Cómo los biocombustibles pueden matar de hambre a los pobres
By C. Ford Runge y Benjamin Senauer
De Foreign Affairs En Español
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LA BURBUJA DE ETANOL
En 1974, cuando Estados Unidos se tambaleaba por el embargo petrolero impuesto por la Organización de Países Exportadores de Petróleo, el Congreso emprendió la primera de muchas medidas legislativas para promover el etanol a partir del maíz como combustible alternativo. El 18 de abril de 1977, ante el incremento de exigencias de independencia energética, el presidente Jimmy Carter se puso su suéter de punto y apareció por la televisión para decir a los estadounidenses que el esfuerzo de equilibrar las demandas de energía con los recursos internos disponibles sería el "equivalente moral de la guerra". La eliminación gradual del plomo en las décadas de 1970 y 1980 dio un impulso adicional a la naciente industria del etanol. (El plomo, sustancia tóxica, mejora el desempeño de la gasolina cuando se le agrega a ésta, y fue parcialmente sustituido por etanol.) Una serie de alivios fiscales y subsidios también fue de ayuda. A pesar de tales medidas, con cada año que pasaba Estados Unidos se hizo cada vez más dependiente del petróleo importado, y el etanol, en el mejor de los casos, seguía teniendo un papel marginal.
Ahora, gracias a una combinación de altos precios del petróleo y de subsidios gubernamentales aún más generosos, el etanol derivado del maíz está de moda. Según la Asociación de Combustibles Renovables, a finales de 2006 había 110 refinerías de etanol en operación en Estados Unidos. Muchas estaban en proceso de ampliación, y se estaban construyendo otras 73. Cuando esos proyectos se completen, hacia finales de 2008, la capacidad de producción de etanol estadounidense alcanzará un estimado de 11400 millones de galones al año. En su más reciente informe sobre el Estado de la Unión, el presidente George W. Bush hizo un llamamiento al país a producir 35000 millones de galones de combustible renovable al año para 2017, casi cinco veces el nivel actualmente encargado.
El impulso de etanol y otros biocombustibles ha engendrado una industria que depende de miles de millones de dólares de subsidios de los contribuyentes, y no sólo en Estados Unidos. En 2005, la producción mundial de etanol era de 9660 millones de galones, de los cuales Brasil produjo 45.2% (a partir de la caña de azúcar) y Estados Unidos 44.5% (a partir del maíz). La producción mundial de biodiesel (la mayor parte en Europa), realizada a partir de semillas oleaginosas, fue de casi 1000 millones de galones.
El crecimiento de la industria ha significado que una participación cada vez mayor de la producción de maíz se utilice para alimentar los enormes molinos que producen etanol. Según algunas estimaciones, las plantas de etanol consumirán hasta la mitad del abasto interno estadounidense de maíz en unos cuantos años. La demanda de etanol llevará los inventarios de maíz de 2007 a sus niveles más bajos desde 1995 (año de sequía), aun cuando en 2006 produjo la tercera mayor cosecha de maíz según los registros. Puede ser que pronto Iowa se convierta en un importador neto de maíz.
El enorme volumen de maíz requerido por la industria del etanol está enviando ondas expansivas a través del sistema de alimentos. (Estados Unidos representa por sí solo 40% de la producción total mundial de maíz y más de la mitad de todas las exportaciones del grano.) En marzo de 2007, los futuros sobre el maíz se elevaron a más de 4.38 dólares por búshel [27216 kilogramos], el nivel más alto en 10 años. Los precios del trigo y el arroz también se han incrementado a máximos en décadas; pese a que estos granos se usan cada vez más como sustitutos del maíz, los agricultores están plantando más acres con maíz y menos acres con otros cultivos.
Esto podría parecer como el Nirvana para los productores de maíz, pero difícilmente lo será para los consumidores, en especial en los países pobres en vías de desarrollo, que serán sacudidos por un doble golpe si se mantienen altos los precios de los alimentos y los del petróleo. El Banco Mundial ha estimado que, en 2001, 2700 millones de personas en el mundo vivían con el equivalente de menos de dos dólares al día; para ellas, incluso incrementos marginales en el costo de granos básicos podrían ser devastadores. Llenar el tanque de 25 galones de un SUV [vehículo utilitario deportivo, por sus siglas en inglés] con etanol puro requiere más de 204 kilogramos de maíz, lo que contiene las calorías suficientes para alimentar a una persona durante un año. Al poner presión sobre el abasto mundial de cultivos comestibles, el incremento en la producción de etanol se traducirá en precios más altos en los alimentos básicos y procesados en todo el mundo. Los biocombustibles han establecido un vínculo fuerte entre los precios del petróleo y los alimentos de tal modo que podrían trastornar profundamente las relaciones entre los productores de alimentos, los consumidores y las naciones en los años por venir; y ello tendrá implicaciones potencialmente devastadoras para la pobreza mundial y la seguridad alimenticia.
LA ECONOMÍA DEL PETRÓLEO Y DE LOS BIOCOMBUSTIBLES
En Estados Unidos y otras economías grandes, la industria del etanol es alentada artificialmente con subsidios gubernamentales, niveles de producción mínimos y créditos fiscales. En los últimos años, los altos precios del petróleo han hecho que el etanol sea naturalmente competitivo, pero el gobierno estadounidense sigue otorgando fuertes subsidios a los agricultores de maíz y los productores de etanol. En 2005 los subsidios directos al maíz fueron equivalentes a 8900 millones de dólares. Aunque estos desembolsos caerán en 2006 y 2007 debido a los altos precios del maíz, pronto pueden verse disminuidos por la panoplia de créditos fiscales, concesiones y préstamos gubernamentales incluidos en la legislación energética aprobada en 2005 y en una iniciativa agrícola pendiente cuya finalidad es apoyar a los productores de etanol. El gobierno federal ya concede a los mezcladores de etanol una reducción fiscal de 51 centavos de dólar por galón del etanol que producen, y muchos estados entregan subsidios adicionales.
En 2006 se esperaba que el consumo de etanol en Estados Unidos alcanzara más de 6000 millones de galones. (Se esperaba que el consumo de biodiesel fuera de unos 250 millones de galones.) En 2005, el gobierno estadounidense dispuso el uso de 7500 millones de galones de biocombustibles al año para 2012; a principios de 2007, 37 gobernadores propusieron elevar esa cifra a 12000 millones de galones para 2010, y en enero pasado el presidente Bush la elevó aún más, a 35000 millones de galones para 2017. Cada año se necesitan 6000 galones de etanol para remplazar el aditivo de combustibles llamado mtbe [metil ter-butil éter], que se está retirando debido a sus efectos contaminantes en las aguas subterráneas.
La Comisión Europea está valiéndose de medidas y directrices legislativas para promover el biodiesel, que se produce principalmente en Europa y proviene de semillas de canola y girasol. En 2005, la Unión Europea (UE) produjo 890 millones de galones de biodiesel, más de 80% del total mundial. La Política Agrícola Común de la UE también promueve la producción de etanol a partir de una combinación de remolacha y trigo con subsidios directos e indirectos. Bruselas se propone que 5.75% del combustible de los motores consumido en la Unión Europea provenga de los biocombustibles hacia 2010 y 10% hacia 2020.
Brasil, que en la actualidad produce aproximadamente la misma cantidad de etanol que Estados Unidos, obtiene casi toda de la caña de azúcar. Como Estados Unidos, Brasil inició su búsqueda de energéticos alternativos a mediados de la década de 1970. El gobierno ha ofrecido incentivos, establecido normas técnicas e invertido en apoyar las tecnologías y la promoción mercantil. Ha dispuesto que todo el diesel contenga 2% de biodiesel para 2008 y 5% de biodiesel para 2013. También ha exigido que la industria automotriz produzca motores que puedan utilizar biocombustibles y ha emprendido estrategias de amplio alcance industrial y uso de la tierra para promoverlos. Otros países también están sumándose a ese impulso. En el sudeste asiático, vastas zonas de selvas tropicales están siendo derribadas y quemadas para plantar palmeras de aceite destinadas a su conversión en biodiesel.
Esta tendencia tiene hoy un fuerte impulso. Pese a un reciente declive, muchos expertos esperan que el precio del crudo se mantenga alto en el largo plazo. La demanda de petróleo sigue incrementándose más rápido que la oferta, y las nuevas fuentes de petróleo son a menudo muy costosas o están localizadas en áreas con riesgos políticos. Según las proyecciones más recientes de la Administración de Información Energética de Estados Unidos, el consumo de energía mundial se elevará 71% entre 2003 y 2030, y en ello la demanda de países en desarrollo, sobre todo China e India, sobrepasará la de los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico hacia 2015. El resultado será una presión al alza sostenida en los precios petroleros, cosa que permitirá que los productores de etanol y biodiesel paguen primas mucho más altas por el maíz y las semillas oleaginosas de lo que era concebible hace unos pocos años. Cuanto más altos sean los precios del petróleo, más altos serán los precios del etanol, y seguirán siendo competitivos, y más podrán pagar los productores de etanol por el maíz. Si el petróleo llega a los 80 dólares por barril, los productores de etanol pueden permitirse pagar bastante más de cinco dólares por búshel de maíz.
Con el precio de materias primas tan alto, la locura por el biocombustible presionará significativamente a otras partes del sector agrícola. De hecho, así ocurre. En Estados Unidos, el crecimiento de la industria de biocombustibles ha desencadenado incrementos no sólo en los precios del maíz, semillas oleaginosas y otros granos, sino también en los precios de cultivos y productos aparentemente no relacionados. El uso de la tierra para cultivar maíz y así alimentar la voracidad de etanol está reduciendo la cantidad de acres destinados a otros cultivos. Los procesadores de alimentos que utilizan cultivos como los guisantes y maíz amarillo se han visto obligados a pagar precios más altos para garantizar sus encargos de abasto; costos que a la larga llegan a los consumidores. Los precios al alza de los alimentos también están golpeando a las industrias del ganado y las aves de corral. Según Vernon Eidman, profesor emérito de administración agrocomercial de la University of Minnesota, los costos más altos de alimentos han causado que los rendimientos caigan drásticamente, en especial en los sectores de las aves de corral y de porcinos. De seguir bajando los rendimientos, la producción declinará, y se elevarán los precios de pollos, pavos, cerdos, leche y huevos. En los próximos años muchos productores de porcinos de Iowa podrían salir del mercado al verse obligados a competir con las plantas de etanol por el abasto de maíz.
Los defensores del etanol derivado del maíz sostienen que el número de acres y la producción pueden elevarse a fin de satisfacer la creciente demanda de etanol. Pero las cosechas de maíz estadounidenses han ido creciendo poco menos de 2% al año en los últimos 10 años, e incluso duplicando tales incrementos no se podría satisfacer la demanda actual. Conforme se planten más acres con maíz, la tierra deberá ocupar otros cultivos o zonas frágiles en términos ambientales, como las áreas protegidas por el Programa de Reserva de Conservación del Departamento de Agricultura.
Además de estas fuerzas fundamentales, las presiones especulativas han creado lo que podría llamarse una "manía por el biocombustible": los precios se están elevando porque muchos compradores creen que así ocurrirá. Los fondos de protección están haciendo enormes apuestas al maíz y el mercado alcista desatado por el etanol. La manía por el biocombustible se está adueñando de las existencias del grano sin tomar en consideración las consecuencias obvias. Parece unir fuerzas poderosas, como el entusiasmo de los automovilistas por vehículos grandes e ineficientes en su uso del combustible y la culpa por las consecuencias ecológicas de los combustibles derivados del petróleo. Pero aun cuando el etanol ha creado oportunidades de enormes utilidades para la agroindustria, los especuladores y algunos agricultores, ha trastornado los flujos tradicionales de las mercancías básicas y los patrones del comercio y el consumo dentro y fuera del sector agrícola.
Este furor creará un problema diferente si los precios del petróleo declinan, digamos, a causa de una desaceleración de la economía global. Con el petróleo a 30 dólares por barril, producir etanol ya no sería redituable a menos que el maíz se vendiera a menos de 2 dólares el búshel, y ello significaría un regreso a los malos tiempos de precios bajos para los agricultores estadounidenses. Las plantas de etanol con bajos niveles de capital estarían en riesgo, y las cooperativas propiedad de los agricultores serían especialmente vulnerables. Las peticiones de subsidios, mandatos y alivios fiscales serían aún más agudas de lo que lo son ahora: habría un clamor por el rescate masivo de una industria con exceso de inversión. En tal punto, las importantes inversiones que se han estado haciendo en los biocombustibles empezarían a parecer una jugada perdida. Por otro lado, si los precios del petróleo oscilan entre 55 y 60 dólares, los productores de etanol podrían pagar de 3.65 a 4.54 dólares por búshel de maíz y lograrían una utilidad normal de 12 por ciento.
Sea lo que sea que ocurra en el mercado petrolero, el impulso por alcanzar la independencia energética, que ha sido la justificación básica de las enormes inversiones en la producción de etanol y sus subsidios, ya ha hecho que la industria sea dependiente de los altos precios del petróleo.
CUERNO DE LA ABUNDANCIA
Una de las raíces del problema es que la industria de los biocombustibles ha sido dominada por largo tiempo no por el mercado sino por la política y los intereses de unas cuantas grandes compañías. El maíz se ha convertido en la materia prima básica aun cuando los biocombustibles podrían hacerse eficientemente a partir de una variedad de otras fuentes, como pastos y astillas de madera, si el gobierno dotara de fondos necesarios a la investigación y el desarrollo. Pero en Estados Unidos, al menos, el maíz y la soja se han usado como insumos primarios durante muchos años gracias, en gran parte, a los esfuerzos de cabildeo de los productores de maíz y soja y la Archer Daniels Midland Company (ADM), la mayor productora de etanol del mercado estadounidense.
Desde finales de la década de 1960, la ADM se ubicó como el "supermercado del mundo" y se propuso crear valor a partir de materias básicas transformándolas en productos procesados que rindieran precios más altos. En la década de 1970, la ADM empezó a hacer etanol y otros productos resultantes de la molienda de maíz húmedo, como el jarabe de maíz con alto nivel de fructosa. Rápidamente pasó de ser un actor de mediana importancia en el mercado de alimentos a una poderosa productora global. Hacia 1980, la producción de etanol de la ADM había alcanzado los 175 millones de galones al año, y el jarabe de maíz con alto nivel de fructosa se había convertido en el agente endulzante ubicuo en los alimentos procesados. En 2006, la ADM era la productora más grande de etanol en Estados Unidos: hizo más de 1070 millones de galones, cuatro veces más que su rival más cercana, VeraSun Energy. A principios de 2006, anunció sus planes de incrementar su inversión de capital en etanol de 700 millones de dólares a 1200 millones en 2008 y de elevar su producción en 47%, o sea alrededor de 500 millones de galones más, hacia 2009.
La ADM debe buena parte de su crecimiento a sus contactos políticos, en particular ciertos legisladores clave que pueden destinar subsidios especiales a sus productos. El vicepresidente Hubert Humphrey puso en marcha muchas de esas medidas cuando fue senador por Minnesota. El senador Bob Dole (republicano por Kansas) defendió incansablemente a la compañía durante su larga trayectoria política. Como hizo ver el crítico conservador James Bovard hace más de una década, casi la mitad de las utilidades de la ADM han provenido de productos que el gobierno estadounidense ha subsidiado o protegido.
En parte debido a tal apoyo gubernamental, el etanol (y en menor medida el biodiesel) es ahora un importante elemento permanente de los sectores agrícola y energético de Estados Unidos. Además del crédito fiscal de 51 centavos de dólar por galón que el gobierno federal otorga al etanol, los productores más pequeños obtienen una reducción fiscal de 10 centavos por galón sobre los primeros 15 millones de galones que producen. También está el "patrón del combustible renovable", un nivel obligatorio de combustible no fósil que han de utilizar los vehículos de motor, que ha desatado una guerra de pujas políticas. Pese a los ya altos subsidios gubernamentales, el Congreso está considerando derrochar más dinero en los biocombustibles. La legislación relacionada con la iniciativa de ley agrícola de 2007, introducida por el representante Ron Kind (demócrata por Wisconsin), demanda elevar las garantías de préstamos a los productores de etanol de 200 millones de dólares a 2000 millones. Los defensores del etanol derivado del maíz han justificado los subsidios señalando que al crecer la demanda de etanol subirán los precios del maíz y así se reducirán los subsidios a los cultivadores de maíz.
La industria del etanol también se ha convertido en conspicua escena del proteccionismo en la política comercial estadounidense. A diferencia de las importaciones de petróleo, que entra al país libre de impuestos, la mayor parte del etanol que actualmente se importa a Estados Unidos lleva un arancel de 54 centavos de dólar por galón, en parte porque el etanol más barato de países como Brasil amenaza a los productores estadounidenses. (La caña de azúcar brasileña puede convertirse en etanol más eficientemente que el maíz de Estados Unidos.) La Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC) podría debilitar esta protección: el etanol brasileño ya puede ser embarcado libre de impuestos a países de la ICC, como Costa Rica, El Salvador o Jamaica, y el acuerdo permite que vaya, también libre de aranceles, de ahí a Estados Unidos. Pero los defensores del etanol en el Congreso insisten en la legislación adicional para limitar esas importaciones. Tales medidas gubernamentales protegen a la industria contra la competencia, pese a las repercusiones perjudiciales para los consumidores.
MATANDO DE HAMBRE AL HAMBRIENTO
Los biocombustibles pueden tener efectos aún más devastadores en el resto del mundo, en especial en los precios de los alimentos básicos. Si los precios del petróleo siguen altos -- lo cual es probable -- , la gente más vulnerable a las alzas de precios acarreadas por el auge de los biocombustibles será la que vive en países que padecen insuficiencia de alimentos e importan petróleo. El riesgo se extiende a gran parte del mundo en vías de desarrollo: en 2005, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la mayoría de los 82 países de bajo ingreso con déficit de alimentos fueron también importadores netos de petróleo.
Incluso importantes exportadores de petróleo que utilizan sus petrodólares para comprar importaciones de alimentos, como México, no pueden eludir las consecuencias de los incrementos en los precios de los alimentos. A finales de 2006, el precio de la harina para la tortilla en México, que obtiene 80% de sus importaciones de maíz de Estados Unidos, se duplicó debido a un alza en los precios del maíz estadounidense de 2.80 a 4.20 dólares por búshel durante los últimos meses. (Los precios se elevaron aunque las tortillas se hacen principalmente con maíz blanco producido en México porque los usuarios industriales del maíz amarillo importado, que se utiliza para alimento de animales y alimentos procesados, empezaron a comprar la variedad blanca, más barata.) El incremento de precio se exacerbó por la especulación y el acaparamiento. Con cerca de la mitad de los 107 millones de personas que en México viven en la pobreza y cuya principal fuente de calorías es la tortilla, la protesta del público fue feroz. En enero de 2007, el nuevo presidente de México, Felipe Calderón, se vio obligado a poner un tope a los precios del maíz.
El Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI, por sus siglas en inglés), con sede en Washington, D.C., ha presentado estimados moderados del impacto global potencial de la creciente demanda de biocombustibles. Mark Rosegrant, director de una división del IFPRI, y sus colegas prevén que de continuar altos los precios del petróleo, el rápido incremento en la producción global de biocombustibles hará que los precios globales del maíz suban 20% hacia 2010 y 41% hacia 2020. Se prevé que los precios de las semillas oleaginosas, como la soja, las canolas y las semillas de girasol, se eleven 26% hacia 2010 y 76% hacia 2020, y los precios del trigo 11% para 2010 y 30% hacia 2020. En las partes más pobres del África subsahariana, Asia y América Latina, donde la yuca es un alimento básico, se espera que su precio se incremente 33% hacia 2010 y 135% hacia 2020. Los incrementos de precios proyectados pueden mitigarse si los rendimientos de las cosechas se elevan sustancialmente o si la producción de etanol derivado de otras materias primas (como árboles y pastos) se volviera viable comercialmente. Pero, a menos que cambien las políticas en torno a los biocombustibles, ninguna de estas dos cosas es probable.
La producción de etanol derivado de la yuca puede plantear una amenaza especialmente grave para la seguridad alimentaria de los pobres del mundo. La yuca, un tubérculo tropical parecido a la papa también conocido como mandioca, proporciona un tercio de las necesidades calóricas de la población en el África subsahariana y es el alimento básico de más de 200 millones de los africanos más pobres. En muchos países tropicales, es el alimento al que recurre la gente cuando no puede conseguir nada más. También sirve como una reserva importante cuando fallan otros cultivos, ya que puede crecer en suelos pobres y en condiciones secas, y se le puede dejar en el terreno para ser cosechada según se vaya necesitando.
Gracias a su alto contenido de fécula, la yuca también es una excelente fuente de etanol. A medida que la tecnología para convertirla en combustible va mejorando, muchos países -- entre ellos China, Nigeria y Tailandia -- están considerando utilizar más de sus cultivos para tal fin. Si los campesinos de los países en vías de desarrollo pudieran convertirse en proveedores de la emergente industria, gozarían de un incremento en sus ingresos. Pero el historial de la demanda industrial de cultivos agrícolas en esos países indica que los grandes productores serán los principales beneficiarios. El probable resultado de un auge en el etanol derivado de la yuca es que un número creciente de pobres luchará aún más para alimentarse.
Los participantes de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 se propusieron reducir el número de personas que padecen hambre crónica en el mundo -- personas que no comen las calorías suficientes con regularidad para ser sanas y activas -- de 823 millones en 1990 a 400 millones hacia 2015. En las Metas de Desarrollo del Milenio establecidas por las Naciones Unidas en 2000 está el compromiso de reducir a la mitad la proporción de la población mundial con hambre crónica, de 16% en 1990 a 8% en 2015. Sin embargo, para ser realistas, es probable que el recurso a los biocombustibles empeore el hambre mundial. Varios estudios realizados por economistas del Banco Mundial y otras instituciones indican que el consumo calórico entre los pobres del mundo desciende casi medio punto porcentual siempre que los precios promedio de todos los alimentos básicos más importantes suben 1%. Cuando un alimento básico se encarece, la gente trata de sustituirlo con uno más barato, pero si suben los precios de casi todos los básicos, no le queda ninguna alternativa.
En un estudio sobre la seguridad alimentaria global que realizamos en 2003, proyectamos que dadas las tasas de crecimiento económico y demográfico, el número de personas asoladas por la desnutrición en todo el mundo declinaría 23%, a alrededor de 625 millones, hacia 2025, siempre y cuando la productividad agrícola mejorara lo suficiente para mantener constantes los precios relativos de los alimentos. Pero si, con todo lo demás sin cambio, los precios de los alimentos básicos se elevaran debido a la demanda de biocombustibles, como las previsiones del IFPRI indican que harán, el número de personas que no tendrán garantizado su alimento en el mundo se elevaría en un factor de 16 millones por cada alza porcentual en los precios reales de los alimentos básicos. Ello significa que 1200 millones de personas podrían padecer hambre crónica hacia 2025, o sea 600 millones más de lo previsto anteriormente.
Las personas más pobres del mundo ya gastan de 50 a 80% de su ingreso total familiar en alimentos. Para muchos de ellos que son jornaleros sin tierra o agricultores rurales de subsistencia, grandes incrementos en los precios de los alimentos básicos significarán desnutrición y hambre. Algunos de ellos caerán del límite de la subsistencia a la inanición declarada, y muchos morirán por una multitud de enfermedades relacionadas con el hambre.
LA HIERBA ES MÁS VERDE
Y ¿para qué? En el mejor de los casos, beneficios ambientales limitados. Aun cuando es importante pensar en formas de desarrollar energía renovable, uno debe examinar con mucho cuidado las ambiciosas pretensiones de que los biocombustibles son "verdes". A menudo se considera que el etanol y el biodiesel son benévolos con el medio ambiente porque son derivados de plantas y no del petróleo. En realidad, incluso si se utilizara la cosecha completa de maíz de Estados Unidos para hacer etanol, ese combustible sólo sustituiría 12% del uso actual de gasolina en el país. Pensar en el etanol como una alternativa verde a los combustibles fósiles refuerza la quimera de la independencia energética y la de apartar los intereses de Estados Unidos del cada vez más turbulento Medio Oriente.
¿Deberían utilizarse el maíz y la semilla de soja como cultivos para combustibles? Las semillas de soja y especialmente el maíz son cultivos en hilera que contribuyen a la erosión del suelo y a la contaminación del agua, y requieren grandes cantidades de fertilizantes, plaguicidas y combustible para su crecimiento, cosecha y secado. Son la principal causa del escurrimiento de nitrógeno -- el dañino derrame de nitrógeno de los campos cuando llueve -- del tipo que ha creado la llamada zona muerta en el Golfo de México, un área oceánica del tamaño de Nueva Jersey que tiene tan poco oxígeno que casi no permite la vida. En Estados Unidos el maíz y las semillas de soja suelen plantarse en rotación, porque las semillas de soja agregan nitrógeno al suelo, elemento que el maíz necesita para crecer. Pero como el maíz va desplazando a la soja como principal fuente de etanol, será cultivado en forma continua, por lo que se requerirá incrementar en forma significativa los fertilizantes con nitrógeno y así se agravará el problema del escurrimiento de éste.
El etanol derivado del maíz tampoco es muy eficiente como combustible. Durante décadas han sido violentos los debates en torno al "balance de energía neta" de los biocombustibles y la gasolina: la razón entre la energía que producen y la energía necesaria para producirlos. Por ahora, el etanol derivado del maíz parece ser favorecido sobre la gasolina, y el biodiesel sobre el petróleo diesel, pero no por mucho. Científicos del Laboratorio Nacional Argonne y del Laboratorio Nacional de Energía Renovable han calculado que la razón de energía neta de la gasolina es de 0.81, resultado que implica un insumo mayor que el producto. El etanol derivado del maíz tiene una razón que oscila entre 1.25 y 1.35, que es mejor que recuperar meramente los gastos. El petróleo diesel tiene una razón de energía de 0.83, en comparación con la del biodiesel hecho a partir del aceite de la semilla de soja, que oscila de 1.93 a 3.21. (El biodiesel producido de otras grasas y aceites, como la grasa para restaurante, puede ser más eficiente en términos de energía.)
Aparecen resultados similares cuando se comparan los biocombustibles con la gasolina utilizando otros índices de impacto ambiental, como las emisiones de gases de invernadero. El ciclo completo de la producción y el uso del etanol derivado del maíz libera menos gases de invernadero que el de la gasolina, pero sólo en 12 a 26%. La producción y el uso del biodiesel emiten 41 a 78% menos de tales gases de lo que hace la producción y el uso de los combustibles diesel derivados del petróleo.
Otro punto de comparación son las emisiones de gases de invernadero por milla recorrida, en lo que se toma en cuenta la eficiencia relativa del combustible. Utilizar mezclas de gasolina con 10% de etanol derivado del maíz en vez de gasolina pura reduce las emisiones en 2%. Si la mezcla es 85% etanol (que sólo pueden aprovechar vehículos de combustibles flexibles), las emisiones de gases de invernadero se reducen aún más: 23% si el etanol es derivado del maíz y 64% si es derivado de la celulosa. De manera similar, el diesel que contiene 2% de biodiesel emite 1.6% menos gases de invernadero que el petróleo diesel, mientras que las mezclas con 20% de biodiesel emiten 16% menos, y el biodiesel puro (también sólo utilizable en vehículos especiales) emite 78% menos. Por otro lado, el biodiesel puede incrementar las emisiones de óxido de nitrógeno, que contribuye a la contaminación del aire. En una palabra, las virtudes "verdes" del etanol y el biodiesel son modestas cuando estos combustibles se producen a partir del maíz y la semilla de soja, que son cultivos en hilera, intensivos en energía y muy contaminantes.
Los beneficios de los biocombustibles son mayores cuando se usan plantas que no son maíz o aceites de otras fuentes distintas de las semillas de soja. El etanol hecho enteramente de celulosa (que se encuentra en árboles, pastos y otras plantas) tiene una razón de energía de entre 5 y 6 y emite de 82 a 85% menos gases de invernadero que la gasolina. A medida que el maíz se torna más escaso y costoso, muchos apuestan a que la industria del etanol se volcará cada vez más a los pastos, los árboles y los residuos de los cultivos de campo, como la paja del trigo y el arroz y los tallos del maíz. Los pastos y los árboles pueden sembrarse en tierras poco adaptadas a los cultivos alimentarios o en climas hostiles al maíz y la semilla de soja. Los recientes adelantos en las tecnologías de enzimas y de gasificación han hecho más fácil la separación de la celulosa de las pajas y las plantas leñosas. Hay experimentos de campo que indican que las tierras de pastos perennes podrían convertirse en una fuente promisoria de biocombustible en el futuro.
Sin embargo, por ahora los costos de cosechar, transportar y convertir estas materias vegetales son elevados, lo que significa que el etanol derivado de la celulosa todavía no es viable en forma comercial si se le compara con las economías de escala de la actual producción derivada del maíz. El gerente de una planta de etanol en el Medio Oeste estadounidense ha calculado que proporcionar combustible a una planta de etanol con pastos de recambio, alternativa muy polémica, requeriría la entrega de la carga de un camión de remolque de pastos cada seis minutos, las 24 horas del día. Las dificultades logísticas y los costos de convertir la celulosa en combustible, junto con los subsidios y políticas que hoy favorecen el uso del maíz y la semilla de soja, hacen poco realista esperar que el etanol derivado de la celulosa se convierta en una solución en la próxima década. Hasta que así sea, depender más de la caña de azúcar para producir etanol en los países tropicales sería más eficiente que utilizar el maíz y no implicaría utilizar un alimento básico.
El futuro puede ser más prometedor si desde hoy se dan los pasos correctos. La limitación de la dependencia estadounidense de los combustibles fósiles requiere un programa integral de conservación de la energía. En vez de promover más mandatos, alivios fiscales y subsidios a los biocombustibles, el gobierno estadounidense debe adoptar un compromiso más importante en un incremento sustancial de la eficiencia en energía en vehículos, hogares y fábricas; fomentar fuentes alternativas de energía, como la solar y la eólica, e invertir en investigación para mejorar la productividad agrícola y elevar la eficiencia de los combustibles derivados de la celulosa. La obsesión de Washington por el etanol derivado del maíz ha distorsionado la agenda nacional y ha apartado su atención del desarrollo de una estrategia amplia y balanceada. En marzo, el Departamento de Energía estadounidense anunció que invertiría hasta 385 millones de dólares en seis biorrefinerías destinadas a la conversión de celulosa en etanol. Ése es un paso prometedor en la dirección correcta.
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