PRD: elecciones decisivas
Con el telón de fondo de confrontaciones internas agudizadas y sin una postura definida ante la grave circunstancia por la que atraviesa el país, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) se acerca a una elección decisiva para renovar a su dirigencia. Por diversas razones, el proceso correspondiente será una prueba de fuego para el instituto político: no sólo está en juego la capacidad de las distintas facciones para llevar a cabo campañas limpias y apegadas a los estatutos, a las normas democráticas y al decoro, sino también definiciones partidistas puntuales ante el gobierno calderonista y ante el movimiento de resistencia ciudadana que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
En el país tiene lugar una crisis institucional generalizada, se desarrolla una renovada campaña para privatizar –así sea con subterfugios– el sector energético, hay militarización alarmante, acoso legislativo a los derechos y a las garantías individuales, ofensiva antisindical y manejo económico manifiestamente antipopular; por añadidura, la liberación total de las importaciones agrícolas, en el contexto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pone al campo y a sus habitantes ante una perspectiva de desastre social, y los signos de recesión procedentes de la economía estadunidense amenazan con descarrilar la precaria estabilidad interna.
En tales circunstancias, la principal fuerza partidista de la izquierda mexicana se encuentra inmovilizada por sus proverbiales conflictos internos, por su desconfianza –que es recíproca– hacia los movimientos populares y ciudadanos, y por la tendencia de su burocracia a concentrarse en la cosecha de los beneficios derivados de sus posiciones de poder, en detrimento de los objetivos programáticos del partido.
Es claro que, en la difícil situación nacional, cuando el grupo gobernante parece empeñado en multiplicar y ahondar la suma de los descontentos populares, y cuando éstos amenazan con desbordarse, el PRD no debería limitarse a ser una simple fuerza parlamentaria, a la manera de las que operan en las democracias consolidadas; por el contrario, tendría que esforzarse en su articulación con los malestares ciudadanos y encauzarlos por vías pacíficas y legales, a fin de impulsar un proyecto de país con democracia plena, equidad social y soberanía nacional.
Esos fueron los objetivos fundacionales del instituto político y en el momento presente no hay razones a la vista para considerarlos obsoletos. Más aún, los dirigentes y cuadros medios perredistas están moralmente obligados a recordar que en la construcción de su partido confluyen esfuerzos y sacrificios personales y colectivos muy anteriores al 5 de mayo de 1989, movilizaciones agrarias y sindicales, así como gestas sociales; deben tener en mente, asimismo, que durante el salinato fueron asesinados centenares de perredistas, en el contexto del acoso gubernamental contra la entonces joven organización política.
Con todos esos antecedentes, el partido del sol azteca se juega su futuro y su viabilidad en la próxima elección de la nueva dirigencia. De la pulcritud del proceso y de las definiciones que surjan de él dependerá, en buena medida, que el partido obtenga la cohesión interna y la congruencia que se requieren para hacer frente a los designios antipopulares y antinacionales del grupo político, empresarial y mediático que detenta el poder, o bien que se vea reducido a un aparato meramente testimonial, si no es que decorativo, y a una oposición funcional sin más sentido que el provecho de sus dirigentes y funcionarios. Por el bien de la sociedad en su conjunto y de las perspectivas de gobernabilidad en el país, cabe hacer votos por que la segunda de esas perspectivas no se haga realidad.
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