La traición
A partir de esta semana Random House Mondadori pondrá en circulación La ruptura que viene, libro de Porfirio Muñoz Ledo cuya parte alusiva al distanciamiento entre él y Vicente Fox reproducimos enseguida, con autorización de la editorial.–Es preciso hacer una aclaración fundamental a los lectores: yo no abracé la causa de Vicente Fox en el sentido de adherirme a un partido político. Suscribí un acuerdo entre el movimiento de cambio que yo encabezaba y el candidato de oposición que iba a la cabeza con el propósito explícito de lograr un objetivo histórico del pueblo de México: la alternancia, por la vía pacífica, en el poder nacional. Y lo hice mediante el ofrecimiento público del candidato de consumar la reforma del Estado. En este caso no hablaría de una ruptura, sino del quebrantamiento de una alianza. Tal vez podrían calificarme de sofista, pero lo cierto es que yo no rompí políticamente ningún compromiso: más bien, la alianza nunca se consolidó, se fue desvaneciendo porque Fox no respondió a las expectativas, ni conmigo ni con muchos otros. Menos con el país. Fue el mismo presidente quien rompió con la médula de aque¬llo por lo que habíamos luchado: el sufragio efectivo. Fox abandonó gradualmente toda tentativa por la reforma del Estado. Sin embargo, debo aclarar que, a pesar de su frivolidad, al principio me brindó su apoyo en discursos definitorios, y aunque algunos aspectos del proyecto lo entusiasmaron, pronto lo conven¬cieron de que las prioridades eran otras y de que entregarme la di¬rigencia de esa gran negociación política resaltaría la mediocridad de sus colaboradores más cercanos. Me ofreció proseguir estudios y consultas para iniciar el ejercicio formal dos años más tarde. Fue así como decidí promover las relaciones entre México y la Unión Eu¬ropea, a efecto de alejarme de la pequeña política. Durante todo el tiempo de mi estancia en el extranjero seguí hablando del tema con Fox y con su secretario de Gobernación. A mi regreso Fox acudió, incluso, a la célebre reunión en el Campo Marte que organizó la Asociación Nacional para la Reforma del Estado con los dirigentes de los principales partidos. Aunque no hizo nada para apoyarnos, cuando menos estuvo presente, pronunció un mensaje razonable y volvió a recordar que se trataba de una asignatura pendiente. Poco después Vicente Fox cambió su actitud y empezó a alimentar, con un trasfondo ideológico y en representación de al¬gunos poderes fácticos, una ferocidad visceral sin precedentes contra la candidatura de López Obrador. Entonces comenzó a padecer de amnesia respecto de toda la lucha anterior y decidió actuar antide¬mocráticamente, orquestar una campaña que ningún presidente del antiguo régimen se atrevió a emprender y utilizar recursos públicos en forma por demás facciosa. Después reconocería públicamente —y no necesitaba hacerlo, pues todos lo sabíamos—: que encabezó, como una cruzada personal, el juicio de desafuero en contra de An¬drés Manuel; y que, al haber tenido que retractarse, se “desquitó” más tarde mediante la descarada violación del sufragio público. La ruptura fue practicada por Fox contra sí mismo, contra aque¬llos lineamientos que ambos habíamos seguido 15 años atrás en Gua¬najuato. Cabe recordar aquel 1991, antecedente de la alianza entre los partidos de oposición en 1997, cuando logramos que cayera el primer gobernador impuesto desde el poder presidencial. Yo pro¬puse a Fox que nos uniéramos para impedir la tropelía que quería cometerse. Con reticencias, pero finalmente se sumaría, junto con otras fuerzas, a denunciar el atropello. Todavía no estábamos demo¬cratizando al país, pero sí probando que era posible frenar juntos los excesos del autoritarismo. Algo semejante ocurrió en otras elecciones locales en tiempos del salinismo: con la participación del ingeniero Cárdenas en Mi¬choacán, la de Salvador Nava en San Luis Potosí y la movilización en Tabasco con Andrés Manuel López Obrador. Aquellos años Fox se había destacado dentro de la tradición panista, al menos parcial¬mente, como un luchador por el sufragio efectivo, dispuesto a recu¬rrir a la movilización popular. Nadie olvida cuando en el Congreso portó aquellas boletas electorales a manera de orejas para satirizar a Carlos Salinas. Esa lucha fue traicionada y la intención última termi¬nó desenmascarándose; es decir, la lucha inicial por la democracia se transformó en un asalto al poder para satisfacer apetitos personales. Desde 1994 hubo intentos por negociar una candidatura común desde la oposición. Recordemos que en 1997 fundamos la Alianza por la República, donde figuraban personalidades, civiles y militan¬tes, de oposición, unidos ambos en pos de una agenda común que nos permitiera llevar a cabo un programa legislativo frente a la even¬tualidad de una mayoría en el Congreso. En aquel momento se for¬muló a los entonces presidentes del PRD y del PAN, Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón, la posibilidad de una candidatura común para contender por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Por diversos factores políticos no fue posible, a pesar del impulso del PRD y la tibia simpatía que por la idea mostró el PAN. Por lo anterior, no resulta censurable la alianza de 2000 con Fox. Hay antecedentes claros que la explican. Insistir en una candidatura de izquierda al margen de las otras fuerzas opositoras terminaba por favorecer la continuidad del PRI en el poder. De haberse concretado una alianza entre todos los partidos de oposición en el año 2000, habríamos en cambio contado con tres elementos muy importantes: un gobierno de coalición, un programa político común y la mayoría parlamentaria para realizarlo. Desafortunadamente, Fox no tuvo la estatura de un, digamos, Adolfo Suárez en España, quien, provinien¬do de la derecha, orientó con mucha claridad y firmeza la transición, al margen de inclinaciones ideológicas y ambiciones familiares.
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