Ángel Guerra Cabrera
El séptimo congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) confirma la militancia de la intelectualidad isleña en el proyecto revolucionario, conclusión que deriva de la lectura de los debates (www.lajiribilla.cu/), así como la importancia que La Habana concede a la cultura y al trabajo intelectual y a discutir con sus hacedores los problemas de esa esfera y del país. ¿Dónde más en el mundo el presidente y varios de los más altos funcionarios dedican cuatro largas jornadas a dialogar vivamente y en pie de igualdad con los creadores?
La mayoría de las intervenciones fue muy crítica, de lo que han dado cuenta sesgadamente los medios de difusión dominantes obviando lo fundamental. Que la crítica y el debate en Cuba no son un fenómeno nuevo, aunque hayan existido altas y bajas en su ejercicio y ahora experimenten un auge y una maduración inéditos entre los profesionales del arte y el pensamiento y en una sociedad mucho más educada que al triunfo de la revolución, y se aprecie un esfuerzo notable por abrirle cauces más sistemáticos a su expresión, como acordó el congreso. Pero no a la manera de la perestroika y el glasnost –que terminaron empujando al despeñadero lo que quedaba en la URSS de socialismo–, sino de la voluntad auténtica de perfeccionarlo, profundizarlo, hacer de él una cultura cotidiana signada por la solidaridad y el altruismo y capaz de lidiar con la nueva realidad doméstica e internacional.
Este congreso se realiza cuando Cuba está enfrascada en abatir los dañinos efectos materiales y espirituales de la bíblica crisis, ocasionada por la desaparición de su aliado soviético después de haber logrado el prodigio de sobrevivir a ella, reconstruir y reanimar la economía y sectores enteros de la vida nacional. Entre ellos, la creación y el disfrute del arte, ya que en medio de la tragedia Fidel Castro afirmó que lo primero que había que salvar era la cultura y dedicó a ese empeño cientos de horas de su tiempo e importantes recursos financieros. Los hechos han demostrado su acierto, pues la prioridad que se dio al trabajo cultural en aquel trance llenó de sentido moral a la resistencia y al relanzamiento del sueño socialista cubano, inspirado no sólo en el acervo revolucionario europeo, sino en las tradiciones éticas, emancipadoras y de justicia social de la nación, latinoamericano-caribeñas y del tercer mundo.
El paisaje de hoy es muy distinto al de los tempranos años 90; la isla, entre muchos avances sociales, es el único país de la región que ha alcanzado las metas del Milenio de la ONU y exhibe la mortalidad infantil más baja del hemisferio, junto con Canadá, y una expectativa de vida de 78 años. Hay razones para el optimismo, pero los logros alcanzados están lejos de satisfacer a una sociedad cada vez más demandante. El vicepresidente Carlos Lage lo veía así al dirigirse a la reunión: “La doble moral, la doble moneda, las prohibiciones, una prensa que no refleja nuestra realidad como queremos, una desigualdad indeseada, una infraestructura deteriorada, son las heridas de la guerra, pero de una guerra que hemos ganado”.
El congreso abordó problemas centrales: la distancia entre la política cultural y las referencias de importantes franjas de la población y los jóvenes, la influencia colonial en la programación radial y televisiva frecuentemente tocada por la banalidad y la chabacanería, las insuficiencias pedagógicas y de contenidos en el sistema educacional y en la formación de los maestros noveles, la falta de espacios para el baile y la recreación o las ofertas carentes de calidad, el uso de las nuevas tecnologías en el combate ideológico y la insatisfactoria relación de la Uneac con los jóvenes creadores. Se rechazó la censura como eventual remedio a la difusión de los productos de la industria capitalista del entretenimiento a la que se enfrentará elevando el nivel de la producción nacional en los medios electrónicos y de la apreciación estética.
Conciso, Raúl Castro, despidió a los delegados: “Éste ha sido un gran congreso con mucha discusión, pero para eso luchamos, para esa diversidad de opiniones (...), pues de las mayores discrepancias saldrán las mejores soluciones”.
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