Ricardo Andrade Jardí
Vociferando, junto con todas sus mentiras, el tamaño escandaloso de su mediocridad, el usurpador fecal, ofrece, desde el reino de España, a los inversionistas extranjeros las ventajas de invertir en un país donde las ganancias son siempre privadas y las pérdidas siempre sociales y sin una mayor resistencia que las que las oligarquías han contemplado en sus normas para exportarse como una nación democrática, donde lo único cierto para sus habitantes es que el peligroso costo de la impunidad corrupta está cada día más próximo de alcanzar nuestra intimidad familiar.
El usurpador federal se pasea con dinero público por España sin atinar a decir una sola verdad sobre lo que hoy es México; en tanto Yucatán empieza a conocer las atrocidades de un crimen absurdo, que no es otra cosa que el producto de una sociedad enferma por la impunidad y corrompida ya desde la médula de la moral social y ética de las jóvenes generaciones.
El miércoles 11 de junio se dio a conocer la noticia del hallazgo de un cuerpo sin vida de mujer envuelto en bolsas de plástico negras y en estado de putrefacción, a unos kilómetros de la ciudad de Mérida, en un paraje cercano a Sisal. ¡Una ejecución! habrá pensado gran parte de la sociedad yucateca, aunque para el jueves la noticia ya era que la víctima encontrada respondía en vida al nombre de Karime Canto Pisté, joven de 21 años a la que, al parecer, otros dos jóvenes estudiantes, entre ellos el que se supone su novio y una amiga (del novio) habían intentado: primero inducirle un aborto, a pesar de tener aparentemente más de tres meses de embarazo, para luego intentar un legrado, lo que le provocó un excesivo sangrado acompañado de convulsiones, lo que supuestamente indujo a los dos jóvenes, el novio y su amiga, a terminar con la agonía de la novia drogándola para después estrangularla con un cable, destazar (al parecer) el cuerpo y arrojarlo en algún lugar de la carretera de Sisal, no sin antes envolverla en bolsas para basura negras y, en alguna de las versiones, con las manos atadas con algún tipo de cinta.
¿Qué razones llevan a unos jóvenes estudiantes de la UADY, él de psicología y ella de arquitectura, a cometer un crimen atroz como éste? ¿Bajo qué lógica, sino la de la impunidad, pueden cometer un crimen así? ¿Qué tipo de patología se requiere para asesinar de esa forma tan fría a otra persona con la que se tiene algún tipo de relación sentimental y luego arrojarla como si se tratara de basura? ¿Qué sociedad se permite formar criminales como los “amigos de Karime”? ¿Por qué la Procuraduría tuvo que esperar hasta encontrar muerta a Karime para iniciar una investigación, que debió iniciarse desde el mismo día que la familia de la víctima puso la denuncia de su desaparición diez días antes? ¿Y peor aún, qué tipo de averiguación se está realizando y que tipo de impreparada policía tenemos si se tiene que exhumar el cuerpo recién enterrado para realizarle otra necropsia (la segunda) que certifique lo que los presuntos homicidas declaran?
Este crimen es un ejemplo de la cultura de la impunidad en una sociedad conservadora, que intentará, primero, justificar la muerte de la joven Karime, de tan sólo 21 años, a partir de su supuesta vida de promiscuidad por tener “muchos” novios. ¿Cuántos, son muchos novios? ¿Los mismos que tiene cualquier adolescente promedio en el mundo? Sólo que Karime tuvo la mala fortuna de que su vida privada será expuesta, a diferencia de la de las otras jóvenes, por haberse topase con dos sujetos enajenados por la cultura de la impunidad que sin darse cuenta (o sí) se han convertido en dos sicarios más que por algún momento pensaron que lograrían salir bien airados (como personajes de telenovela) de su crimen, en un país donde se ejecutan de 3 a 15 personas diarias sin que las procuradurías investiguen más allá de suponer que son “ajustes de cuentas”. Como probablemente supusieron el estudiante de psicología (Augusto Evia Osalde) y la de arquitectura (Silvia Herrera Rejón) que pasaría al encontrar el cuerpo sin vida de una mujer ejecutada como tantos otros en México; luego la sociedad intentará señalar a la familia de la víctima como culpable, luego a la marginalidad y a la violencia social y es probable que todo eso tenga que ver, pero la verdadera responsabilidad recae en realidad en una sociedad que ha preferido el conformismo y la enajenación y que ha optado por cerrar los ojos y los oídos a las demandas y necesidades (muchas de ellas producto del consumo capitalista) de las nuevas generaciones. Cuando no se combate la corrupción, la sociedad pierde, la impunidad se convierte en cotidianidad y la violencia no sólo social, sino comercial, impregna todos los “deseos” de una juventud que no escucha otra cosa que de “competitividad”. Karime fue víctima de su silencio y del conservadurismo fanático impuesto por una atrasada convivencia familiar y social incluso presente en las universidades que deberían ser los centros de pensamiento liberal por excelencia. Augusto y Silvia víctimas de la enajenación del peligroso discurso del “quítate tú para ponerme yo”, que encierra el concepto “competitividad” y el “egocentrismo individualista” (que desgraciadamente está presente en las universidades donde lo que se tendría que fomentar es la colectividad y el humanismo) tan de moda en el discurso de la impunidad política que mucho promete y nada cumple.
Pero con este crimen en realidad perdemos todos, pues hemos llegado al punto donde nuestros jóvenes universitarios se convierte en asesinos atroces, por seguir exactamente los pasos que el sistema les exige y por anhelar formas de vida inaccesibles que la telebasura, a la que nadie intenta frenar, oferta cada segundo.
La impunidad hace estragos, deshumaniza a la sociedad y corrompe lo más íntimo de nuestras vidas, es urgente que la sociedad despierte y frene desde los espacios ciudadanos, lo que la política convierte en demagogia electoral.
¿Qué tipo de ciudadanos podemos esperar de las “escuelas profesionales” del Estado si con toda la impunidad se sigue pagando y tolerando “maestros profesionales” y ex funcionarios que destruyeron el patrimonio artístico y cultural del Estado? ¿Qué sensibilidad y humanismo podrán enseñar quienes carecen de toda ética? ¿Qué se les puede enseñar a nuestros jóvenes si ven cómo se “invierten” millones de recursos públicos en “obra social” (como el Hospital Regional de Altas Especialidades) que no funcionan ni benefician a la sociedad? ¿Cuántos crímenes tendremos que ver antes de que entendamos que una educación fraterna y humanista es fundamental, ante un sistema que sólo valora la mercancía y piensa exclusivamente en “competitividad”?
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