Octavio Rodríguez Araujo
El 26 de abril del año pasado publiqué un artículo titulado “Cuando se mueve el avispero”. La tesis central era que uno debe tener cuidado al tratar de acabar con un panal de avispas y saber hacerlo. De otro modo, se revierte, y el “exterminador” puede resultar seriamente dañado. Y añadía que el riesgo es mayor porque Calderón movió el avispero sin medir las consecuencias y sin haber creado antes mecanismos de defensa para quienes nada tenemos que ver con el narcotráfico ni con el gobierno.
A más de un año de aquel artículo, ahora se habla de depurar a las diversas policías, que es lo que debió hacerse antes de iniciar la guerra contra el crimen organizado. El resultado de esa falta de previsión lo estamos viviendo: el enemigo de la sociedad no sólo está al margen de las instituciones, sino dentro de éstas. En el río revuelto de la guerra contra el crimen organizado muchos tratan de sacar provecho, incluidos los mal pagados policías y agentes del Ministerio Público. Tan grave es la descomposición de los órganos que debieran garantizar la seguridad de la población, que muchos han optado por contratar seguridad privada para protegerse y otros por recomendar que cada quien se cuide como pueda: que no salga solo a la calle, que sólo transite por calles concurridas e iluminadas (si es de noche), que se viva en estado de alerta y paranoicamente, y que, en fin, se encomiende a la suerte o a una deidad en la que crea.
En mi artículo del año pasado cité el caso de Eliot Ness contra Al Capone. Lo primero que hizo Ness fue tomar en cuenta, como una realidad, la corrupción entre la policía; revisó sus expedientes y terminó por escoger a nueve elementos de su absoluta confianza para iniciar su guerra contra el mafioso. El policía de Chicago sabía que una guerra no se inicia sin preparación previa y sin una estrategia bien planeada. Calderón se lanzó contra el crimen de manera improvisada, pasando por alto que su poderoso enemigo, que mueve miles de millones de dólares cada año, tiene nexos con policías de diverso rango, con funcionarios públicos influyentes y, tal vez, hasta con militares.
El dinero compra tanto conciencias como colaboración y complicidades, aquí y en cualquier país del mundo. Lo primero que debió hacer Calderón, aun antes de anunciar su guerra y prevenir al enemigo, era depurar los cuerpos policiacos, incluidos los de elite, de donde también han salido no pocos maleantes. Enseguida debió capacitar a los ya depurados y darles mejores condiciones de vida, como quiso hacer con los militares aumentándoles el sueldo. Y, finalmente, ya con un “ejército” capaz y coordinado en todo el país (coordinación acordada con los gobernadores y hasta con los presidentes municipales), lanzarse a la acción. No lo hizo, y en el presente siguen improvisando, unos proponiendo la pena de muerte a los secuestradores (rama delictiva del crimen organizado) y otros cadena perpetua, sin tomar en cuenta que mayores penas no inhiben a los criminales ni a quienes ven en éstos un ejemplo a seguir para dejar de ser pobres.
Si Calderón y sus colaboradores fueran médicos o supieran algo de medicina, conocerían el fenómeno de la iatrogenia. En la Wikipedia se dice que la iatrogenia es una alteración del estado del paciente producida por el médico al no prever las consecuencias de su tratamiento, sea quirúrgico o por medicamentos. La enciclopedia citada menciona un ejemplo típico de iatrogenia: el caso de un paciente que sufría una grave artritis. Se le aplicaron corticoides en altas dosis, pero después de un tiempo el remedio le provocó diabetes. Ésta y los corticoides le bajaron las resistencias de su organismo, lo cual facilitó infecciones oportunistas. Para no hacer muy extenso el ejemplo, al final murió por falla extendida de sus órganos internos e infección generalizada. ¿Dónde estuvo el error? En la falta de previsión del médico, en su desconocimiento integral de su paciente, en la toma de decisiones improvisadas y de corto plazo; en su irresponsabilidad, en suma. El diagnóstico del médico, no del paciente, es que su remedio fue peor que la enfermedad, por no prever la alta probabilidad de generar un proceso de iatrogenia.
El concepto se ha extendido a otros campos más allá de la medicina. Puede haber iatrogenia en todos los ámbitos de la actividad humana que se nos ocurran.
La ola de crímenes (secuestros, asesinatos, ajusticiamientos, y demás) es el resultado de la iatrogénesis provocada por dos fenómenos distintos y concomitantes: las acciones de gobierno contra el crimen organizado sin estar preparado para ellas y sus posibles efectos, y la pobreza creciente en la población mayoritaria. Me anticipo a aclarar que la pobreza no produce criminales; provoca tentaciones delictivas en algunos para mitigar su pobreza, como la mordida que aceptan los policías o agentes del Ministerio Público para “evitarle molestias” a un infractor, o los asaltos en vía pública a personas o vehículos, o a casas habitación y establecimientos comerciales.
Al margen de simpatías o antipatías por López Obrador, ahora se apreciará mejor su lema de campaña: “primero los pobres”. Si hubiera sido atendido, a nadie le hubiera importado (ni a la Dirección de Derechos de Autor) que los gobernantes, legítimos o no, le hubieran plagiado la frase, y menos si estuvieran actuando en consecuencia. Disminuir la pobreza y las desigualdades, al mismo tiempo que sanear los cuerpos policiacos, hubiera sido mejor medicina que agitar a las avispas. Todavía es tiempo, si de veras se quieren hacer las cosas bien.
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