María Teresa Jardí
Cuando reiteradamente se evidencia que un país no tiene policía, lo que salta a la vista incluso porque en cada acto delictivo que se comete siempre están involucrados elementos de lo que se sigue llamando policía, si el problema no se atiende se está escribiendo la crónica, ya alcanzada en México, de que ese país acabará por no tener tampoco gobierno.
Se empieza por tolerar madrinas en las instituciones encargadas de prevenir la delincuencia.
Instituciones, las procuradoras de justicia, que en los países civilizados atienden formando una policía que acaba por convertirse en científica.
Se empieza por las madrinas, sujetos despreciables, anónimos y sin registro, pero con charola y armas para delinquir mejor y se acaba por tener a las bandas de secuestradores incrustadas en las instituciones encargadas de la procuración de la justicia, es decir, en las instituciones encargadas de combatir el secuestro, que impunemente, desde las instituciones, se fomenta y se comete.
Y ahí es donde tiene que buscar la derecha, en lugar de poner sábanas blancas, que lavaran las chachas, en las ventanas, a los asesinos de Fernando Martí y a los de todos los otros asesinados, ejecutados y desaparecidos, que no por llamárseles levantados, dejan de ser secuestrados. Agradecidos tendrían que estar los Martí de que al menos les hayan regresado el cadáver del hijo, porque igual pudieron desaparecer el cadáver y entonces no habrían tenido ni el consuelo de enterrarlo como no lo tienen los familiares condenados a no saber qué ocurrió con su familiar desaparecido.
Efectivamente México está secuestrado, como dice AMLO, por el usurpador Calderón quien, efectivamente, además como dicen Beltrones y Paredes, es un fracaso como político y como ser humano, yo añado.
Calderón pudo, y no quiso, convertirse en una esperanza a futuro. Su mediocridad no daba para más. Pero no es menor la mediocridad de los jerarcas de los partidos que avalaron la legalización del fraude dando al traste con lo poco que quedaba en pie de la estructura ética que, hasta antes de Zedillo, conservaba mayoritariamente el Poder Judicial en México. Apoyaron los Beltrones y las Paredes, al igual que han acabado haciendo los Chuchos, la legalización de un fraude electoral que dio al traste también con el IFE que hace osos por estos días pidiendo más lana. La corrupción no conoce más lenguaje que el del dinero. Aceptaron imponer un usurpador al frente del Poder Ejecutivo, cuya mediocridad hoy los horroriza, sin darse cuenta de que la sociedad los ve igual de mediocres a ellos.
Calderón no merece ni el menor sentimiento de piedad ni caridad alguna. Es despreciable y mal haría la sociedad mexicana en no pugnar para que pague en la cárcel el daño que le hace a México.
Aún no empiezan los ajustes de cuentas, que se darán. Harían mal en dudarlo los que esto leen. Es otra crónica anunciada que a la violencia institucional necesaria para reprimir al pueblo para poder cumplir con los compromisos adquiridos con transnacionales empresas extranjeras, seguirán las venganzas de los grandes círculos afectados por la impunidad, que ya ha dejado un reguero inmenso de ejecutados, de asesinados, de desaparecidos y de torturados, de inocentes encarcelados, mientras se burlan de ellos y de sus familias los ricos delincuentes que estarían presos en cualquier país que construyera un futuro en lugar de ser obligado a adentrase cada vez más en el abismo sin final ni retorno al que nos está llevando la derecha encabezada hoy por quien usurpa el Poder Ejecutivo federal en México. Aunque no sea Felipillo quien mande ni decida ni pinte ni, como quién dice, exista ni tampoco tenga la menor importancia.
Es una crónica anunciada a la que se suma a otra que también anuncia una situación aún más perversa, a la que les prometo referirme mañana. La de las mutaciones mentales que ocurren forzosamente en toda sociedad cuando se la enfrenta de manera tan prolongada a tanta violencia.
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