales baladronadas, el descontrol de las bolsas de valores en el mundo entero se acentúa y generaliza como llamada de emergencia inicial. Lo negro del panorama vendrá después y apunta hacia los aparatos productivos. La economía real será la afectada y la de México no saldrá impune de los oleajes sino que, con predicha seguridad, quedará contaminada por la inminente recesión estadunidense.
En la retaguardia de este cercano futuro se han venido acumulando problemas que la autoridad no ha atendido de manera debida. La inconformidad creciente de los productores del campo, adelantada desde hace tiempo, sólo ha recibido tajantes negativas ante la petición de revisar las consecuencias del TLC agropecuario. El déficit en la balanza comercial y el de la cuenta corriente de la balanza de pagos llegó, en el 2006, a niveles insostenibles y augura dolorosos ajustes posteriores que no paliarán las exportaciones petroleras o las remesas de la migración. La reforma hecha a la Ley del ISSSTE agrandó los ya de por sí enormes hoyos que el SNTE acarrea por la manera y la sustancia con que la maestra Gordillo usa y abusa de sus prerrogativas de mando ante la debilidad del gobierno formal.
La polarización entre grandes segmentos de la población continúa y se acrecienta la percepción de un rumbo de intolerancia hacia la oposición, sobre todo la que no transige con los llamados a deponer su rebelde actitud, doblegando posiciones. Los aumentos de precios en la parte medular de la canasta básica, con motivo del llamado gasolinazo, no tienen respuesta alguna aparte de la negativa a revisar salarios.
Alejado de la búsqueda de salidas nuevas, la derecha retorna a los argumentos de siempre: con la aprobación de estas reformas (la inmediata en turno) se retomará el crecimiento económico perdido durante 25 años. Las que se visualizan en el horizonte del 2008 son las tres últimas de la lista que elaboró el consenso de Washington: la laboral, la judicial y la más interesante y jugosa (para las trasnacionales) de todas: la energética.
Para completar este prometedor panorama, ya repetido por años con precarios resultados, Calderón volteó su atención, con premura y cerrazón grupal, hacia el ralo e inexperto equipo que lo acompaña. Con dos cambios en su gabinete quedaría sellada la estrategia para dar cauce a los problemas atorados y lograr las reformas añoradas. Sólo faltaba atender el espacio partidario que un año electoral, el 2009, le presentará, no sólo al panismo tambaleante, sino a su propia administración. Por eso y en el más depurado estilo del priísmo autoritario, Calderón impuso a su propio alfil en el PAN. Así, la obra, desde su altura de miras, quedó concluida. La eficacia política de su gobierno dará alcance a los futuros acontecimientos.
El logro que tanto cacarea Calderón, los acuerdos en el Congreso, seguirán dándose y su marcha triunfadora está asegurada. Ahí está el inflado secretario de Gobernación para garantizar que tales planes se lleven a feliz término. Pero la recepción que ha recibido el ambicioso funcionario no fue la prevista.
En el manipulado trasteo mediático para entronizarlo se cruzaron varios factores que gravitarán de manera perturbadora en el espacio público y afectarán el desempeño del nuevo delfín. Uno, el relevante, lo formó, de inmediato, un cúmulo de sospechas que cruzan intereses entre las empresas familiares (gasolineras, eólicos) con los asuntos públicos bajo su encomienda. Aspectos que levantan trabas por doquier, incluidas las legales.
A pesar de la reciente decisión de la Suprema Corte de Justicia que dejó en la impunidad tanto a Mouriño como a Calderón por los contratos otorgados (CFE) cuando ambos actuaron como funcionarios de la Secretaría de Energía, el juicio popular seguirá su curso. Las probadas irregularidades y hasta factibles delitos que la ASF apuntó seguirán ramificándose en el imaginario colectivo en la medida en que se avance en la reforma que, en este jugoso campo de mega- negocios, ambos piensan proponer al Congreso.
Pero de todo lo que se ha examinado del ajuste instrumentado por Calderón es la decidida intención de agotarlo sobre un cerrado círculo de subordinados de similar corte. De aquí en adelante, las consecuencias del accionar de este cenáculo de iniciados, repercutirán directamente sobre el mismo Calderón. Él es el que, a imagen y semejanza, introdujo a estos nóveles personajes, los condujo en una meteórica carrera por la función pública y ahora les encarga los bártulos del mando federal.
Calderón trata de repetir lo que él llama una experiencia de éxito pasado. Rememora los cambios sobre la marcha en la pasada campaña que encaminar la contienda electoral al triunfo en las urnas, se le olvida el apoyo de todo el sistema de poder, incluido el fraude.
Ninguno de los nuevos secretarios conoce, de propia mano, el complicado mosaico de problemas que afectan a la sectorizada, regionalizada, clasista, injusta realidad del país. No saben de las directas o indirectas relaciones que se traban entre las cúspides y eso que ha dado llamar las bases sociales, y de estas últimas entre sí mismas. Han sido entrenados en el extranjero y su edad e inclinaciones individuales no los han puesto en contacto con los mexicanos rasos, menos aún los excluidos, para ellos tan invisibles como lejanos. Sólo han atisbado hacia arriba y a los lados de los círculos cupulares del poder, ellos son sus referentes y metas. Las consecuencias se irán viendo con pasmosa rapidez, y lo cierto es que serán de pesado costo para el país.
El margen de maniobra interno se le va angostando a la derecha. Los pronósticos económicos, aún los benévolos, apuntan hacia un crecimiento que, con dificultad, llegará a 2 por ciento en su mejor escenario. Calderón, el administrador temporal de sus privilegios, ha dado eficiente prueba de que el horizonte que entrevé es chico, cerrado y faccioso.
Con ese modo de enfrentar las acuciantes necesidades de México no se llegará lejos y sus posibilidades de continuidad serán puestas en la picota del juicio popular.
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