(Luis Agüero Wagner)
Hace más de cincuenta años, Virginia Woolf escribió en un ensayo que si un marciano visitara la tierra y se formara idea de ella con la sola lectura de los diarios, pensaría que se trata de un planeta habitado únicamente por hombres. Si la nave espacial de este personaje extraterrestre tuviera la desgracia de posarse hoy en Paraguay, y quisiera informarse sobre donde fue a parar leyendo el diario ABC color de Aldo Zucolillo, no sólo pensaría que llegó a un planeta exclusivamente habitado por hombres, sino además que los propietarios de medios se encuentran aún en la época de las cavernas.
Un recientemente aparecido decálogo de periodismo no sexista -violado en su totalidad por la prensa paraguaya-especifica que la violencia de género es un delito -en tanto y en cuanto constituye una conducta antijurídica que debe ser prevenida y sancionada-, un problema social, un atentado contra el derecho a la vida, la dignidad, la integración física y psíquica de las mujeres y una cuestión concerniente a la defensa de los derechos humanos. Desafortunadamente para las paraguayas, este último es un tema que nunca inquietó demasiado al propietario del diario ABC color. Basta remitirse a los editoriales donde criticaba la promoción de estos derechos por la administración norteamericana de Jimmy Carter, afirmando que al presidente de Estados Unidos le era muy fácil pontificar lejos del problema cuando hablaba de violaciones a los derechos humanos en Argentina durante el Proceso de Reorganización Nacional que encabezaba Videla.
Hoy este mismo personaje que en tiempos del dictador Alfredo Stroessner entregaba donaciones de fuertes sumas al responsable del centro de detenciones y torturas de la policía política, pretende designar a los referentes del progresismo paraguayo, y engatusar a las fuerzas renovadoras en la política latinoamericana para conservar su privilegiada posición en la sociedad paraguaya.
Todo el fuego de la artillería opositora apoyada por esta prensa se centra en la supuesta pusilanimidad de las candidaturas femeninas, a las que se presenta como marionetas en manos de perversos titiriteros, fortaleciendo la fuerte visión machista imperante en Paraguay por siglos. En un reciente programa televisivo la violencia verbal contra las mujeres estuvo a la orden del día cuando la candidata del mayoritario partido colorado a la presidencia de la república, Blanca Ovelar, fue acusada insistentemente de carecer de autonomía moral e intelectual por sus contendientes electorales con vistas a los comicios paraguayos del 20 de abril.
En lo que constituye un verdadero machismo extremo, la candidata fue atacada por un candidato de corta estatura incluso por ser una mujer demasiado alta.
Los adversarios de la primera mujer con serias posibilidades de acceder a la presidencia de la república en la historia paraguaya, un conglomerado de eternos perdedores que al borde de la muerte política fueron rescatados por el obispo suspendido, toman prestado el prestigio católico entre las masas ignorantes para postularse como “el cambio” y se articulan con desesperación en los delirantes intereses de los empresarios de la comunicación, que han visto sus miserias desnudas con la llegada a la presidencia del Paraguay de un antiguo periodista que los conoce en profundidad.
Fernando Lugo, candidato que se autopostula como progresista a pesar de ser un obispo jubilado y estar rodeado de politiqueros en los umbrales de la desaparición política que además de conservadores son corruptos, o referentes que financian su actividad política con donaciones de George W. Bush y otros gobiernos retardatarios, en verdad tiene nefastos antecedentes en materia de consentir la violencia machista.
Cuando la empresaria Cecilia Cubas fue secuestrada durante el año 2004, la prensa consultó sobre la suerte de la joven al presunto candidato “progresista” y éste contestó con indiferencia, manifestando fastidio por el excesivo destaque que la prensa daba al secuestro de la mujer, que acabaría en macabro feminicidio. Poco después, fue encontrado el cadáver de la joven en una fosa, maniatada y con signos de haber muerto asfixiada en el lugar.
Hace pocas semanas la madre de la víctima del horrendo asesinato hizo un conmovedor llamado a las paraguayas a no votar por un candidato que dio muestra de semejante insensibilidad ante la violencia de género, y rechazó el pedido de disculpas del obispo retirado.
Los actuales ataques se centran en la supuesta dependencia que tendría la candidata Blanca Ovelar del partido más popular de Paraguay con respecto a sus cofrades del sexo opuesto, o los antecedentes de su partido en función de gobierno.
Olvidan estos teóricos de la misoginia que con todos los antecesores del mismo signo político de Blanca (partido colorado) los más recalcitrantes críticos fueron los que más preponderante papel desempeñaron en la administración pública a manera de cogobierno. Y aunque duela admitirlo, cuando más pluralista fueron los gobiernos colorados y mayor espacio cedieron a los opositores, más desafortunadas fueron las gestiones.
En su obra “La servidumbre de la mujer” el filósofo John Stuart Mill abordó en profundidad la visión de la mujer de su propia situación, en gran parte inducida por los mismos intereses machistas que buscan marginarla de la política. Todos los objetos de la ambición social en general, una mujer sólo podía buscarlos y obtenerlos a través del marido.
Los referentes del “cambio” y el “progresismo” vestido de sotana han hecho notar que este pensamiento está plenamente vigente en el Paraguay del siglo XXI, surrealista paraje latinoamericano que vive en estos días su más delirante campaña proselitista.
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