Cuidado con el panda: ¡Muerde!
La maniobra contra China está en marcha y en esta etapa incluye: falsificació y/o manipulación de hechos históricos, fabricación, exageración y dramatización de incidentes en el Tíbet, publicidad en torno al Dalai Lama, acciones relacionadas con el recorrido de la Llama Olímpica y amenazas de boicot. En algunos casos con la complicidad o la anuencia de autoridades olímpicas y la manipulación de atletas. Todo parece cuidadosamente calibrado, excepto la respuesta China.
En estos momentos, cuando la campaña se encuentra en una fase introductoria, se aprecia que los gestores del show lo administran evitando que rebase las proporciones calculadas y prematuramente traspase la línea de no retorno. En algún lugar, tras bastidores, el apuntador de la comedia controla la aparición de los actores y dicta los bocadillos.
No obstante, el juego es peligroso. La bola de nieve echada a rodar, puede adquirir cierta autonomía, deslizarse por su propia cuenta, creciendo alimentada por estereotipos contra China: anticomunismo, racismo, xenofobia y acusaciones ligadas a los derechos humanos. A esos factores ideológicos y políticos, se suman intereses de comerciantes, industriales, agricultores y otros actores económicos que se consideran perjudicados por la competencia de las mercaderías chinas. Entre tanto, la prensa sensacionalista deja correr las tintas y complace a una audiencia adicta a los show mediáticos.
La maniobra no puede ser más burda y evidente. El Tíbet, los monjes y los lamas existen en las cumbres de China desde tiempos inmemoriales y desde esos tiempos, tal como también ha ocurrido con otras minorías, allí y en muchas otras partes, han existido desencuentros y conflictos con las autoridades que, de un modo u otro encontraron solución.
En China ni en ninguna parte las contradicciones entre determinadas órdenes, instituciones y creencias religiosas y los estados alcanzaron la magnitud y la violencia que tuvieron y tienen en occidente. Nadie debería omitir la actitud del imperio romano frente al cristianismo, ni la violencia de la evangelización en el Nuevo Mundo y mucho menos saltarse anécdotas como: la represión contra los hugonotes en Francia, especialmente la matanza de la Noche de San Bartolomé, las Cruzadas contra los “infieles”, los conflictos con las ordenes militares, principalmente con los Templarios, la expulsión de los jesuitas de España y todos sus dominios y la anexión de los estados pontificios por el reino de Italia en 1871, hecho que provocó que durante más de cincuenta años todos los papas y la curia vaticana se consideraran prisioneros. La inquisición no es una institución China, tampoco lo son las cacerías de brujas ni las percusiones a los herejes y no fue el Tíbet donde balearon a Monseñor Arnulfo Romero y después de violarlas asesinaron a varias monjas.
Quienes estimen que esos sucesos ocurrieron hace mucho tiempo pueden considerar los pogrom contra los judíos, la degollina de cristianos armenios, el antisemitismo europeo y el holocausto nazi, sin omitir los problemas derivados del laicismo y el ateismo de los estados y los enfrentamientos entre católicos y protestantes en Irlanda, los mal entendidos con los Testigos de Jehová, las sectas satánicas, los cruentos conflictos entre iglesias, sectas y religiones ligados a la Reforma Religiosa, las diferencias entre el catolicismo y la masonería, el Cristianismo y el Islam y la actual oleada de islamofobía desatada por Estados Unidos y varios estados europeos, incluso antes del 11/S y que alcanza extremos que hacen temer una “guerra de civilizaciones”.
No se trata de probar que no existen problemas en el Tíbet, sino de permitir que las minorías nacionales que habitan la región, las autoridades chinas y los funcionarios locales y las jerarquías religiosas presentes en el lugar, las resuelvan entre ellos y a su aire. En cualquier caso instituciones y personalidades internacionales, religiosas o laicas pudieran ayudar, mas no inmiscuirse groseramente, presionar, exigir, chantajear ni imponer. La actitud de occidente al utilizar supuestos o reales incidentes ocurridos en el Tíbet para conspirar contra China y tratar de frustrar los Juegos Olímpicos, no sólo es profundamente hipócrita, sino totalmente descontextualizada e ineficaz. La idea de que China puede ser políticamente presionada con la amenaza de boicotear los Juegos Olímpicos es absolutamente peregrina y frente a ella, presumiblemente, el comportamiento asiático será pragmático, aunque no omiso.
China ─pensarán en Beijing─ existía antes de los juegos, vivirá mucho tiempo después de ellos y su destino no depende de que algunos gobernantes occidentales estén o no en la inauguración. En caso de que el presidente de Francia y otros mandatarios no asistan, habrá varias butacas disponibles, nada más.
Se afirma que durante su visita a China en 1972, el presidente Nixon recibió como regalo una pareja de osos Panda. En el momento de entregárselos sus anfitriones los ilustraron. Los pandas son criaturas discretas, solitarias y pacificas que, en caso de ser provocadas o acorraladas pueden ser letales. Un oso panda sólo puede ser derrotado por otro oso panda.
Hoy parece obvio que Estados Unidos no calculó los vertiginosos y espectaculares resultados de la apertura china que en apenas 30 años la convirtió en una de las locomotoras de la economía mundial y la colocó en condiciones de emular con Japón, Alemania y Gran Bretaña en la producción industrial y en el comercio mundial, sin hablar de las reservas financieras. Tampoco Washington pudo prever el giro de los acontecimientos relacionados con la recuperación de Rusia y los entendimientos con China, la India y otros países.
En estos momentos, cuando la humanidad vive la angustia de guerras devastadoras e interminables, más de mil millones de musulmanes son hostilizados por su fe, la crisis energética se torna una amenaza real para el estilo de vida de occidente, con urgencia se anuncia un desastre ecológico relacionado con el calentamiento global y amenaza una hambruna a causa del encarecimiento de los alimentos, nada es mejor que una Olimpiada.
La olimpiada es la más autentica, sana y universal de las fiesta de la juventud del planeta, el momento para llamar a una tregua y dar un chance a la paz, predicar a favor de los derechos humanos e incluso para impulsar cualquier reivindicación legítima. Frustrarla es un crimen y en parte un suicidio.
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