Jaime Avilés
Foto: Carlos Ramos Mamahua
Por una sola vez en la larga historia de la prensa mexicana, los reporteros no tuvieron que usar el infalible método periodístico de contar el total de piernas y dividirlas por dos para calcular el número de asistentes a un mitin en un lugar público. Ayer simplemente abrieron sus libretas y multiplicaron 38 por 500 para anotar con exactitud que había 19 mil brigadistas del género masculino sentados en igual número de sillas y dispuestos a recibir instrucciones para salir a las calles a luchar por la vía pacífica en contra de la privatización de Petróleos Mexicanos (Pemex).
“Somos el ejército ciudadano constituyente y estamos en alerta máxima”, resumía una cartulina ilustrada con los colores de la bandera nacional en manos de un hombre que iba por toda la plaza exhibiendo su mensaje y predicando la unidad tal como la conciben, repetía, los pueblos indios.
El templete estaba muy cerca de las enormes patas del Monumento a la Revolución que dan hacia la avenida Juárez, la Torre del Caballito y la vetusta casona de Xicoténcatl, donde hoy por la mañana empezará a escribirse una nueva página de la historia nacional. A los pies del presídium, orientada en la misma dirección, había una valla de carteles marcados cada uno con una cifra, de izquierda a derecha, y alineados en sucesión progresiva del uno al 38.
Delante de cada cartel había tres sillas al frente cada una de una hilera de 170 asientos más, correspondientes a las 38 brigadas, a su vez compuestas de 500 integrantes cada una, que se identificaban entre sí y se diferenciaban de los otros por medio de diversos símbolos. ¿Cómo surgió, como quien dice, de la noche a la mañana, esta precisa organización, mientras el PRD se hunde en el pantano de la ineficiencia? “Del teléfono celular del Peje”, explicó a los observadores un testigo que lo vio tejer esta red desde su oficina en la calle de San Luis Potosí.
De lo anterior puede muy bien deducirse que lo acontecido ayer en la triste Plaza de la República –rodeada por el cascarón del Frontón México y el edificio vacío, y no obstante aún siniestro, de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad–, fue de alguna manera producto de un nuevo Plan de San Luis.
Como salidos del sombrero de un mago, allí estaban los brigadistas con sus distintivos en la ropa, en compañía de sus coordinadores, oyendo las nuevas canciones de Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez, mientras Froylán Yescas, uno de los principales activistas de esta lucha, aseguraba desde el micrófono en el templete que ya se había cubierto el cupo e invitaba a los que llegaban después de las seis de la tarde a colocarse a los lados de la trama de sillas.
Eran casi las 18:30, el viento arrastraba nubes cargadas de lluvia y los gritos en contra de Felipe Calderón y la privatización de Pemex retumbaban en la plaza, cuando Andrés Manuel López Obrador bajó de un vehículo en compañía de sus hijos José Ramón y Andrés, y algunas personas más, y subió al templete luego de estrechar decenas de manos que le salían al paso mientras avanzaba.
La llovizna comenzó a salpicar las libretas de los reporteros cuando empezó el desfile de oradores, encabezado por Ricardo Ruiz, vocero de las brigadas, seguido por los responsables de varias de éstas, al final de los cuales habló, muy brevemente, el diputado Carlos Reyes Gámiz, para cederle el uso de la palabra a López Obrador.
Éste aludió en su discurso, sin mencionarlos por su nombre, a los que se burlaban de él “diciendo que lo de la venta de Pemex era producto de mi imaginación”, y reiteró que la resistencia que está por comenzar será en todo momento pacífica, por lo que exhortó a tener cuidado con los provocadores que intenten infiltrarse en las brigadas para arrastrarlas a la violencia.
La emoción subió de tono cuando Ruiz leyó los nombres de cada una de las brigadas, entre los cuales se mezclan el de Jesús Piedra Ibarra con los de José Revueltas, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón, Genovevo de la O y Cuauhtémoc (en referencia al emperador azteca). Sin embargo, al saber que una brigada había elegido llamarse Andrés Manuel, López Obrador pidió que le cambiaran a “Trabajadores petroleros de 1938”. Y la gente se retiró al marcial compás de la banda de guerra de la secundaria pública número 12, cuyos ejecutantes no medían medio metro de altura.
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