jueves, agosto 14, 2008

Genocidio, un crimen de la indiferencia mundial


(Segunda y última parte)MEXICO, D.F., 11 de agosto (apro).- Cuando en pleno exterminio nazi de los judíos, en 1944, se acuñó el término genocidio y, cuatro años después, la Organización de Naciones Unidas lo tipificó como un delito internacional, el siglo XX ya había sido testigo del asesinato colectivo de dos pueblos: un millón 500 mil armenios sucumbieron entre 1915 y 1918 ante el nacionalismo turco, y 7 millones de ucranianos murieron de hambre entre 1932 y 1993, por desafiar al régimen centralista de Josef Stalin.Pero más allá de la falta de tipificación legal, la inacción de las potencias que hubieran podido detener estos crímenes masivos, propició que se gestara un nuevo y atroz episodio. Según Philip Gavin, profesor de la Universidad de Boston y autor del libro Genocidio en el siglo XX, hubo “alguien” que tomó nota puntual del abandono de los Aliados. En 1939, cuando Adolfo Hitler ordenó a sus generales invadir Polonia, les dijo que mataran sin piedad a todos los hombres, mujeres y niños de raza polaca, para ganar el espacio vital que requerían los alemanes. Y recordó: “¿Quién habla hoy en día todavía de los armenios?”.Lo que ocurrió después no necesita recordatorio. Cabría quizá destacar, que aunque la persecusión sistemática de los judíos se inició desde que se crearon los primeros guetos en Polonia, y a todos se les sometió a control conforme las tropas alemanas avanzaban sobre Europa, no fue sino hasta 1941 cuando se decretó la “solución final”, que la aniquilación se tornó masiva y funcionaron los campos de exterminio.Los nazis pretendieron mantener esto en secreto, pero los rumores y algunos testimonios directos muy pronto empezaron a filtrarse. En 1942, The New York Times reportaba ya que por lo menos un millón de judíos había sido ejecutado. Ese mismo año, el Congreso Mundial Judío recibió información confidencial del plan de exterminio nazi y la transmitió a Washington y Londres. Ambos países se abocaron al problema de los refugiados procedentes de los países ocupados, pero no hicieron nada para frenar la matanza. La posición de Estados Unidos y sus aliados era que la mejor manera de detener las atrocidades nazis, era derrotar militarmente a Alemania lo más pronto posible. El Vaticano también estuvo al tanto de lo que sucedía, pero el Papa Pío XII optó todo el tiempo por guardar silencio. Y hasta la Cruz Roja fue manipulada. Así, la mayor parte de la resistencia fue llevada a cabo por los propios judíos o heróicos personajes aislados que desafiaron a los nazis.No fue sino hasta que las tropas soviéticas y los Aliados fueron avanzando sobre Alemania (1944), que el exterminio cesó gradualmente sobre el terreno. Al término, se calculó que 6 millones de judíos, gitanos, minusválidos, prisioneros de guerra y otros grupos minoritarios habían sido sacrificados en los campos de concentración, sin contar los que murieron en otras circunstancias.Los Juicios de Nuremberg imputaron a 22 altos mandos nazis de crímenes de guerra y contra la humanidad (Hitler murió en su búnker), pero muchos otros lograron evadirse y, hasta hoy, se desconoce su paradero.
Atrocidades
Durante la Segunda Guerra Mundial, otro episodio en Asia fue calificado a posteriori como genocidio. En diciembre de 1937 el Ejército Imperial japonés tomó la ciudad china de Nanking, y mató a 300 mil de los 600 mil civiles y militares que había ahí, en una carnicería ininterrumpida que duró seis semanas.Los japoneses masacraron primero a los 90 mil soldados chinos que se habían rendido, humillándolos y torturándolos. Después, procedieron a la violación y el asesinato masivo de mujeres, reservándose a las más jóvenes y bonitas como esclavas sexuales. Y, finalmente, la matanza se extendió a toda la ciudad. Los reportes de prensa que aparecieron en Japón, celebraron el triunfo de sus tropas y exhibieron sin pudor imágenes de las atrocidades. En Estados Unidos, el New York Times, TIME y el Reader’s Digest también publicaron notas, pero la opinión pública las recibió con escepticismo, mientras que el gobierno, preocupado por el avance del nacionalsocialismo en Europa, no hizo gran cosa. Al término de la guerra se instituyó un Tribunal Penal Internacional para el Lejano Oriente, que abordó el caso, pero de manera insuficiente. También fue muy criticado por su unilateralismo, ya que sólo juzgó a los países del Eje y dejó fuera los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, que entraban en la categoría de crímenes de lesa humanidad. El “rapto de Nanking” sigue ensombreciendo las relaciones entre China y Japón, pese a que Tokio en los últimos años ha intentado algunas disculpas.Aunque no está considerado como genocidio, porque no fue dirigido contra un grupo en particular, al igual que la Unión Soviética con Stalin, China tuvo su propia cuota masiva de víctimas con Mao. A fines de los años 50, las delirantes políticas de agrarización e industrialización del llamado “Gran Salto Adelante” provocaron una hambruna que, según las fuentes, pudo haber causado entre 14 millones y 40 millones de muertos. Las purgas de la “Revolución Cultural”, habrían provocado otro medio millón más de muertos. Veinte años después (1975-1978), en Camboya, otro intento similar por parte del líder del Khmer Rojo, Pol Pot, derivó en la muerte de por lo menos el 25 por ciento de la población, aunque otras cifras suben hasta un tercio.Luego de renombrar al país como República Democrática de Kampuchea, Pol Pot llevó a cabo una “purificación” del capitalismo: eliminó todas las influencias externas, expulsó a los extranjeros, cerró las embajadas y rechazó la ayuda exterior. Periódicos, radio y televisión callaron; el correo y el teléfono fueron intervenidos; la propiedad privada y los servicios públicos eliminados; el dinero y la religión abolidos, y la patria potestad sobre los hijos revocada.Cerrado al mundo, el régimen comunista procedió a la evacuación forzada de los habitantes de las ciudades al campo. Muchos murieron en los traslados y otros de hambre, agotamiento, enfermedades y maltratos en los campos de cultivo donde se les concentró como trabajadores esclavos. Además, en todo el país se realizaron purgas contra quien mostrara el más mínimo disenso o, simplemente, perteneciera a la “vieja sociedad”. También fueron atacadas las minorías china, vietnamita y musulmana.La cifra total de muertos, encontrados en impresionantes fosas masivas, osciló entre 2 y 3 millones. Pese a la filtración de información, la comunidad internacional no intervino para nada. Sólo hasta que en 1978 Vietnam invadió Camboya para defenderse de los constantes ataques fronterizos y expulsar al Khmer Rojo del poder, cesó el genocidio. 20 años después, Pol Pot murió de un ataque al corazón, luego de ser arrestado para llevarlo ante un tribunal internacional.Más recientemente, en Ruanda, se dio una de las matanzas interétnicas más vertiginosas y masivas de que se tenga registro. A partir del 6 de abril de 1994 y en los siguientes 100 días, 800 mil tutsis y hutus moderados fueron asesinados por extremistas hutus, a un promedio de 10 mil personas diarias.En 1990 se había firmado un acuerdo para que la mayoría hutu y la dominante minoría tutsi, compartieran el poder en Ruanda, pero tres años después las tensiones étnicas volvieron a escalar con el asesinato del primer presidente hutu en la vecina Burundi. La violencia estalló cuando el avión en que viajaban el presidente ruandés, Juvenal Habyarimana, y el nuevo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, ambos hutus, fue derribado por el Frente Patriótico Ruandés, controlado por los tutsis.En venganza, extremistas atacaron a hutus moderados y líderes tutsis. Luego, las matanzas se extendieron por todo el país, utilizando como armas toda clase de instrumentos, como machetes, hachas, azadones, palos o lo que hubiera a la mano. Muchas víctimas fueron cercadas y quemadas vivas, y los asesinos no respetaron como refugio ni iglesias ni hospitales, donde se cometieron algunas de las peores masacres.La pequeña fuerza de paz de la ONU rápidamente fue rebasada e, inclusive, algunos de sus miembros capturados y asesinados. Entonces, Estados Unidos, Francia, Bélgica e Italia empezaron a evacuar a su personal, pero no hicieron nada por proteger a los locales, que quedaron abandonados a su suerte.En Naciones Unidas, las matanzas fueron calificadas como una ruptura del cese el fuego entre hutus y tutsis. Tanto el organismo como Estados Unidos evitaron cuidadosamente hablar de genocidio, lo que hubiera requerido de una intervención militar de urgencia. Por el contrario, al agravarse la crisis, el Consejo de Seguridad votó unánimemente por el retiro de las fuerzas de paz, dejando atrás a apenas 200 elementos. Con la vía libre, las milicias hutus procedieron al aniquilamiento sistemático, apoyadas por amplios sectores incitados por el odio étnico. Al mes, los medios ya hablaban de genocidio. Presionada por la opinión pública, la ONU votó entonces por devolver 5 mil soldados a Ruanda, pero como no fijó un calendario, nunca llegaron para detener la carnicería. Ésta terminó cuando rebeldes tutsis de los países vecinos entraron y derrotaron a las milicias hutus. Para entonces, 11 por ciento de una población de 7 millones 200 mil habitantes había sido aniquilada. A fines del mismo 1994 se creó un Tribunal Penal Internacional ad hoc, que constituyó un hito al emitir la primera condena mundial por genocidio y reconocer la violencia sexual como parte de éste. En 1998, cuando viajó a Africa, el presidente estadunidense Bill Clinton pidió tardías disculpas por la inacción internacional.Actualmente hay un escenario similar en la provincia sudanesa de Darfur. En ese país que vive una guerra civil intermitente entre el norte musulmán y el sur cristiano y animista, desde 2003 se desarrolla un nuevo conflicto entre grupos rebeldes y el gobierno central, en medio del cual ha quedado atrapada la población civil. El modus operandi es el mismo: asesinatos masivos, desapariciones forzadas, destrucción de poblados, saqueos, violaciones sexuales y desplazamientos forzosos. Las cifras al día de hoy ascienden a 150 mil muertos y 2 millones 500 mil desplazados internos, más otro medio millón en el vecino Chad. Ante las denuncias de la prensa y organismos humanitarios, en 2005 el Consejo de Seguridad de la ONU formó una comisión para estudiar los hechos en Darfur. Rigurosa, ésta concluyó que no se tipificaba el genocidio, porque la violencia no estaba dirigida contra un grupo específico; pero sí crímenes de lesa humanidad, que deberían ser juzgados por la Corte Penal Internacional.En fechas recientes, el fiscal general de la CPI, Luis Moreno Ocampo, acusó al presidente sudanés Omar al Bashir de genocidio y crímenes de guerra. Su delito: respaldar a las milicias janjaweed, las principales acusadas de cometer violaciones contra los derechos humanos. El mandatario señala a los rebeldes como responsables.Paradójicamente, la Unión Africana, la Unión Europea, Estados Unidos y la propia ONU, todos consideraron esta acusación como una amenaza al proceso de paz en Sudán. Inclusive, la misión conjunta estacionada en Darfur, anunció la evacucación de su personal no esencial, ante posibles represalias de fuerzas que apoyan al presidente, aunque dijo que mantendría a sus soldados.Así, mientras la comunidad internacional se debate otra vez entre tecnicismos y consideraciones políticas, como en Armenia, Ucrania, Nanking, Alemania, Camboya, Ruanda y la exYugoslavia, en el terreno la población civil de Darfur sigue sufriendo y muriendo.

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