Editorial
Después de cuatro meses de jaloneos, pugnas desgastantes y ensayos de componendas imposibles, se decidió anular la elección interna para presidente y secretario general del Partido de la Revolución Democrática. La medida no fue satisfactoria para nadie, pero difícilmente habría podido adoptarse una diferente, habida cuenta de la suciedad que caracterizó los comicios de marzo y la imposibilidad de limpiarlos.
Más allá del gasto monetario en ese proceso electoral –que resultó un inaceptable dispendio de recursos públicos, pues los partidos políticos con registro obtienen la mayor parte de sus recursos de operación con las prerrogativas que les otorga el Estado, por medio del Instituto Federal Electoral–, las irregularidades ocurridas durante la elección y el bochornoso conflicto posterior han dilapidado buena parte del capital político que por décadas han invertido en el sol azteca diversos sectores e individuos de la izquierda, del nacionalismo progresista y del activismo ciudadano y democrático.
No debe olvidarse, en efecto, que tras la construcción del PRD está la historia de numerosas organizaciones que confluyeron en él, así como que sólo durante el salinato hubo más de 600 asesinatos políticos de perredistas. El desaseo exhibido el pasado 16 de marzo y en días posteriores es un agravio para la memoria de aquellos luchadores, así como para quienes han dedicado su vida a la construcción de un partido que sea instrumento de la transformación social y política del país, y lo es también para el conjunto de la ciudadanía, la cual sostiene con sus impuestos el funcionamiento de los institutos políticos con registro.
Asimismo, el catastrófico proceso interno se tradujo en una victoria publicitaria imprevista para la derecha del espectro político y para un gobierno que, deficitario de legitimidad, se vio temporalmente aliviado por el lamentable tropiezo moral de la principal fuerza partidaria de oposición.
Ciertamente, la falta de democracia no es característica exclusiva del PRD y sus tribus; está presente, por el contrario, en el conjunto de las formaciones políticas, y es particularmente grave en el Revolucionario Institucional, con sus cacicazgos regionales y su corporativismo sindical mafioso, y en Acción Nacional, con su creciente conversión en apéndice de la Presidencia de la República y, en esa medida, en sucedáneo del viejo priísmo. Tal panorama, sin mencionar los vicios que persisten en las instituciones públicas, y especialmente en las electorales, obliga a cuestionar los resultados de la supuesta transición democrática que habría representado la alternancia en el poder que tuvo lugar hace ocho años.
Por lo que hace al sol azteca, la anulación de las elecciones del 16 de marzo, decidida por la Comisión Nacional de Garantías, parece ser la menos mala de las soluciones parciales a la crisis que vive ese partido. La perspectiva de unos comicios extraordinarios para elegir una nueva presidencia y una nueva secretaría general se presenta como inevitable, pero no por ello menos cargada de nubarrones: cabe preguntarse, en efecto, cómo lograrán los perredistas dar transparencia, certidumbre y limpieza al nuevo proceso interno.
Sin embargo, tales requisitos no son sólo deseables, sino indispensables para la supervivencia del partido, así como una obligación de cara a los militantes y al conjunto de los ciudadanos. Si el PRD no es capaz de llevar a cabo una elección interna limpia y que arroje resultados creíbles y acatables para todas las partes, más temprano que tarde terminará reducido al cascarón de sus propias siglas.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario