Alfredo Jalife-Rahme
Mientras la fauna neoliberal entreguista del PRI-PAN pretende desnacionalizar Pemex, los sabios gobiernos de Argentina y Brasil han echado reversa a la insana privatización (obligada por la unipolaridad estadunidense) de los hidrocarburos –la suprema materia prima de la geoestrategia– cuando se encaminan a renacionalizar y/o a restatizar integralmente sus pletóricos recursos, en el escenario de la decadencia financiera anglosajona y su excrecencia española.
Por cierto, encuestas “privadas”, mandadas a hacer por uno de los partidos involucrados en el desmantelamiento de Pemex, señalan que 71 por ciento de los mexicanos está en contra de su privatización (llega a más de 80 por ciento cuando se trata de “asociación con extranjeros”). Esto, naturalmente, ha sido ocultado en forma perversa por los multimedia locales concesionados (que no se olvide), ya no se diga por sus empleaditos –los hijos de Goebbels, quienes se atragantan con tanta mendacidad, como si los ciudadanos fuesen retrasados mentales–, lo cual empaña (de hecho sovietiza) cualquier debate democrático sobre el destino de los hidrocarburos de México y obliga a iniciar la gran democratización por la libertad de las concesiones de los multimedia, hoy un oligopolio neototalitario controlado por la dupla neoliberal PRI-PAN, y por donde pasa la verdadera batalla ciudadana para obtener su nueva libertad en el siglo XXI. Es curioso que la batalla por la independencia de Pemex desemboque ineludiblemente en la exigencia de la libertad plural de las concesiones multimediáticas como un acto imperativo de la mayor jerarquía trascendental de la nueva democracia del siglo XXI.
El doble descubrimiento de hidrocarburos en el océano Atlántico a más de 5 mil metros de profundidad por Petrobras, en los campos de Tupi y Júpiter, ha sido de tal impacto que ha reavivado el orgullo y el nacionalismo de los brasileños, cuyo gobierno desea construir un submarino nuclear que proteja sus pletóricos yacimientos marítimos, lo cual ha irritado a Stratfor (30/1/08), portavoz propagandístico (más que centro de pensamiento) israelí-texano.
Debido a los pletóricos hallazgos, los cariocas exultan al ritmo de samba que “El petróleo demuestra que el mismo Dios puede ser brasileño” (O Globo, 16/11/07), lo cual ha desatado la campaña O Petroleo é Nosso (El Petróleo es Nuestro).
En este contexto de orgullo nacionalista, cuando Brasil ha pasado en pocos años de importador a exportador para figurar en los años venideros entre los grandes del planeta, Leo de Almeida Neves, ex director del Banco de Brasil y ex diputado federal, publicó “Renovar la campaña El Petróleo es Nuestro” (Jornal do Brasil; 20/1/08), recirculado por Reseña Estratégica del Movimiento de Solidaridad Iberoamericano (1/2/08).
Todavía Leo de Almeida Neves no se enteraba el mismo día del hallazgo del prodigioso campo Júpiter cuando exultaba las pletóricas reservas de Tupi, “entre 8 mil y 18 mil barriles”, lo cual “impone (sic) modificar la legislación sobre las concesiones que transfiere a las empresas la propiedad del petróleo extraído”. Leo de Almeida Neves sugiere lo contrario que promueve en lo oscurito el siniestro cuan ignaro Comité de Energía del Senado de México.
Días después del mirífico descubrimiento de Tupi, la Agencia Nacional de Petróleo sacó de la subasta en forma inteligente la licitación de 41 lotes muy similares al de Tupi, lo cual hizo que las trasnacionales pusieran el grito en los cielos al alegar “rompimiento unilateral de contrato”, mediante una campaña de desprestigio en los multimedia que controlan (el pecado neototalitario eterno y externo).
Rememora el aciago proceso de privatización parcial de Petrobras de parte del entreguista Fernando Henrique Cardoso en 1997 (44 años más tarde a su nacionalización por Getulio Vargas), al “abrir a firmas privadas y estatales la extracción del petróleo, asegurándoles la propiedad (¡super-sic!) y la libre exportación del petróleo encontrado”. ¡Increíble!
La resistencia fue tal que los entreguistas brasileños no pudieron privatizar el total de las refinerías que encabezaba el senador Jorge Bornhause. El fundamentalista neoliberal con máscara de “socialdemócrata” Fernando Henrique Cardoso privatizó 34.04 por ciento de “acciones comunes” con derecho a voto, que “adquirieron los extranjeros en la Bolsa de Valores de Nueva York”. Debido a un intercambio de activos con Argentina, la trasnacional pirata española Repsol se adueñó de la tercera parte de la refinería Alberto Pasquiliani, con sede en Rio Grande do Sul.
Aduce correctamente que la “identificación del gigantesco campo de Tupi cambió el panorama” (ya no se diga con el hallazgo del campo Júpiter) y ahora la “Unión tendrá que repartir con gran atención la renta del petróleo obtenido (de 75 a 90 por ciento del valor real), dividiendo esta receta con los estados (sic) y municipios (¡super-sic!) bajo la forma de regalías”, lo contrario de lo ejercido por los fiscalistas neoliberales “mexicanos”.
En forma absurda, Petrobras se hizo de avorazados socios indeseables, cuando “es la operadora y la única (sic) que dispone de tecnología de perforación y logística en aguas profundas”. El colmo: la trasnacional pirata española Repsol es parasitariamente “socia” de la riqueza de los yacimientos de Tupi, propiedad marítima de la nación basileña, además de que carece de la tecnología de extracción en aguas profundas que detenta Petrobras. Fernando Henrique Cardoso –miembro del disfuncional Club de Madrid junto al mendaz fascistoide José María Aznar López y el apátrida Ernesto Zedillo– fue el “genio” que firmó tal alienación catastral que atenta contra la soberanía elemental de Brasil. ¿A poco la depredadora España aznarista, ya no se diga sus lúcidos ciudadanos, aceptaría similar contrato tan leonino?
A juicio de Leo de Almeida Neves, “otra consecuencia del descubrimiento de Tupi” radica en que “Petrobras deberá reducir su ritmo de inversiones en el exterior (¡super-sic!), en primer lugar en la parte del Golfo de México perteneciente a Estados Unidos”. Entonces, ¿se tambalea, también, el pernicioso proyecto de entrega de la parte “mexicana” del Golfo de México, como dispone el apátrida calderonismo delamadridista-bushiano-aznarista?
Leo de Almeida Neves se pronuncia por “modelos diferenciados” para la extracción y alienta “modificaciones en el marco regulador en el sector del petróleo y el gas, permitiendo compartir la producción con la Unión, y las compañías (incluyedo a Petrobras) que participaran en la exploración no serán propietarias del petróleo”. Recuerda que tal es la regulación vigente en Rusia, Qatar y Nigeria, mientras que la “prestación de servicios” es la pauta de Arabia Saudita, Kuwait, Irán y Venezuela, por lo que fustiga con justa razón el “inconveniente contrato de concesión, mediante el cual las concesionarias se quedan como dueñas del petróleo que descubren”. ¡De locos!
Pero ese modelo enajenante y desnacionalizante del “viejo Petrobras”, emasculado con Fernando Henrique Cardoso, es justamente el que pretende emular el siniestro cuan ignaro Comité de Energía del Senado del “México neoliberal”, en lugar de las tendencias “posmodernas” hacia donde se perfila el “nuevo Petrobras”, más libre y soberano, que se encamina a imitar a la saudita ARAMCO: la primera empresa mundial de petróleo, totalmente estatal, que fue liquidando en forma gradual a sus socios estadunidenses para alcanzar las cimas.
Por cierto, encuestas “privadas”, mandadas a hacer por uno de los partidos involucrados en el desmantelamiento de Pemex, señalan que 71 por ciento de los mexicanos está en contra de su privatización (llega a más de 80 por ciento cuando se trata de “asociación con extranjeros”). Esto, naturalmente, ha sido ocultado en forma perversa por los multimedia locales concesionados (que no se olvide), ya no se diga por sus empleaditos –los hijos de Goebbels, quienes se atragantan con tanta mendacidad, como si los ciudadanos fuesen retrasados mentales–, lo cual empaña (de hecho sovietiza) cualquier debate democrático sobre el destino de los hidrocarburos de México y obliga a iniciar la gran democratización por la libertad de las concesiones de los multimedia, hoy un oligopolio neototalitario controlado por la dupla neoliberal PRI-PAN, y por donde pasa la verdadera batalla ciudadana para obtener su nueva libertad en el siglo XXI. Es curioso que la batalla por la independencia de Pemex desemboque ineludiblemente en la exigencia de la libertad plural de las concesiones multimediáticas como un acto imperativo de la mayor jerarquía trascendental de la nueva democracia del siglo XXI.
El doble descubrimiento de hidrocarburos en el océano Atlántico a más de 5 mil metros de profundidad por Petrobras, en los campos de Tupi y Júpiter, ha sido de tal impacto que ha reavivado el orgullo y el nacionalismo de los brasileños, cuyo gobierno desea construir un submarino nuclear que proteja sus pletóricos yacimientos marítimos, lo cual ha irritado a Stratfor (30/1/08), portavoz propagandístico (más que centro de pensamiento) israelí-texano.
Debido a los pletóricos hallazgos, los cariocas exultan al ritmo de samba que “El petróleo demuestra que el mismo Dios puede ser brasileño” (O Globo, 16/11/07), lo cual ha desatado la campaña O Petroleo é Nosso (El Petróleo es Nuestro).
En este contexto de orgullo nacionalista, cuando Brasil ha pasado en pocos años de importador a exportador para figurar en los años venideros entre los grandes del planeta, Leo de Almeida Neves, ex director del Banco de Brasil y ex diputado federal, publicó “Renovar la campaña El Petróleo es Nuestro” (Jornal do Brasil; 20/1/08), recirculado por Reseña Estratégica del Movimiento de Solidaridad Iberoamericano (1/2/08).
Todavía Leo de Almeida Neves no se enteraba el mismo día del hallazgo del prodigioso campo Júpiter cuando exultaba las pletóricas reservas de Tupi, “entre 8 mil y 18 mil barriles”, lo cual “impone (sic) modificar la legislación sobre las concesiones que transfiere a las empresas la propiedad del petróleo extraído”. Leo de Almeida Neves sugiere lo contrario que promueve en lo oscurito el siniestro cuan ignaro Comité de Energía del Senado de México.
Días después del mirífico descubrimiento de Tupi, la Agencia Nacional de Petróleo sacó de la subasta en forma inteligente la licitación de 41 lotes muy similares al de Tupi, lo cual hizo que las trasnacionales pusieran el grito en los cielos al alegar “rompimiento unilateral de contrato”, mediante una campaña de desprestigio en los multimedia que controlan (el pecado neototalitario eterno y externo).
Rememora el aciago proceso de privatización parcial de Petrobras de parte del entreguista Fernando Henrique Cardoso en 1997 (44 años más tarde a su nacionalización por Getulio Vargas), al “abrir a firmas privadas y estatales la extracción del petróleo, asegurándoles la propiedad (¡super-sic!) y la libre exportación del petróleo encontrado”. ¡Increíble!
La resistencia fue tal que los entreguistas brasileños no pudieron privatizar el total de las refinerías que encabezaba el senador Jorge Bornhause. El fundamentalista neoliberal con máscara de “socialdemócrata” Fernando Henrique Cardoso privatizó 34.04 por ciento de “acciones comunes” con derecho a voto, que “adquirieron los extranjeros en la Bolsa de Valores de Nueva York”. Debido a un intercambio de activos con Argentina, la trasnacional pirata española Repsol se adueñó de la tercera parte de la refinería Alberto Pasquiliani, con sede en Rio Grande do Sul.
Aduce correctamente que la “identificación del gigantesco campo de Tupi cambió el panorama” (ya no se diga con el hallazgo del campo Júpiter) y ahora la “Unión tendrá que repartir con gran atención la renta del petróleo obtenido (de 75 a 90 por ciento del valor real), dividiendo esta receta con los estados (sic) y municipios (¡super-sic!) bajo la forma de regalías”, lo contrario de lo ejercido por los fiscalistas neoliberales “mexicanos”.
En forma absurda, Petrobras se hizo de avorazados socios indeseables, cuando “es la operadora y la única (sic) que dispone de tecnología de perforación y logística en aguas profundas”. El colmo: la trasnacional pirata española Repsol es parasitariamente “socia” de la riqueza de los yacimientos de Tupi, propiedad marítima de la nación basileña, además de que carece de la tecnología de extracción en aguas profundas que detenta Petrobras. Fernando Henrique Cardoso –miembro del disfuncional Club de Madrid junto al mendaz fascistoide José María Aznar López y el apátrida Ernesto Zedillo– fue el “genio” que firmó tal alienación catastral que atenta contra la soberanía elemental de Brasil. ¿A poco la depredadora España aznarista, ya no se diga sus lúcidos ciudadanos, aceptaría similar contrato tan leonino?
A juicio de Leo de Almeida Neves, “otra consecuencia del descubrimiento de Tupi” radica en que “Petrobras deberá reducir su ritmo de inversiones en el exterior (¡super-sic!), en primer lugar en la parte del Golfo de México perteneciente a Estados Unidos”. Entonces, ¿se tambalea, también, el pernicioso proyecto de entrega de la parte “mexicana” del Golfo de México, como dispone el apátrida calderonismo delamadridista-bushiano-aznarista?
Leo de Almeida Neves se pronuncia por “modelos diferenciados” para la extracción y alienta “modificaciones en el marco regulador en el sector del petróleo y el gas, permitiendo compartir la producción con la Unión, y las compañías (incluyedo a Petrobras) que participaran en la exploración no serán propietarias del petróleo”. Recuerda que tal es la regulación vigente en Rusia, Qatar y Nigeria, mientras que la “prestación de servicios” es la pauta de Arabia Saudita, Kuwait, Irán y Venezuela, por lo que fustiga con justa razón el “inconveniente contrato de concesión, mediante el cual las concesionarias se quedan como dueñas del petróleo que descubren”. ¡De locos!
Pero ese modelo enajenante y desnacionalizante del “viejo Petrobras”, emasculado con Fernando Henrique Cardoso, es justamente el que pretende emular el siniestro cuan ignaro Comité de Energía del Senado del “México neoliberal”, en lugar de las tendencias “posmodernas” hacia donde se perfila el “nuevo Petrobras”, más libre y soberano, que se encamina a imitar a la saudita ARAMCO: la primera empresa mundial de petróleo, totalmente estatal, que fue liquidando en forma gradual a sus socios estadunidenses para alcanzar las cimas.
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