Porfirio Muñoz Ledo
Bitácora Republicana
Pocos inicios de año son más angustiosos para la sociedad mexicana e inciertos para la comunidad internacional. Las evidencias coinciden en el agotamiento de una época, pero no se perciben todavía las nervaduras de una estructura global alternativa. Sus paradigmas son brumosos y sus liderazgos insuficientes.
En su remembranza de los días postreros de la República Romana, Thornton Wilder muestra la aciaga entraña de los virajes históricos, donde se cruzan "la capacidad de los hombres para el heroísmo, la generosidad y la virtud, como para el egoísmo, la traición y la deslealtad". Su combinación determina el porvenir.
Alude a las calamidades que pueden ocurrir ciertos días y a las consecuencias que surgen del colapso de los sistemas de poder. Traducido a la teoría de las transiciones, confirmaría que mientras más radical e inteligente es la ruptura con el pasado, mayores posibilidades hay de cambio y redención.
Valdrían reflexiones de ese talante sobre el presente mexicano. Descubriríamos una banda de pigmeos destazando los restos de una añeja construcción política, ahora al servicio de la rapiña. El tránsito de una tecnocracia aventurera hacia una cleptocracia mediocre: la conversión del reservorio republicano en alacena de vilezas.
Debo a un texto de González de Aragón la inspiración del título. Coincido con el Auditor de la Federación en que el crimen político fue determinante del "cambio de rumbo": la daga artera que, de acuerdo con Maquiavelo, tuerce y acelera el curso de la historia.
Se refiere al asesinato de Colosio, pero otros lo precedieron y reprodujeron. No sólo magnicidios, sino una secuela de represiones --todas impunes-- en que se asienta "el poder de las mafias", "del dinero que compra, corrompe y pervierte todo lo que toca". El verdadero trasfondo de la inseguridad ciudadana y el desamparo económico.
Citado por Wilder: "el César es indiferente al oro", "actitud que para el rico resulta desconcertante y hasta aterradora". En ello reside la potestad efectiva y la jerarquía moral del poder público. No hay justicia posible sin la imparcialidad que dimana de la autonomía del Estado. A la postre, tampoco monopolio legítimo de la fuerza.
Avizorar el 2009 como un año electoral es una ligereza rayana en complicidad. Pareciera, más bien, un punto de no retorno de la tolerancia social y el límite mismo de la fragilidad institucional. Cualquiera que sea el resultado, la composición de la Cámara no modificará por sí misma el ejercicio del poder.
Las distorsiones del sistema electoral y el abuso creciente de los gobernadores ponen en riesgo la legalidad de los comicios. El hastío ciudadano por las promesas y el rechazo al régimen de partidos anuncian un elevado abstencionismo. Los controles mediáticos intentarán maquillar el proceso como acto de legitimación.
El ritual resulta, no obstante, imprescindible y la sobrevivencia de las instancias parlamentarias es un asidero frente al abismo. Tendría sentido, si el discurso saltara sobre las trampas de la mercadotecnia y se anclara en la denuncia consistente y el proyecto verosímil. Esa es, cuando menos, la tarea de la izquierda.
La ruptura es hoy, la única forma eficaz de la continuidad. La política debiera ser batalla sin tregua contra la impunidad y los comicios, expresión de la movilización popular. Las cámaras, foro de convocatoria social y eco fiel de la inconformidad ciudadana. Espacio de deliberación, que no reducto de componendas.
Habría que imaginar el tiempo inmediato como de reconstrucción nacional y el momento electoral, como un plebiscito sobre el futuro del país. Se antoja marzo como la fecha gozne para la toma de decisiones capitales por todos los actores. Fincar el curso de las campañas sobre un compromiso de Estado contra la corrupción.
Los pactos son escenografías cupulares que duran el instante del daguerrotipo. El tramo que viene será obra de la sociedad y de su empuje propositivo. Las opciones están abiertas: la concreción del ¡que renuncien!, la democracia directa con revocación de mandato y la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Las demandas específicas van a la recuperación del desarrollo, el incremento del salario, el apoyo a la producción, la defensa de los consumidores, el respeto a los derechos humanos y el saneamiento de las instituciones públicas. Si fallamos a estos deberes, una falsa solución puede venirnos de afuera.
La cita en 2012 es engañifa de futuristas trasnochados. Mal podríamos apostar a la acumulación de magros patrimonios electoreros, cuando -según los augures- el cielo se desploma delante de nosotros.
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