Arnoldo Kraus
A la pregunta, ¿sería sano que despareciese el Partido de la Revolución Democrática (PRD)?, sigue otra, ¿es hoy posible seguir confiando en ese partido? Las respuestas se complementan: debería desaparecer y luego reinventarse; imposible apostar por esa institución: el cáncer representado por las enfermedades y la inoperancia de sus dirigentes ha penetrado “casi” hasta el último resquicio.
Son tantos los días desde que el partido mostró lo peor de su priísmo, tantas las oportunidades que le ha brindado al panismo para que lo denueste, y tantos los sinsabores generados en la opinión pública por sus incapacidades internas, que hoy, se anuncie lo que se anuncie, es muy difícil, si no imposible, confiar en ese partido. ¡Qué pena lo que ha sucedido en el PRD: autoflagelarse y desterrar a sus correligionarios! ¡Qué ridículo lo que han hecho las últimas semanas: la falta de voluntad y de sagacidad mostrada por los directivos del partido para solventar “su situación” hiede!
Sin ser escépticos, tan sólo realistas, es imposible pensar que el partido pueda hoy reconstruirse y convencer a la sociedad de que su ideario y su forma de luchar representa lo mejor para la nación. Es demasiado el daño que se han hecho (y que han hecho). Difícil, muy difícil, creer “en ellos”. No hay como encontrar las pócimas que aminoren los daños generados por sus incontables traspiés. La conflagración interna, la prolongación de la incertidumbre, y la manifiesta incapacidad para nombrar, dentro de sus mismos cuadros, árbitros competentes y voces conciliadoras con suficiente ética han derruido la imagen del partido y han generado un hueco interno ominoso en el políticamente más ominoso México de hoy.
Las últimas informaciones de la Comisión Técnica Electoral (CTE) del PRD –9 de mayo– atizan el fuego y certifican la incapacidad del partido. Leer para creer: “Da el Comité Técnico Electoral triunfo a Ortega”; “hubo irregularidades en Chiapas, Oaxaca y Veracruz”; “fue un albazo, dice Encinas”; “la presidenta de la Comisión Nacional de Garantías y Vigilancia del PRD, Ernestina Godoy, cuestionó la celeridad con la que operó la CTE”. Entre las acusaciones que se hacen la Nueva Izquierda y la Izquierda Unida quien se ha hundido es el PRD. Aunque bien se sabe que en aras del poder todo se sacrifica, esa opción no debería ser válida en un grupo político que se anuncia como defensor de los derechos humanos y que ha bregado por promover la democracia, la justicia y la ética. Imposible confiar en un partido que se traiciona a sí mismo.
La irresponsabilidad de los líderes del PRD y de quienes resulten culpables es doblemente grave: han ahuyentado a muchos de sus seguidores y han creado un hueco que será aprovechado por los partidos opositores. Me repito y apuesto: el daño es irreversible. Aminorar su irresponsabilidad debería ser obligación inmediata de los políticos perredistas. Aunque es muy fácil escribirlo, pero muy complejo hacerlo, el partido debería buscar la forma de reinventarse y de reconstruirse.
Da pena decirlo, pero hay que decirlo. El daño que le han causado los dirigentes del PRD al partido, a México y a su ideario es demasiado. El descrédito generado en la sociedad ha opacado el sol azteca. En aras de la ética el sol azteca tiene la obligación de reinventarse.
No poca ha sido la contribución de los otros partidos a que esto sucediera, se infiltró gente del PRI y del PAN, no nomás fueron perredistas los que ocasionaron esta debacle y ni hablar de los medios de comunicación y el poder espurio federal. Dar la espalda y decir pues ya se acabó significaría dejar que el PRIAN ya sin obstáculos siga ultrajando a los mexicanos, así que o se refunda o se reinventa o sea recrea pero no podemos tomar la actitud de bueno pues ya ni modo, lástima y a otra cosa mariposa porque nos lleva la chingada.
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