Gilberto López y Rivas
El 20 de marzo se cumplieron cinco años de la invasión y ocupación de Irak por parte de las fuerzas expedicionarias de Estados Unidos y sus aliados. Pese a los altísimos costos humanos y de todo tipo que para el pueblo iraquí ha significado esta guerra –llevada a cabo hasta el genocidio–, y a pesar de los reiterados cambios tácticos y estratégicos en la contrainsurgencia que incluyen la paramilitarización, privatización, nacionalización de las operaciones castrenses y el agravamiento de conflictos sectarios, confesionales y étnicos, y no obstante la ampliación en el número de tropas invasoras estadunidenses en el terreno hasta llegar a 158 mil efectivos, los imperialistas no han podido someter a la resistencia patriótica-nacional ni imponer o legitimar al gobierno colaboracionista en ese país.
Las bajas estadunidenses rebasan ya los 4 mil muertos y los 30 mil heridos, que incluyen mutilados e incapacitados síquicamente en forma permanente, con una sangría económica para los contribuyentes estadunidenses calculada hasta este quinto año de la ocupación en más de 490 mil millones de dólares y un gasto adicional de al menos 12 mil millones de dólares mensuales mientras dure la conflagración. La agencia Novosti afirma –con base en un estudio del Nóbel en Economía Joseph Stiglitz– que las pérdidas económicas ocasionadas por esta guerra ascienden a 3 millones de millones de dólares y son superiores a las ocasionadas en las de Vietnam y Corea.
Esto sin contar el desgaste de George W. Bush y los republicanos que repercutirá en el próximo proceso electoral en Estados Unidos, y el deterioro político del gobierno de ese país en el ámbito internacional, cuya fama pública se encuentra en el nivel más bajo desde su derrota en Vietnam. En estos cinco años Irak ha demostrado, pese al control imperialista de los medios de comunicación masivos, que sus fuerzas militares no son invencibles y que la llamada “guerra contra el terrorismo” llevada a cabo por Estados Unidos a escala planetaria sólo acarrea destrucción y muerte para los pueblos.
En efecto, la nación iraquí es la que ha sufrido el infierno de la ocupación extranjera durante estos cinco años, con más de un millón 200 mil víctimas fatales, un millón de heridos, 5 millones de personas refugiadas fuera del país, o desplazadas internamente (el mayor número de refugiados en el mundo); 24 mil personas detenidas bajo control militar de Estados Unidos, y 400 mil presos en 36 centros de detención de las autoridades colaboracionistas.
Los ocupantes han desmantelado las instituciones estatales, políticas, económicas, sociales y culturales y destruido los servicios públicos, sin que tenga lugar la “reconstrucción” propagandizada por los militares estadunidenses, y utilizada sólo como cobertura de la enorme corrupción de corporaciones y funcionarios que lucran con ella.
Esta situación ha provocado que 43 por ciento de los iraquíes vivan con menos de un dólar al día, mientras 70 por ciento de la población activa se encuentra desempleada; la mitad de los niños menores de cinco años sufren de algún grado de desnutrición, e Irak forma parte de la lista de 60 países en el mundo con las tasas más altas de mortalidad infantil; 70 por ciento de los habitantes no tienen suministro de agua potable, mientras 80 por ciento carecen de servicios de saneamiento, lo que ha propiciado que enfermedades como el cólera se extiendan en más de la mitad de las 18 provincias de Irak.
Los servicios de salud se derrumbaron, ya que 90 por ciento de los 180 grandes hospitales no cuentan con recursos esenciales, y de los 34 mil médicos registrados al inicio de la invasión, 2 mil han sido asesinados y 15 mil han salido del país. Peor aún, los hospitales –a cargo del Ministerio de Salud colaboracionista– son utilizados como centros clandestinos de detención, tortura y asesinato por los escuadrones de la muerte organizados y sostenidos por los invasores.
En estas difíciles condiciones se desarrolla la resistencia del pueblo iraquí, que lucha simultáneamente en varios frentes: a) directamente contra las tropas de Estados Unidos y sus aliados, que no están a salvo ni en sus cuarteles o “zonas verdes” ni en ningún camino, pueblo o ciudad de la geografía del país; b) contra los grupos de terrorismo de Estado o confesional, coordinados, manipulados o infiltrados por los servicios de inteligencia y seguridad de la coalición; algunos se hacen pasar por miembros de la resistencia, o afirman actuar en nombre del Islam, realizando acciones espectaculares que reciben una sobredimensionada atención de los medios de comunicación al servicio de Estados Unidos para equiparar a resistentes con terroristas (éstos son los autores de los atentados contra las mezquitas y los jefes religiosos sunitas, chiítas y cristianos); c) contra los grupos delincuenciales que han proliferado bajo la protección de las fuerzas de ocupación que efectúan robos, violaciones, asesinatos y secuestros; d) contra las divisiones y sectarismos en el seno de las fuerzas populares que intentan romper la unidad patriótica, secular y republicana de la resistencia; e) contra la campaña mundial de desinformación instrumentada por los invasores para desacreditar a la resistencia; y por último, f) contra la omisión, ignorancia, incomprensión y oportunismo de las fuerzas políticas de izquierda y movimientos anti-bélicos que no apoyan de manera efectiva el fin de la ocupación de Irak, la salida inmediata e incondicional de las tropas invasoras, el derecho a la resistencia armada, la autodeterminación de los pueblos y el reconocimiento internacional de la resistencia como el único representante legítimo del pueblo y la nación iraquí.
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