Raúl Zibechi
Ya no quedan dudas del tamaño de la crisis mundial. Incluso el FMI asegura que hasta 2011 no se esperan mejoras. El último informe del europeo LEAP/2020 sostiene incluso que lo peor llegará en marzo, que la recesión en Estados Unidos y el Reino Unido puede abarcar una década entera y que seguramente habrá inestabilidad sociopolítica global con riesgo de estallidos sociales, como los que conocemos de sobra en Sudamérica desde el caracazo de febrero de 1989.
Esta región comienza poco a poco a percibir de qué va la cosa. Apenas tres meses atrás, Lula se ufanaba de que el tan temido tsunami financiero era apenas “una olita” en las costas de Brasil. En el último mes comenzaron a aplicarse algunas medidas importantes que, si bien no llegan a producir el viraje necesario, son un síntoma de que los gobiernos comienzan a tomar medidas de fondo. Y en la “combocumbre” de Bahía, como el ecuatoriano Rafael Correa bautizó la cuádruple reunión del Mercosur ampliado; el Grupo de Río, la Unasur y la Cumbre de América Latina y el Caribe, que reunió a 33 países al sur del río Bravo, se diseñaron caminos que excluyen a Estados Unidos y Canadá, pero incluyen a Cuba.
Argentina tomó dos medidas importantes. La estatización de las Administradoras de Fondos de Jubilación y Pensión (AFJP), creadas en el cenit del neoliberalismo e impulsadas por Carlos Menem, supuso la transferencia al Estado de 24 mil millones de dólares. Es una decisión de carácter estratégico que se anticipa al probable colapso global de los fondos de jubilación por capitalización. Una segunda medida estratégica fue el plan Obras para Todos los Argentinos que implica inversiones en infraestructura por 32 mil 600 millones de dólares hasta 2011. En paralelo, el gobierno de Cristina Fernández intenta incentivar el retorno de capitales en el exterior con un favorable tratamiento fiscal.
Brasil también toma decisiones de largo aliento. Hasta ahora se había limitado a inyectar dinero en la economía para favorecer el crédito y facilitar la venta de automóviles rebajando impuestos, ya que la sexta industria automotriz del mundo atraviesa serias dificultades. También se liberaron fondos para ayudar a empresas endeudadas. Pero lo más importante ha sido el anuncio de un vasto plan de vivienda que prevé construir 12 millones de casas en 15 años con una inversión de 123 mil millones de dólares.
Esta importante decisión pretende mantener el crecimiento y a la vez convierte la vivienda social en una política de Estado, destinada a familias que tengan ingresos menores a 630 dólares. El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística informó a mediados de diciembre que una de cada tres ciudades está rodeada por favelas y que 53 millones (25 por ciento de la población) habitan viviendas inhumanas. Así y todo se calcula que en los próximos años se necesitarán 30 millones de viviendas. Además se creará un fondo con aportes estatales, al que podrán acudir las familias que no puedan pagar sus mensualidades por haber perdido el trabajo, sin perder la vivienda.
Otros países como Perú lanzaron planes de obras públicas, mientras Ecuador decidió una moratoria de cerca de 40 por ciento de su deuda externa por considerarla ilegítima. En conjunto, se trata de medidas de corte keynesiano que buscan limitar los impactos de la recesión global y mantener la cohesión social.
Por otro lado, la región se va perfilando como actor autónomo en el escenario internacional. Así lo percibió The New York Times, pues el 17 de diciembre aseguró que Washington se sintió “despreciado” en las cumbres de Bahía, ya que los 33 países latinoamericanos y caribeños tomaron decisiones sin consultar a la ex superpotencia, que ya no puede dictar órdenes en lo que algún día fue su patio trasero. El influyente diario remarcó que “Estados Unidos se está convirtiendo en un jugador cada vez más distante en los asuntos de la región”, y que “ya no es y no va a volver a ser el mayor interlocutor de los países de la zona”. La incorporación de Cuba al Grupo de Rio puso en negro sobre blanco esas distancias.
Pese a que varios presidentes se mostraron confiados en que la región pueda superar los efectos de la crisis, fortalecer la integración y mantener altos niveles de crecimiento, no faltaron nubarrones. Las ausencias más destacadas fueron las del peruano Alan García y el colombiano Álvaro Uribe, los dos mayores aliados de Washington en Sudamérica. Aunque se insisitió en la necesidad de impulsar el comercio sur-sur, las dificultades que enfrenta el país líder de la región, Brasil, con sus vecinos Paraguay, Ecuador y Bolivia sobrevolaron las cumbres. Del mismo modo, el Mercosur no pudo llegar a un acuerdo para que las mercancías que ingresan al área de libre comercio paguen una sola vez la tarifa externa común, pero que no se vuelva a cobrar cuando es rexportada a otro país del bloque.
No son dificultades menores. Tienen suficiente importancia para poner más trabas aún al proceso de integración regional, que avanza demasiado despacio para las necesidades de muchos países. Avanzar en ese proceso supone que el país que pretende ser el líder regional, Brasil, resuelva algunas asimetrías, como las que mantiene con Paraguay por la compra de su energía a precios muy por debajo del mercado, gracias a un tratado firmado por ambas dictaduras. O que el gobierno de Lula deje de defender a las empresas brasileñas incluso cuando incumplen contratos, como sucedió con Odebrecht en Ecuador.
Pero lo más trascendente es que las medidas adoptadas hasta ahora no alcanzan para modificar el núcleo del modelo neoliberal. Salvo los países que promueven el ALBA, nadie cuestiona el libre comercio, piedra angular del modelo vigente.Ya no se habla del Banco del Sur, que puede armar una arquitectura financiera diferente. Si una región que busca su autonomía y cuenta con ocho de diez gobiernos que se proclaman progresistas y de izquierda no es capaz de cuestionar el modo de comerciar asentado en la rapiña, ¿quién y cuándo podrá hacerlo?
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