Rolando Cordera Campos
Ante el largo pasmo de nuestra economía uno tiende a la desesperanza luego de pasar por la ira: ¿Por qué, como se lo preguntan una y otra vez los economistas del Grupo Huatusco, no podemos crecer? ¿Por qué, contando con recursos materiales y humanos necesarios, no hemos podido “dar el salto” a una nueva y más promisoria ruta de expansión? ¿Qué hay que hacer para abrir el paso a una recuperación auténtica y, luego, para sostenerla?
No hay respuestas claras para todo esto, y la tentación de irse por la fácil, por ejemplo la sobrexplotación de los recursos naturales o la sobreventa del país a la inversión internacional, se ha mostrado punto menos que desastrosa cuando se ha intentado, y se intenta. Aparte de ridícula, la churumbeleada de Calderón esta semana anuncia episodios negros, para lo que es ya una nueva tragedia azteca: el no desarrollo mezclado con la venta de garage.
Si la respuesta no está en los fundamentos de la economía, como los recursos materiales o las capacidades humanas, hay que ir a otros flancos de la vida social y preguntarse, por ejemplo, si la política o las instituciones pueden auspiciar la empresa del desarrollo. El resultado es desalentador.
Si, por ejemplo, evaluamos la política por la voz y las decisiones de sus principales actores, como los partidos, sus dirigentes y legisladores, encontraremos que callan o no dicen nada en materia de desarrollo. Al volverse una sola voz en temas cruciales como los impuestos, el gasto público o la política monetaria; al renunciar a la pluralidad en estos aspectos cruciales de la conducción estatal de la economía, y buscar una fútil unanimidad, la política y los políticos le han extendido una suerte de cheque en blanco a quienes desde el poder decidieron por una estabilidad a cualquier costo, así sea éste la salud profunda, pero también cotidiana, de la República.
El que calla otorga… o no dice nada, postulan los jurisconsultos. En nuestro caso, esta falta de voz de la política para asuntos fundamentales de la economía nos ha puesto en la antesala del infierno del litigio social abierto y sin mediaciones: la irrupción del subsuelo. De ese tamaño es la falla de la política democrática cuyos actores pretenden dirigir los asuntos del Estado sin hacerse cargo de los sentimientos de la sociedad. De aquí el autismo que parece dominar la deliberación plural en materia estratégica y el imperio de la compra y venta de protección en la política diaria. Las majaderías panistas de estos días, encabezadas por el inefable Germán Martínez y diligentemente secundadas por el nuevo líder senatorial, son una muestra eficiente de lo que puede llegar a ser la decencia de sacristía en tiempos difíciles.
Si volteamos la mirada a las instituciones más directamente vinculadas al control o la promoción económica, encontramos un concierto de disonancias cuya tonada final es el bloqueo de todo empeño por romper el círculo de hierro del cuasi estancamiento en que el país se encuentra. No hay en el Congreso ningún seguimiento riguroso de la coyuntura, ni de la forma en que el Ejecutivo gasta o no lo aprobado; mucho menos se cuenta con un mecanismo de mediaciones para el diálogo entre los actores sociales. Todo es presión mediática o amenaza velada a los funcionarios encargados, cuando no represión desfachatada, como ocurre con los mineros y otros núcleos laborales.
Tampoco puede decirse que en el Banco de México, hoy elevado a benemérito por los rentistas, funcione como se debe el monitoreo del acontecer económico o financiero. En consecuencia, el desempeño macroeconómico queda sujeto a la interpretación simplista del mandato estabilizador impuesto con la autonomía del banco central, y sus responsables se asumen del todo irresponsables ante las exigencias de un desarrollo mejor y sostenido en el mediano y el largo plazos.
Del empleo, para qué ocuparnos: se ha convertido en una variable residual que se resuelve por la vía ingrata pero subversiva de la emigración, o por la no menos corrosiva de la informalidad de toda especie.
Para terminar este listado esquemático: ¿Se preguntan los políticos o los analistas por el estado de los salarios reales o por las maneras como se fijan los salarios mínimos? ¿Por si tiene lugar en alguna parte del edifico estatal una deliberación relevante sobre éstas y otras ausencias primordiales?
Una de estas ausencias nos remite a donde todo empieza a arder y doler: la no política en y para el campo, los productores y los campesinos. Aquí no hay más que castañetear de dientes, salvo cuando las gracejadas crueles del secretario Cárdenas nos advierten que en ésta como en otras áreas vitales del acontecer público no parece haber fondo: todavía podemos esperar lo peor.
Desfondado el sistema político-económico; ausente el centro necesario para sostener y someter las fuerzas centrífugas del cambio y la disolución; incapaz la democracia realmente existente de crear otro mecanismo de cooperación económica y social que sustituya eficientemente al que se fue; acostumbradas las elites del dinero y la política a una estabilidad que sin mayor problema las vuelve capas rentistas y satisfechas, sólo un esfuerzo mayúsculo por darle voz a la sociedad y dotarla de los decibeles mínimos podrá sacarnos del pantano que en la política plural significa el silencio a varias voces.
No una, sino muchas consultas es lo que el país requiere. De aquí lo pueril del discurso del orden que busca imponerse: le falta tuétano y le sobra (auto) engaño; y así no hay política que pueda ganar. Aunque se vista de seda. O importe castañuelas.
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