jueves, abril 10, 2008

Ecuador: crisis y fragilidad democrática

Editorial

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, arriba hoy a nuestro país para tratar con Felipe Calderón Hinojosa “todos los temas bilaterales y multilaterales”, según la representación diplomática de esa nación andina. La visita tiene como telón de fondo la más grave crisis diplomática de los últimos años en Latinoamérica, desatada por el ataque del ejército colombiano a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en territorio ecuatoriano, durante el cual resultaron muertas una veintena de personas, entre ellas el líder guerrillero Raúl Reyes, cuatro estudiantes universitarios mexicanos y un ciudadano ecuatoriano.

Ante esos hechos, que llevaron a Ecuador y Venezuela a romper relaciones con Colombia, el gobierno mexicano ha asumido una actitud tibia y ambigua: en vez de expresar una protesta diplomática formal ante Bogotá por el asesinato de los mexicanos y manifestar solidaridad con el país agredido, lamentó con “emoción y tristeza” la disputa entre pueblos que comparten una “histórica hermandad”; posteriormente el gobierno calderonista se dedicó a gestionar, sin éxito, que el régimen de Álvaro Uribe indemnizara a las familias de los connacionales muertos en el ataque al campamento de las FARC, pero sin presentar una queja diplomática ante Bogotá, como ha sido la principal demanda de los deudos de las víctimas.

Incidentalmente, la agresión colombiana derivó en un severo problema político interno para el gobierno de Correa, luego de que las autoridades de Bogotá aludieron a informes de la inteligencia de Ecuador –hasta entonces desconocidos por el mandatario –que comprobaban el vínculo de Franklin Aisalla, el ciudadano ecuatoriano muerto durante el ataque del primero de marzo, con las FARC. A raíz de esta circunstancia, Correa denunció el control ejercido desde Estados Unidos sobre los organismos de espionaje de su país y aseguró que éstos ponen en riesgo la estabilidad nacional, por lo cual decidió separar de su cargo al ministro de Defensa, Wellington Sandoval, con lo que se generó el descontento de las cúpulas militares de ese país.

La democracia en América Latina ha acusado siempre una fragilidad, por la persistente injerencia de los intereses hegemónicos de Estados Unidos en la región. Ello se agrava cuando en las naciones hay divisiones y confrontación de los gobiernos con grupos oligárquicos. No sería la primera vez que Estados Unidos alentara la desestabilización política en un país de la región y apoyara a grupos opositores para deponer a un gobierno legalmente constituido: así ocurrió en muchas ocasiones a lo largo de casi todo el siglo pasado y, más recientemente, en Venezuela, donde la intentona golpista de 2002 contra el gobierno de Hugo Chávez contó con el respaldo de la embajada estadunidense en Caracas.

Significativamente, el propio Correa ha denunciado en más de una ocasión que su administración es objeto de una campaña de desestabilización en la que participan los medios de comunicación de la derecha para quitarlo del cargo al que fue democráticamente electo, y poner en su lugar un “títere de Wa-shington”. Con tales antecedentes, el conflicto que actualmente enfrenta con las cúpulas militares ecuatorianas es un factor de riesgo adicional para la democracia y la soberanía de la nación andina.

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