Ricardo Andrade Jardí
Ahora que el destino nos alcaza, no deja de ser una triste verdad el hecho de ver cómo los países (en vías de desarrollo) pobres económicamente hablando pero fundamentalmente por haber implementado una política económica promovida por los organismos financieros mundiales desde los que se vendió, para el tercer mundo, la idea de que el progreso sólo sería posible a través de la “competitividad global” que el mercado libre exige desde hace más de dos décadas, con lo que el tercer mundo abandonaba toda política social encaminada a satisfacer la demanda interna, los grandes países (productores) desde donde se dictan las recomendaciones de política económica que asumió el tercer mundo, como verdades divinas que fortalecían su campo, su industria interna y en general la demanda de bienestar social a las que sus ciudadanías aspiran.
Hoy que el destino nos alcanza y la “competitividad”, que de progreso tiene muy poco, nos enfrenta con la realidad de un campo abandonado política y económicamente desde el que se ha dejado de producir la demanda alimenticia que nuestros países (tercer mundo) requieren, haciéndonos dependientes como la norma FMI nos lo exige y en manos de la especulación empresarial que desde el primer mundo pone el precio de nuestra hambre el cual tendremos que pagar para no morir de inanición.
La “competitividad” que tanto nos promueven nuestros políticos tecnócratas no es otra cosa que la realidad de empezar a sentir los estragos de una economía que intentó privilegiar la exportación de maquila, que hoy se genera en cualquier rincón del planeta, dejándonos además con una economía que sólo puede “competir globalmente” mientras más explotada sea la mano de obra y más barata la mercancía ofrecida.
Hoy el primer mundo, que mucho tiene de progreso, pero poco de humanidad apuesta por los biocombustibles como una solución energética frente a los elevados (en toda la extensión de la palabra) costos del uso y consumo de energías derivadas de la extracción y procesamiento de hidrocarburos. El primer mundo que favoreció políticas para resolver su demanda interna de alimento, no sólo invirtiendo en tecnologías agrícolas o ganaderas, sino subsidiando esos ramos como una prioridad básica del desarrollo, exploran y explotan el consumo de nuevos combustibles que dejarán sin comida a millones de seres humanos, del tercer mundo, que ocupados en hacer maquila para el primero se olvidaron, convenientemente planeado, de la necesaria inversión en la satisfacción de las demandas internas de alimentación.
La “competitividad”, que tanto promueve el discurso neoliberal, ha convertido a los países del tercer mundo (demagógicamente llamados en vías de desarrollo, lo que como dice Eduardo Galeano es lo mismo que “llamar niños a los enanos”) en dependientes del hambre y la especulación alimenticia, la “competitividad” nos ha hecho pobres y ha hecho de nuestros políticos una pandilla de asesinos que dejarán sin comida a las futuras generaciones mientras intentan vender lo poco que tenemos para intentar enfrentar la crisis alimenticia desde nuestras condiciones y no desde las condiciones de la OMC y el FMI, que parece son los que nos gobiernan en realidad.
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