Bitácora Republicana
Porfirio Muñoz Ledo
Cuando el gobierno se escandalizaba a principios de los ochenta por la “inesperada” caída de los precios del crudo, el sabio Miguel Wionshek escribió un sabroso artículo en el que citaba estudios de revistas especializadas que anunciaban y cuantificaban el fenómeno. Concluía estimando el costo que hubiese representado adquirir esas publicaciones, que no llegaba a mil dólares.
Así el tardío y sesgado diagnóstico sobre la situación energética del país, que los propios legisladores del PRI calificaron frente a sus autores como “un insulto a la inteligencia de los mexicanos”. Es un océano de verdades a medias trufado de mentiras completas con el que intentan encubrir decisiones tomadas por encima del Estado, pero abortadas por la movilización social y la denuncia oportuna.
Se trata sobre todo de un atentado a la historicidad. El problema se plantea como surgido por generación espontánea, sin antecedentes ni responsabilidades, aislado de la política económica que lo generó y del modo de inserción en la globalidad que lo determinó. Como si fuese un desastre natural o un castigo divino que únicamente puede ser afrontado con los superpoderes de la inversión extranjera.
El informe es una descarada engañifa. Hace más de cinco lustros que se conocen y analizan los términos de la cuestión, aunque las decisiones hayan sido tomadas casi siempre en contra del sano desarrollo del sector energético. Prevaleció como ahora la visión, imperial en lo interior y subordinada en lo exterior, de la autoridad financiera. El llamado colonialismo hacendario.
La circunstancia de haber coordinado la Conferencia mundial sobre fuentes de energía en 1981, me ha permitido una relación continua con los expertos y autoridades nacionales y extranjeras en la materia. Hablé con prácticamente todos los secretarios del ramo, sensibles a la idea de coordinar nuestra política con la de los países productores –particularmente la OPEP- y de conquistar la autonomía financiera de PEMEX.
El único titular que eludió dialogar sobre esos asuntos fue Felipe Calderón durante su tránsito fugaz por la secretaría. En cambio su sucesor auspició un Seminario internacional de energía con la asociación de CONACYT y de la fundación que presido, que nunca llegó a celebrarse por un brusco cambio de timón, causal de la salida de los dos altos funcionarios que lo propiciaban.
Los aportes de los institutos de investigación y de las agencias multilaterales que participaron en la preparación del encuentro desmienten punto por punto las conclusiones del mentado diagnóstico. La mayor parte son cifras oficiales y documentos de política que ahora se ocultan o maquillan para justificar un proyecto radicalmente opuesto al interés del país. Estamos frente a un caso de contumacia culpable.
La iniciativa de abrir el debate nacional tendrá que sacar a luz esos análisis respecto del estado de nuestras reservas, su accesibilidad tecnológica, los efectos de la explotación de hidrocarburos sobre el cambio climático, las posibilidades de añadir valor agregado a la producción, la dilapidación de las ganancias obtenidas y los rezagos en el proceso de transición hacia fuentes alternativas de energía.
El eje de la ecuación es el régimen de precios que, de mantenerse a la alza, fortalecería nuestra posición nacional y facilitaría las transformaciones conducentes a la sustitución de los combustibles fósiles por las fuentes nuevas y renovables. El anuncio irresponsable de Calderón sobre su propósito de aumentar la explotación a cuatro millones de barriles diarios ¡en un año! desenmascara el papel de esquirol que pretende asumir en el mercado de los hidrocarburos.
No puede ignorar que el primer boom petrolero mexicano fue determinante en el alza especulativa de la producción, que a su vez provocó el derrumbe de los precios. Endeudados hasta los dientes durante la bonanza, el alza inmediata de las tasas de interés precipitó la crisis económica que todavía no hemos remontado.
Frente a una recesión de proporciones incalculables, el gobierno norteamericano está en busca de políticas anticíclicas y de paliativos globales. Vuelve a ser estratégico el abaratamiento de los hidrocarburos, a costa del medio ambiente, de la desigualdad galopante y, si fuese preciso, del quebrantamiento de la paz.
El único país cencerro que ya cantó su complicidad es México. Por ello me parecen irrelevantes las disquisiciones semánticas y jurídicas de los intelectuales orgánicos del régimen sobre la palabra “traición”.
Que los nuevos gemelos Carlos Fuentes (Castor) y Enrique Krauze (Polux) nos ahorren sus coincidencias sobre los significados de la expresión en el Código Penal. Obviamente aludimos a su acepción constitucional (artículo 108) como causal de juicio político contra el Presidente de la República.
Que ninguno olvide al autor de la frase “gobierno o individuo que entregue los recursos naturales a los extranjeros es traidor a la patria”. Se llamó Lázaro Cárdenas.
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