Carlos Fernández-Vega
Prianistas, 10 años después
Felizmente se llegó a un acuerdo en lo que a debate petrolero se refiere y, por ende, se levantó el plantón en el Congreso. Con el movimiento del Frente Amplio Progresista y el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador se evitó la aprobación fast track de la “reforma” calderonista, el albazo legislativo cocinado por los prianistas para palomear la citada iniciativa en este periodo de sesiones que agoniza.
Sin duda, es una victoria, pero de corto plazo. Se ganó una importantísima batalla, aunque todavía no se gana la guerra. Obvio es que los prianistas insistirán en la privatización de la industria petrolera y en la violación constitucional mediante la modificación, a modo, de las leyes secundarias involucradas.
No quitarán el dedo del renglón. Probablemente con paciencia soporten los setenta y tantos días de debate, durante los cuales aparentarán interés y hasta sorpresa por las ideas en él expuestas; resistirán el paso de cada uno de los oradores participantes, y, en fin, dirán que el “intercambio” de ideas es un triunfo de la democracia legislativa, porque a todos, en orden y sin exclusiones, se escuchó.
Lo anterior, sin embargo, en nada garantiza que los prianistas reconsideren la intentona privatizadora. Podrían llegar a aceptar algunas modificaciones, más de forma que de fondo, para “demostrar” que se debatió y negoció a la más pura usanza parlamentaria, pero nada ni nadie los apartará de su objetivo: entregar al capital privado, fundamentalmente extranjero, la industria petrolera (aún) nacional. De allí la necesidad de permanecer atentos a la evolución de los acontecimientos.
Confiar en la palabra y en los “compromisos” de los prianistas es jugar con pólvora, y de ello existen sobradas pruebas en el pasado reciente. Una de ellas, por ejemplo, es la “legalización” del “rescate” bancario y la voluminosa deuda heredada, sin más, a los millones de mexicanos que aún pagan la factura.
Allá por el cuarto trimestre de 1998, el dirigente nacional panista aseguró que sus bancadas en San Lázaro y Xicoténcatl “no avalarán” las raterías priístas en el Fobaproa, “ni aprobarán” la “legalización” del “rescate” bancario, por medio de la creación del IPAB. Tal dirigente nacional no era otro más que Felipe Calderón, quien por aquellos tiempos juraba, un día sí y el siguiente también, que de ninguna manera pasaría la intentona tricolor.
El 12 de diciembre de 1998, día de la madre Tonatzin, se votó la iniciativa para “legalizar” el asalto a la nación llamado Fobaproa. Por ese entonces, el Partido Acción Nacional contaba con 119 diputados, y de ese total 99 (83 por ciento) votaron en favor de tal “legalización”; 11 lo hicieron en contra, uno se abstuvo, otro estaba presente pero no sufragó y uno más se ausentó.
En el caso de los priístas, 226 diputados votaron en favor de la citada “legalización”; 7 lo hicieron en contra y 5 más estuvieron ausentes ese día de San Lázaro. Así, sin el voto panista los tricolores no hubieran logrado “legalizar” el “rescate” bancario, algo que una década después se repite, pero con papeles invertidos.
Ese fue el resultado concreto del “compromiso” panista hecho público por Felipe Calderón, y entre los diputados blanquiazules que ese 12 de diciembre de 1998 votaron favorablemente por “legalizar” el “rescate” bancario” y heredar su voluminosa deuda a los mexicanos, deben contarse a los siguientes personajes: Santiago Creel (hot coordinador de los senadores de Acción Nacional), Héctor Larios (lo mismo, pero de los diputados) y Germán Martínez (dirigente nacional del partido), quienes, junto con el michoacano (instalado en Los Pinos), diez años después están directamente involucrados en la intentona privatizadora de la industria petrolera nacional, la cual, a coro, niegan, como una década atrás negaron que avalarían las raterías priístas en el Fobaproa. La diferencia, si puede catalogarse como tal, es que ahora los priístas son los panistas de 1998.
Difícil resulta pensar que en diez años los prianistas (prácticamente los mismos antes y ahora) modificaran sus mañas y en el nuevo siglo sus prácticas resultaran distintas. De allí, pues, que la victoria celebrada por el FAP es por demás relevante, pero sólo una de las batallas que deben ganarse para evitar el quebranto de la nación y la entrega de la industria petrolera a manos privadas.
Por cierto, en aquellos felices días como dirigente nacional panista el hoy inquilino de Los Pinos reclamaba: “el problema actual de México es la simulación del régimen constitucional, pues el gobierno no cumple los acuerdos ni respeta las legislaciones en los hechos... No podemos sentarnos a la mesa de los asesinos de la democracia, precisamente para hablar de democratización; mejor sigan ustedes solos con su circo. En todo el país se están construyendo pequeños feudos que utilizan a los tribunales no para impartir justicia sino para proteger los intereses de los señores feudales... En todo el país regresaron las prácticas de los duros, que utilizan el fraude electoral para intentar conservar el poder, pero no se han dado cuenta de que el partido oficial se encuentra al borde del fallecimiento”. Eso decía.
Las rebanadas del pastel
A Editorial Trillas no le gustó lo aquí publicado el pasado día 24. De hecho, “nos molestó su artículo; nos parece que escribe sin tener conocimiento real de la situación: nosotros pagamos las regalías a nuestros autores en los meses de abril y septiembre de cada año, de acuerdo a nuestros contratos, y todas nuestras regalías están auditadas. Estos procesos llevan tiempo. Además, en este momento estamos muy preocupados por asesorar a nuestros autores cómo deben resolver el problema del IETU, que puede afectarles”, se queja la casa editorial en carta, sin firma (mercatrillas@yahoo.com.mx), a este espacio. Bien. Qué bueno que pague y se preocupe, aunque los quejosos dicen exactamente lo contrario. Con gusto le proporcionaría los nombres, RFC, direcciones y apuros económicos de los autores sin paga, pero prefiero que éstos mantengan sus trabajos. Entonces, que Trillas les pague y así evitará innecesarias aclaraciones.
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